La pasión de los Legionarios de Cristo
Roma teme que esta organización aproveche el Congreso Mundial de movimientos, esta semana, para demostrar su fuerza
"Catilina está en el corazón de Roma, y Cicerón no hace nada para aplacarlo". Esta es la sensación agridulce de un ex seminarista de los Legionarios de Cristo, después de ver cómo el papa Benedicto XVI castiga al ostracismo a Marcial Maciel, el fundador, pero "echa piropos" a su poderosa organización. El ex legionario oculta su identidad, y dice hablar en nombre "de una legión" de ex compañeros. Sí hablan, en cambio, los denunciantes que, sometidos a abusos sexuales en el seminario de Ontaneda (Cantabria) cuando eran niños o muchachos, se unieron en 1998 para sentar al fundador legionario en el banquillo de la Congregación para la Doctrina de la Fe, entonces dirigida por el cardenal Josep Ratzinger. Entre ellos, destaca Alejandro Espinosa. Fue uno de los predilectos del padre fundador en el frío caserón de Ontaneda y hoy vive retirado en el campo mexicano, con estrecheces económicas y, aún, amenazado por sus antiguos correligionarios.
Colmó el vaso de su paciencia el que Juan Pablo II llamase a Maciel "un guía de la juventud"
Las palabras de Espinosa las subraya un sacerdote de la Legión residente en Madrid, ya jubilado, también firmante de la denuncia. Unos en Ontaneda, y otros en seminarios de México, todos sufrieron abusos sexuales de su padre confesor. Fueron sacerdotes, la mayoría. Algunos, como Félix Alarcón, lo siguen siendo. Tardaron en "contactarse", pero al final fueron "atando datos", dicen, hasta llenar de credibilidad una denuncia, que llegó al Vaticano, ante Ratzinger, cuando todavía no habían explotado los escándalos de pederastia en la Iglesia de Estados Unidos.
He aquí la identidad de algunos de los denunciantes: además de Espinosa, los hermanos Fernando y José Antonio Pérez Olvera, Samuel Barrales, Arturo Jurado, Juan José Vaca, José Barba y Félix Alarcón. La gota que colmó el vaso de su paciencia fue una frase de Juan Pablo II, amigo y protector de Maciel. El fundador de los Legionarios de Cristo es "un guía eficaz de la juventud", dijo el papa polaco, de visita en México. Era en 1994. Con este sorprendente piropo del distraído pontífice, el fundador legionario, que iba para los altares según el polaco, empezó su caída a los infiernos de la Iglesia romana.
El 25 de marzo de 2005, en el vía crucis del Coliseo, el cardenal Ratzinger, que se preparaba para suceder a Juan Pablo II con un discurso apocalíptico sobre la mala situación del catolicismo, sobre todo en Europa, exclamó: "¡Cuánta suciedad hay en la Iglesia, e incluso más entre aquellos que en el sacerdocio deberían pertenecer enteramente a Cristo". Ya papa, como Benedicto XVI, llama a sucederle en la Congregación para la Doctrina de la Fe (ex Santo Oficio de la Inquisición) a un prelado norteamericano, el ya cardenal William Levada, especialmente sensibilizado con los escándalos de pederastia que algunos de sus colegas, como el cardenal de Boston, habían protegido u ocultado.
Los días de gloria de Maciel, y los de los Legionarios como uno de los movimientos preferidos del papado, estaban contados. Ocurrió el lunes pasado, cuando el Vaticano comunicó en un boletín de su oficina de prensa que Maciel quedaba obligado a renunciar "a todo ministerio público" (misa, presencia pública, confesión...), tras realizar un "examen atento" de las denuncias por abusos sexuales, muchas en España, presentadas contra él.
Pero Maciel y los suyos, unos 70.000 entre curas, seminaristas y miembros laicos, tienen esta semana una ocasión de oro para demostrar sus poderes al Vaticano. No lo harán a las puertas de Roma, como Catilina, sino en el corazón de la Santa Sede. El próximo sábado el Papa se ha comprometido a recibir ante la imponente basílica de San Pedro a los movimientos eclesiales y las nuevas comunidades de la Iglesia católica, que este martes inician su II Congreso Mundial en Rocca di Papa, cerca de Roma.
Entre todos los movimientos convocados a Roma -se espera la presencia en los debates de al menos 250 delegados, además de representantes de la curia y obispos de todos los países-, los Legionarios de Cristo ocupan lugar destacado, a la par quizás del Opus Dei, el Camino Neocatecumenal de Kiko Argüello y el movimiento italiano Comunión y Liberación.
No se descarta que el Vaticano haya precipitado la condena a Maciel para neutralizar la presencia legionaria en el congreso y en la manifestación ante el Papa. Roma tampoco excluye que la organización de Maciel intente hacerse un auto-homenaje ese día, exhibiendo su fuerza de convocatoria, esa que tanto admiraba Juan Pablo II. Las simpatías de éste hacia los legionarios se exhiben como una de los motivos que han llevado a Roma a limitar a un simple ostracismo sacerdotal el castigo a Maciel. Sólo una semana antes de que el tribunal de la Santa Sede notificara la reapertura de la investigación contra el fundador, éste celebró sus 60 años de sacerdote en el Vaticano en un acto al que asistieron Juan Pablo II y su secretario de Estado, cardenal Angelo Sodano.
El grupo Legionarios de Cristo, fundado en México en 1941 -sus estatutos fueron aprobados por el Vaticano en 1983- está presente en 18 países. Ni las autoridades eclesiásticas ni sus seguidores pueden presumir de desconocer las tribulaciones de Maciel ante Roma por acusaciones muy graves. En España fue José Martínez de Velasco, redactor jefe de la agencia Efe para asuntos religiosos, quien primero las desveló, con gran lujo de detalles. Ha publicado dos libros: Los Documentos Secretos de los Legionarios de Cristo y Los Legionarios de Cristo. Dice ahora: "Maciel era muy querido por el anterior papa, siempre le apoyó. Los Legionarios de Cristo siempre estaban en primera fila. Marcial Maciel es un relaciones públicas nato y repartía dones a muchos cardenales para callar bocas. Será duró para él esta sanción, porque su lucha ha sido llegar a ser reconocido como santo. Lo digo en uno de mis libros: santo, como Josemaría Escrivá de Balaguer [el fundador del Opus Dei]".
Normas contra "los delitos más graves"
El proceso contra Maciel, según lo plantean los ocho ex legionarios y su abogada, la austriaca Martha Wegan, tiene dos planos: el de los abusos sexuales y la adicción a la morfina del fundador, y el que éste dominara la conciencia de sus víctimas mediante la dirección espiritual. Es decir, además de los delitos sexuales, que en 1998 podrían estar prescritos, Maciel había absuelto a sus muchachos en confesión. La figura de la absolución del cómplice, uno de los mayores delitos en la Iglesia católica, no prescribe y su examen queda reservado a la Congregación para la Doctrina de la Fe.
La demanda contra Maciel se presentó en Roma en octubre de 1998 con este título: Absolutionis complicis. Arturo Jurado et alii versus Rev. Marcial Maciel Degollado. En mayo de 2001, el cardenal Joseph Ratzinger, hoy Benedicto XVI y entonces presidente de la Congregación para la Doctrina de la Fe, envió la carta Normas de delitos más graves "a los obispos de toda la Iglesia católica y otros ordinarios y superiores", anunciándoles qué actos "más graves quedaban reservados" al único juicio de su congregación. Añadía que la instrucción Crimen sollicitationis "en vigor, promulgada por la Suprema Sagrada Congregación del Santo Oficio el 16 de marzo de 1962, debía ser reconocida por los nuevos Códigos canónicos".
Concluidos los trabajos, Ratzinger comunicó los resultados a los obispos mediante el motu proprio papal Sacramentorum sanctitatis tutela. Entre los "delitos más graves reservados" [a la congregación doctrinal] figuran varios "contra la santidad del sacramento de la Penitencia", como "la absolución del cómplice en pecado contra el sexto precepto del decálogo", y "la solicitación en el acto, o con ocasión, o con el pretexto de la confesión, a un pecado contra el sexto precepto del Decálogo, si se dirige a pecar con el propio confesor".
Las desviaciones del fundador legionario ya fueron investigadas desde octubre de 1956 a febrero de 1959, sin resultado conocido. Durante ese tiempo, Maciel fue suspendido como superior general, y expulsado de Roma. El cardenal Alfredo Ottaviani, entonces el gran inquisidor, encargó al claretiano vasco y futuro cardenal Arcadio Larraona que dirigiese la investigación. Éste envió a sus visitadores al seminario de Ontaneda, pero no resolvió nada.
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