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Columna
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Volar y respirar

Volar nunca fue tan barato. El auge del turismo popular y la competencia extrema de las compañías de vuelos económicos han tirado los precios. Antes sólo volaban los ricos y al aeropuerto de Barajas iba la gente corriente a ver los aviones los domingos por la tarde. Cruzar el charco en los años sesenta se ponía por encima de las 50.000 pesetas y con ese dinero entonces podías dar hasta la entrada para un piso.

Ahora hay ofertas que te permiten viajar desde Madrid a la lejana Bogotá por 1.000 euros y aterrizar en Pekín por menos de 800, vuelta incluida. A pesar del brutal incremento en el precio del petróleo sólo han subido sus tarifas las grandes compañías, mientras la mayoría de los vuelos baratos aguantan el tipo con una chulería prodigiosa.

Nos quejábamos del zumo y la comida de plástico y ahora en los vuelos lo más que dan es un caramelo

Es verdad que en esas compañías económicas ni siquiera te hacen un poco la pelota, pero tampoco el trato en las otras es ya el que era. Tanto que nos quejamos del zumo de naranja y la comida de plástico y ahora en los vuelos cortos lo más que dan es un caramelo. Pero vuelas, que es de lo que se trata, vuelas a 10 kilómetros por encima del suelo y a 1.000 kilómetros hora.

Vuelas en un cilindro gigante operado con la destreza autómata de un adolescente en su PlayStation. Paradigma y compendio de la vanguardia tecnológica estos pájaros de aluminio han hecho el mundo pequeño.

De Madrid a Colonia por 19 cochinos euros. Una compañía germana oferta vuelos a esos precios de risa advirtiendo de que nunca bromean, "somos alemanes". Lo que hubiera dado la emigración española, de hace cuarenta años por pillar una oferta así. Aquellos currelas que pasearon por media Europa sus tarteras y bocadillos de tortilla envueltos en papel de periódico habrían calmado su morriña en el aire. Ellos se chupaban dos y tres días en vagones de tercera para pasar una simple nochebuena.

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Los "Erasmus" de ahora se plantan en tres horas desde cualquier ciudad europea para ver a la familia el fin de semana. Todo indica que los gestores de las compañías aéreas seguirán avanzando en su estrategia de popularización.

La última aportación de la industria aeronáutica es la posibilidad de llevar a los pasajeros de pie. Airbus, con cierta cautela, comienza a ofrecer la opción de incluir una especie de camilla vertical con una leve inclinación hacia atrás y un saliente a la altura del culo para apoyar el ídem. El sistema viene a ser como el que utilizaban antaño los monjes cantores. Para sacar todo el rendimiento a su caja torácica debían cantar de pie, pero una pequeña repisa que acertadamente llamaron "misericordia" les permitía aliviar el peso de su cuerpo en el coro y aguantar misas mayores.

La moderna misericordia que Airbus propone puede resultar especialmente piadosa para los humanos que pasan del metro ochenta. Ahora en los vuelos con algunas compañías la distancia entre butacas es tan corta que les obliga a realizar ejercicios de contorsión propios del "Gran Houdini".

Otra alternativa para sacar más plazas en los aviones es construir butacas con materiales más fuertes y ligeros. Una especie de minimalismo ergonómico para arañar centímetros, restar peso muerto y gastar menos combustible.

Casi cuatro litros de gasolina consume el pasajero de un reactor por cada 100 kilómetros recorridos. Imaginen lo que puede quemar un vuelo a México con 300 pasajeros a bordo.

La aviación comercial ha incrementado sus emisiones contaminantes un 73% en los últimos 15 años y en la Comisión Europea empiezan a cuestionarse la inmunidad de que goza el sector en los acuerdos de Kioto. Esas bonitas estelas que trazan en el cielo los aviones filtran los rayos del sol durante el día y retienen el calor de la tierra por la noche.

Un informe de EL PAÍS sobre el cambio climático nos recordaba hace poco que en los tres días sin tráfico aéreo que sucedieron al 11-S las mediciones registraron la más alta variación de temperatura entre el día y la noche de los últimos 30 años.

Entiendo que no será fácil levantar un monstruo de 400 toneladas con motores de hidrógeno, biodiésel y mucho menos con energía solar, pero la industria habrá de esforzarse en la consecución de tecnologías limpias, sino quiere limitar su propio desarrollo.

Lo del calentamiento de nuestro planeta no es una broma y, además, de volar más y mejor nos gustaría seguir respirando.

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