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Columna
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Pasajes de París / 2; Walter Benjamin

Walter Benjamin es quien sitúa el tema de los Pasajes de París en el paisaje intelectual del siglo XX. Paisajes que, para él, no son tanto una figura urbana de perfil triple -económico, estético y social- cuanto una inagotable cantera de materiales teóricos y empíricos. Los Pasajes, a pesar de la parvedad de la atención de que el autor les hace objeto -apenas el 10% de los textos que escribe sobre este tema se ocupan propia y directamente de ellos- constituyen el referente central de su reflexión. Esa larga convivencia intelectual con ellos se extiende desde las Primeras notas, que datan de 1927, hasta las últimas consideraciones escritas en la primavera de 1940. El conjunto compone un vasto volumen de cerca de mil páginas, que lleva por titulo París, capital del siglo XIX o El libro de los Pasajes, y que incluye dos presentaciones globales del proyecto, una de 1935 y otra de 1939, conjuntamente con 35 capítulos, agrupados como Notas y Materiales que se encuadran en lo que Benjamin denomina "mitología moderna". En ellos se abordan temas tan distintos como la presentación de Víctor Hugo, Marx, Baudelaire, Saint-Simon, Fourier, etcétera; el comentario de procesos políticos, sociales y económicos de particular importancia en el siglo XIX como la Comuna, la Bolsa, las sectas, la prostitución, el compañonaje, la ociosidad, el movimiento social, etcétera; y sobre todo sus consideraciones sobre los aspectos urbanos y a las nuevas técnicas de la época, como el viejo París, la construcción en hierro, las calles, las intervenciones de Haussman, la fotografía, etcétera.

Ahora bien este batiburrillo temático se ordena en torno de la concepción espacio-temporal de los Pasajes de que se sirve el autor, en la que la espacialidad física que corresponde a su primera acepción -un nuevo territorio urbano en el que se está y por el que se circula- viene completado por la temporalidad de su segundo significado, en el que el flujo de la duración confiere a la historia una presencia determinante. Historia que no es la de sus héroes y sus fastos, sino la de una cotidianeidad pasada llena de logros hoy agotados y lúgubres, una historia hecha de la obsolescencia, de las novedades y los inventos convertidos en desechos de una modernidad a la deriva. Todo ello al filo de una exploración de las cosas concretas en las que nuestro autor, coincidiendo con la fenomenología y con el lema husserliano de zu den sachen selbst -hay que ir a las cosas mismas- sitúa toda fuente de conocimiento, aunque colocando su decurso bajo el primado de la materialidad. Por esta razón, los Pasajes están atravesados por una ininterrumpida crítica del capitalismo, cuyo núcleo constante fue el rechazo de la ortodoxia marxista-leninista y su alineamiento con la "Historia y conciencia de clase", de Lukacs, y con la teoría del fetichismo de la mercancía. Para Benjamin, el destino de la cultura se manifiesta en la condición de mercancía de los bienes culturales que, sin embargo, no hace de ellos el simple reflejo del desarrollo económico, ni constituye a la superestructura en el inevitable producto de la infraestructura sino que hace de aquella la expresión de ésta.

El antisubjetivismo de Benjamin en el que tanto insiste Adorno, le empuja a construir su análisis apoyándose sólo en citas, renunciando a todo tipo de comentarios y elucubraciones y situando desnudos frente a frente, por una parte la imponente masa de materiales que ha reunido a golpe de citas, notas y testimonios y por otra sus interpretaciones teóricas, otorgando a los primeros una posición dominante y haciendo que las segundas funcionen como ejes sostenedores del montaje. Por esta razón, la hipótesis de suprimir todo el aparato documental y dejar reducidos los Pasajes al sucinto inventario de los deslumbrantes fragmentos producto directo de Benjamin falsearía completamente su intención y sentido. La connivencia más profunda de Benjamin con la problemática de los Pasajes está, como veremos en las próximas descripciones de los mismos, en su efímera condición espacio-temporal, en su vocación intersticial de microespacios entre dos calles, de tránsito fantasmagórico entre dos épocas, dos mundos.

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