Por el cambio de verdad
Lo de Bolonia?". "Eso es lo de las nuevas carreras, que ahora son de cuatro años". "¿Lo del ECTS?". "Multiplicas el crédito de la asignatura por 1,33 y consigues hallarlo"... Éstas, y muchas otras son las insólitas fórmulas que se escuchan en los pasillos de nuestras escuelas y facultades a lo largo del Estado. Pronunciadas por alumnos y profesores, nadie se salva ante ese gran desconocido llamado Convergencia. Es entonces, cuando las escuchamos los que seguimos de una manera u otra esto del Espacio Europeo de Educación Superior (EEES), cuando se nos cae el mundo encima.
Desde el inicio del proceso de Bolonia, Ritsi (Asociación Española de Estudiantes de Ingeniería e Ingenierías Técnicas en Informática), en representación de los 102.000 estudiantes de ingenierías e ingenierías técnicas en informática, ha estado al pie del cañón: elaboración del Libro Blanco, reuniones con subcomisiones del Consejo de Coordinación de Universidades... El máximo esfuerzo para conseguir llevar la voz de los estudiantes a los foros relacionados con el EEES.
Una cuestión pendiente es la creación y mejora de infraestructuras, así como la inversión en becas
Meses atrás denunciamos la posición escéptica de sectores que no apuestan por un cambio real de la educación universitaria y que están poniendo en peligro el verdadero espíritu que dio inicio a dicha reforma. La consideración de que las nuevas titulaciones son simples cambios en los planes de estudio de las titulaciones actuales, han añadido confusión y ralentizado el proceso.
Afortunadamente, tras la publicación de las intenciones del Gobierno sobre la duración de los grados (3+1), quedan disipados todos esos propósitos de imitación, del "por qué cambiar si estamos bien como estamos", o del "que cambien otros". Así pues, librados de muchas incógnitas que nos han acompañado en este camino, y con la primera hornada de directrices de las nuevas titulaciones, algunos respiran tranquilos. Y se equivocan: tenemos fijada una pata de la mesa, el marco legal. Pero nos queda todo el trabajo: implicar a la comunidad universitaria.
Empezaré el repaso por la deseada aunque escurridiza financiación. Un proceso tan ambicioso en el ámbito académico y social, requiere también de una financiación igual de ambiciosa. Una cuestión pendiente es la creación y mejora de infraestructuras, así como una importante mejora de la inversión en becas, incrementando tanto su número como la dotación de las mismas.
Si queremos un cambio real en las metodologías docentes y una verdadera impartición del crédito europeo, es imprescindible un mayor reconocimiento de la labor docente en el currículo del profesorado, en especial a los esfuerzos realizados por profesores que incorporan innovación a la hora de impartir clase. Para ello, las universidades deben seguir por la senda de fomentar experiencias piloto. Caminante no hay camino, se hace camino al andar.
Si hablamos de contenidos, deberíamos buscar una mayor permeabilidad entre universidad y sociedad. El procedimiento para la renovación de los contenidos de los títulos es demasiado lento y complejo en la actualidad, para ello deberíamos hallar un sistema que permita una mayor flexibilidad a la hora de adaptar ciertos contenidos a las tendencias del mercado. No debemos confundir permeabilidad con rendición, ya que la universidad debe seguir sirviendo para la forja de ciudadanos participativos, críticos y comprometidos, no mera mano de obra para un mercado competitivo y sin ninguna finalidad constructiva para la sociedad.
Los estudiantes tenemos mucho que aportar. Por una parte, la incorporación de los estudiantes en los procesos de evaluación de la calidad teniendo una mayor consideración de sus opiniones a la hora de evaluar la docencia recibida, serviría como instrumento de ayuda para construir una mejor universidad. Por otra: el fomento de la participación estudiantil, otra gran olvidada en todo este camino que nos lleva a una educación superior común. Los representantes de alumnos hemos destacado por activa y por pasiva la imperiosa necesidad de informar al alumnado sobre el proceso.
También hay otros peligros, que no son nuevos. El fantasma de la mercantilización de la universidad será realidad si los grados pierden peso académico y profesional o si los másteres, no están sujetos a precios realmente asequibles para el alumno (además de públicos). Para que los títulos de grado sean socialmente reconocibles y evitar dicha devaluación, se le deberán asociar las competencias plenas para el ejercicio de la profesión y redundar en el carácter de especialización o investigador en los posgrados.
En el caso de nuestros estudios, estamos en la ocasión perfecta para la regulación de nuestra profesión, cerrando así el vacío legal de la actualidad respecto a atribuciones. No se entiende una sociedad que quiere progresar, romper la brecha digital y adentrarse en la llamada sociedad de la información por un lado, y que, por el otro, siga sin dar la importancia que merece la Informática dentro de la economía española y el sector TIC.
En conclusión: el proceso de Bolonia es la excusa perfecta que debemos aprovechar toda la comunidad universitaria para construir una mejor universidad y de todos. Para ello debemos ser valientes y dejar de un lado los intereses propios, pensando en el futuro y en las nuevas realidades. Es la ocasión para revisar los mimbres de nuestro sistema e intentar enmendarlos, sin proceder a la tentación de la adaptación mediante copia. Tenemos el mejor capital humano para llevar a buen puerto este reto, colaboremos todos y logremos un sistema universitario más justo y renovado, adaptado a los nuevos tiempos.
Mikel Salazar Peña es presidente de RITSI y estudiante de Ingeniería Informática en la Universidad del País Vasco.
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