Sánchez Ron realiza una travesía por "las obras inmortales de la ciencia"
El académico pronuncia el discurso inaugural de una feria volcada con el mundo científico
Para que el camino de la cultura se transforme en conocimiento no sólo basta con leer a los grandes clásicos de las letras. También existen fundamentales obras científicas que conviene conocer para construir el camino de la cultura total. Este año, la Feria del Libro de Madrid está dedicada a la ciencia y, por ello, José Manuel Sánchez Ron, miembro de la Real Academia Española (RAE) e historiador de la Ciencia, trazó ayer, en su discurso inaugural, una completa travesía alrededor de las obras científicas fundamentales.
"¿Y la ciencia? ¿No puede presumir esta actividad única en los humanos, de grandes libros, de obras inmortales que deberíamos conocer?", preguntaba Sánchez Ron al inicio de su discurso, que tuvo lugar en el pabellón de Encuentros Fundación Círculo de Lectores. "Sí, claro que sí. En la ciencia también existen ese tipo de libros, grandes obras, a las que también se suele hacer referencia, aunque mucho menos, en los textos generales de historia de la cultura, obras cuya lectura es, como escribió René Descartes en su Discurso del método, 'similar a una conversación mantenida con las gentes más honestas del pasado, que han sido sus autores y, a la vez, una conversación minuciosa en la que nos dan a conocer únicamente lo más selecto de sus pensamientos".
De algunas de ellas habló Sánchez Ron ayer. Empezó por señalar que entre todas las ciencias habría que destacar las matemáticas, la astronomía y la medicina. "Fueron las primeras que inventaron nuestros lejanos antepasados", destacó. Y de la primera categoría, el historiador de la ciencia comenzó a hablar de los Elementos de Euclides. "No hay, en mi opinión, momento superior en la historia del pensamiento griego que el de la composición de los Elementos, la obra matemática por excelencia, en la que con la precisión, elegancia y saber del cirujano mejor dotado se compone un acabado edificio de proposiciones matemáticas a partir de un grupo previamente establecido de definiciones y axiomas, que se combinan con las reglas de la lógica".
El 'centro'
Siguió con el Almagesto, de Ptolomeo. "¿Quién no ha dirigido su mirada hacia el cielo nocturno preguntándose qué hay, cómo pudo surgir?". De esa curiosidad surge este tratado con nombre entre árabe y griego: "Su nombre original debió ser algo así como Gran composición matemática de la Astronomía. Ptolomeo y Almagesto constituyen la cumbre del pensamiento geocéntrico, que finalmente tuvo que dejar su lugar al heliocéntrico, en el que es el Sol y no la Tierra quien se encuentra en el centro".
Pero para eso hay que atravesar los siglos que van desde la época de Ptolomeo (c. 100-175) a los tiempos de Copérnico y Vesalio, concretamente, al annus mirábilis de 1543. Es entonces cuando aparecen Sobre las revoluciones de los orbes celestes, del polaco Copérnico, y La fábrica del cuerpo humano, "un libro sabio y bello" del belga Andreas Vesalio. "No lograron superar los límites que marcaban las disciplinas a las que se referían, pero se puede decir que sus libros fueron revolucionarios, o, cuando menos, que constituyeron los cimientos de futuros cambios revolucionarios, en la anatomía y la astronomía, respectivamente".
Son dos obras que nos llevan de la mano hacia otras cumbres de la edad moderna, "al maravilloso e inmortal Diálogo sobre los dos máximos sistemas del mundo, ptolomaico y copernicano (1632), de Galileo"; al fundamental Discurso del método (1637), de Descartes... Al "grande entre los grandes", según Sánchez Ron, que lleva por nombre Isaac Newton: "Autor del libro sin el que la historia de la humanidad habría sido otra: Principios matemáticos de la filosofía natural (1687)".
En ese libro se introducían las tres leyes del movimiento que todos hemos estudiado en el colegio, la de la inercia, la que dice que masa es igual a fuerza por aceleración, y la denominada de acción y reacción. Y además, en el Libro Tercero, el del Sistema del Mundo, se explicaba, "a través de la gravitación universal, cómo se mueven los cuerpos celestes", resaltó Sánchez Ron.
De la física a la química, con un recuerdo para Antoine Laurent de Lavoisier, con su Tratado elemental de química y su encierro en prisión durante la época del Terror de la Revolución Francesa. Y de ahí al siglo XIX y al XX, primero con El origen de las especies, de Darwin, sin olvidar los Principios de geología (1830-1833), del británico Charles Lyell, o El origen de los continentes y océanos (1915), de Alfred Wegener.
Ramón y Cajal
Pero entre tales eminencias, Sánchez Ron no dejó pasar por alto a científicos españoles, como Santiago Ramón y Cajal, cuyo centenario del Premio Nobel, que consiguió en 1906, se celebra este año. "Dejó un número importante de libros. Uno de ellos, una obra maestra, un gran libro de la ciencia, Textura del sistema nervioso del hombre y de los vertebrados (1899-1905). Aunque conviene recordar también su autobiografía, Recuerdos de mi vida (1901-1917)", afirmó.
Del "siglo de la Ciencia", como Sánchez Ron calificó al XX, éste destacó, además de las aportaciones de Albert Einstein y su Teoría de la relatividad especial y general (1917), los Diálogos sobre la física atómica, de Werner Heisenberg, "creador de la mecánica cuántica"; obras del biólogo evolutivo Stephen Jay Gould como La falsa medida del hombre o la astrofísica de Carl Sagan -Cosmos o Los dragones del Edén-, sin olvidar el Stephen Hawking de Una breve historia del tiempo.
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