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Reportaje:

Yo te doy masaje; tú me das inglés

Los bancos de tiempo funcionan como un trueque de favores y habilidades entre particulares, empresas y asociaciones

José Carlos Valsera es cinturón negro en kung-fu y da clases de taichi a un grupo de 30 mujeres de mediana edad en San Javier (Murcia). Provee este servicio de forma gratuita para el banco de tiempo de la entidad. El principio que rige este proyecto es el de que las personas son bienes de intercambio. De esta forma, se da un trueque de favores, tiempo y habilidades entre particulares, empresas y asociaciones en donde el crédito se cuantifica en horas.

"La televisión nos tiene atontados, nos quita las relaciones sociales. Estamos asentados en la sociedad del confort", explica Valsera. La reflexión la interrumpe su teléfono móvil. Se trata de Maureen, una jubilada inglesa, que asiste a las clases de taichi y a cambio le da lecciones de inglés a este murciano de 36 años. Cincuenta jubilados ingleses son usuarios de los bancos de tiempo, lo que facilita su integración a la comunidad. Cada vez que se intercambia un servicio, el receptor emite un cheque con las horas de crédito. El talonario se lleva después al banco para hacer el depósito y que puedan llevar el control de los créditos.

Los cheques con las horas se depositan en el banco para llevar un control de créditos
"Ahora que entienden del tema, las amas de casa gastan un pastón en vino", dice Meroño

Los bancos del tiempo funcionan en San Javier desde hace tres años de la mano de la concejal de voluntariado del Ayuntamiento, Querubina Meroño. "La OMS define la salud como un estado de completo bienestar físico, psicológico y social y muchos colegas dejan de lado este último aspecto. Los bancos de tiempo generan un capital social que sería imposible de pagar con dinero y además producen un ambiente en el que todos ganan", afirma Meroño, médico de profesión.

La labor de Rafael González y Ana Molina fue fundamental para que el proyecto terminase de tomar forma. González, Ingeniero informático de 37 años, adaptó un software para que los usuarios tengan acceso a una base de datos en Internet donde se pueden consultar los servicios ofertados y los eventos. Ambos se encargan de llevar un control de las horas que se deben y las actividades que se realizan. También llevan a cabo una intensa labor de difusión: van de casa en casa y tienen un boletín semanal de 20 minutos en una radiodifusora local y una página en el diario mensual del Ayuntamiento.

Molina y González pusieron en marcha un proyecto piloto de escuelas de tiempo en el IES del Mar Menor, con los alumnos de primero y segundo de bachillerato. El pasado 3 y 4 de abril, los usuarios de la escuela de tiempo acompañaron a un grupo de personas mayores de un centro de día, a unas jornadas de consumo organizadas por el Ayuntamiento. A cambio reciben clases particulares de los mayores en las asignaturas que les presentan más dificultades y algunos van a leer cuentos a los chicos más pequeños. Aunque apenas lleva unos meses funcionando, 50 alumnos ya forman parte de la iniciativa.

Naima Khlifi llega a casa de Adriana Martínez para darle una clase de árabe y sobre la cultura de su natal Marruecos. Durante una hora, Adriana recita el alfabeto mientras Naima, con un castellano perfecto a pesar de que llegó a España hace apenas un año, la corrige. A cambio de las clases, Adriana enseña a Naima a hacer footing. Quedan en la playa al alba, pues Naima va cubierta con una hiyab, lo que puede ser poco amigable con el intenso sol del mediodía murciano.

El primer banco de tiempo en España se instaló en el barcelonés barrio de Gracia a mediados de los noventa. En Cataluña hay aproximadamente mil usuarios de este proyecto social. En el de San Javier participan unos 300 usuarios. "Sólo en clases de informática generamos 500 horas al mes", afirma Ana Molina. El número de usuarios tiene el potencial de crecer en los próximos meses pues Molina y González se acercan a asociaciones para que participen. La de amas de casa de Santiago de la Ribera, por ejemplo, ya toman clases de informática, golf, cata de vinos y champán. "Antes los hombres compraban el vino porque las mujeres compraban el más barato. Ahora que ellas entienden del tema, se gastan un pastón cada vez que compran vinos", cuenta Meroño riendo. Las amas de casa retribuirán las lecciones recibidas impartiendo clases de cocina, planchado y lavado.

En el banco de tiempo de San Javier participan artistas, médicos, ingenieros, arquitectos. Personas mayores, jóvenes, españoles y extranjeros. Realizan un amplio abanico de intercambios que van desde los masajes, hasta clases de pintura (que imparte Manuel Llamazares). "Hay otra economía, invisible y que se pasa por alto, que resulta de las familias, los vecindarios y las comunidades, y que opera bajo principios diferentes al de la economía monetaria: solidaridad, lealtad, amor y ayuda", concluye Ana Miyares, de los bancos de tiempo de Estados Unidos y que viajó a Murcia para ver el funcionamiento del proyecto.

Usuarios del banco del tiempo en las jornadas de consumo de San Javier.
Usuarios del banco del tiempo en las jornadas de consumo de San Javier.ANA MOLINA

Ayuda por condones

Los bancos de tiempo nacen en Estados Unidos a mediados de la década de los ochenta. Ana Miyares cofundó el proyecto, renunciando a su trabajo como banquera para gestionar esta "nueva riqueza social". Durante el paso del huracán Wilma por el estado de Florida, los bancos de tiempo ayudaron a reparar y restaurar las viviendas dañadas. En este lugar, se depositan unas 10.000 horas mensuales. "Convencí a un grupo de prostitutas para que ayudaran por la mañana y por la noche dejarlas hacer sus cosas", recuerda Miyares. "A cambio, conseguí que un centro de salud les donara condones. En Washington decían que yo estaba lucrando y haciendo proxenetismo".

En el Reino Unido, los bancos del tiempo tienen un proyecto con presos. Éstos reparan bicicletas que después se envían a Irak. Los créditos que generan se los pagan a sus familias. "Esto les crea lazos con la comunidad y, cuando salen en libertad, su reinserción es un poco más sencilla", afirma Simon Martin, quien dirige este proyecto en el Reino Unido.

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