"Tuve que decirle a mi padre que intentara suicidarse"
Cuando acabó la Guerra Civil lo metieron en la cárcel, un monasterio, y en seguida le dijeron que estaba condenado a muerte. Se llama Andrés Iniesta López, ahora tiene 84 años. Su delito, ser el hijo del alcalde socialista de Uclés, en Cuenca. Fusilaron a su padre, a quien capturaron el 28 de marzo de 1939; su madre murió, atosigada por los vencedores, unos meses después, y él vivió cada jornada en la prisión, en el monasterio de Uclés, sometido a la brutalidad indiscriminada de sus carceleros. Uno le dijo: "Angelico de mi alma, qué joven vas a morir". Trabajó como penado en el Valle de los Caídos, y cuando ya fue excarcelado recibió la orden de incorporarse a los Batallones Disciplinarios de Soldados Trabajadores Penados que la España de Franco tuvo en sus territorios africanos. En 1947 volvió a Madrid, pero sólo tuvo la libertad definitiva en 1958. Estimulado por el periodista Gilles Gasser, que preparaba en 2003 un documental sobre el Valle de los Caídos, convirtió en libro las notas sobre su vida, que había empezado a escribir cuando los socialistas -como su padre, él es "socialista hasta la muerte"- llegaron al poder, en 1982. Ese libro es El niño de la prisión, que acaba de publicar Siddharth Mehta Ediciones, con prólogo de Juan Luis Cebrián. El niño de la prisión, como le llamaban en prisión. Hablamos con él en la residencia donde vive, cerca de Madrid.
"Yo sacaba comida de donde había cáscaras, sangre y pus; y lo limpiaba todo con el agua del aljibe"
"El delito de haber sido alcalde socialista era pena de muerte. Y a mi padre lo condenaron en 1943"
"Los guardias pegaban palos como si fuéramos ovejas; e iban llamando a gente que ya no volvíamos a ver"
"Soy un vencido; lo que me hicieron, a mi edad, es imperdonable pero lo perdono, aunque olvidar, nunca"
Pregunta. ¿Qué es lo que más duele de todo lo que pasó?
Respuesta. Todo. Pero hubo algunas cosas que fueron más graves. Murió mi madre, en septiembre de 1939. No la vi muerta, en la cárcel de Tarancón. Estaba a 16 kilómetros de mi pueblo, y no me dejaron verla. Y otra cosa: tuve que decirle a mi padre que intentara suicidarse.
P. ¿Se lo dijo?
R. Estaba acosado, muerto de hambre; daba pena verlo, lleno de piojos, igual que todos. Y le dije: "A ti te van matar los del pueblo, seguro, tú no te escapas". No se lo creía, "¿qué he hecho yo para que me maten?". Y le dije: "Lo suficiente para ser enemigo de los vencedores".
P. ¿Qué había hecho su padre?
R. Ser alcalde y haber sido fundador del Partido Socialista en mi pueblo. Había muy pocos alcaldes detenidos entre los que hubo en Cuenca. Pero el delito de haber sido alcalde socialista era delito de muerte.
P. Usted vio cómo lo apresaban.
R. El día que entraron las fuerzas nacionales en Madrid. Días después don Francisco hizo la declaración final de la guerra. Mi madre ya estaba enferma y mi casa se convirtió en un revoltijo. Cuando me cogieron a mí, ella me dijo: "Andrés, ven pronto, que tenemos que ir a ver a tu padre en Tarancón".
P. Y lo iban a fusilar.
R. Lo condenaron a muerte en un consejo de guerra que hubo en Ocaña el 7 de julio de 1943. Lo fusilaron el 15 de diciembre. Conmutaron la pena de algunos de los condenados, pero a mi padre lo fusilaron.
P. ¿Cómo era?
R. Como alcalde, el mejor del pueblo. Generoso. En casa teníamos una tienda de ultramarinos; no había ni día ni noche en que mi madre o él no regalaran comida a los que la necesitaran... Durante la guerra hubo un cambio de alcalde; le sustituyó otro republicano, nuestro pueblo siempre fue republicano. Y cuando acabó la guerra le vinieron a buscar. Gente que él conocía.
P. Usted cuenta en su libro que los falangistas y los franquistas del pueblo fueron muy crueles.
R. Lo fueron. Yo casi no me acuerdo de cómo me sentí entonces, pero imagínese: después de llevarse a mi padre, cuando me vinieron a detener, les pregunté si podía despedirme de mi madre, y me dijeron: "No, tu madre vendrá dentro de poco a buscar tu cadáver".
P. ¿Cómo se sintió?
R. Yo me quedé tan tranquilo... A otros les dijeron que no fueran cobardes, que esto de la muerte era un instante, que no se iban a enterar... En los campos de prisioneros se decían esas cosas... Lo que se dice que pasó en el Holocausto de Hitler se queda pálido ante lo que yo vi. Aquello no lo viví, pero esto lo vi directamente. Los guardias pegaban palos como si fuéramos ovejas; e iban llamando a gente que ya no volvíamos a ver, escuchábamos las torturas...
P. ¿Cómo siente ahora todo eso?
R. Cuando estaba allí casi no me daba cuenta de esas cosas; ahora me acuerdo más que entonces; que aquello no debe ocurrir otra vez, sería el final del mundo. No siento rencor, y pido perdón si en mi libro ofendo a alguien.
P. Les decían en la cárcel: "Os vamos a machacar, para que la mala hierba no crezca más". ¿Cómo sería su actitud si se encontrara con sus carceleros?
R. Ya ha pasado. Me encontré con uno; huía de mí, y yo quería tener una conversación con él...
P. Un chico del pueblo se negó a cavar fosas...
R. Sí, cuando se produjeron los primeros fusilamientos. Se enfrentó a quienes se lo ordenaban, el comandante de la plaza y los falangistas del pueblo, después de haber fusilado a los primeros cinco prisioneros. El chico le dijo al que le mandaba: "Tú tienes mucho que ocultar". Había sido teniente de la República, y no fue capaz de replicarle al chico.
P. Dice usted que en la cárcel estaba tranquilo, porque tenía salud...
R. La salud era importante para aguantar aquello. Por el hambre. Yo sacaba comida de donde había cáscaras, sangre y pus; lo limpiaba con el agua del aljibe, que además estaba lleno de piojos, por la ropa que allí lavaban... Me comía 400 gramos de cáscaras de naranja, alguna patata podrida, calabaza... Llegué a pesar 35 kilos.
P. Y seguía siendo el niño de la prisión...
R. Así me llamaban. Los compañeros, los carceleros. Un día me dijo uno: "Andrés, me van a fusilar; me despediré de ti cuando lo vayan a hacer, lo verás". Lo vi. Había una sala con una ventana desde la que se veía a los que iban a matar. Y le vi, se llamaba Zoilo Santiago Guijarro, y cuando lo iban a fusilar me gritó: "¡Andrés, niño de la prisión, que tengas más suerte que yo! Un abrazo que no te puedo dar, porque voy atado". Eso me dijo el fusilado aquel día. No se me olvida nunca el nombre.
P. Escuchar los fusilamientos.
R. Era algo terrible. Un silencio sepulcral. No se escuchaba ni una mosca. Y los disparos.
P. ¿Qué se decían entre ustedes?
R. A veces teníamos que consolar a algún padre o a algún hijo. Fusilaban a un padre o a un hijo. Los padres se daban contra la ventana, querían morir. Fusilaban en nombre de Franco. De la justicia de Franco.
P. Fue cruel.
R. Muy cruel. Franco fue muy cruel. ¡Pinochet ha matado a cuatro en comparación con él! Mató a miles. El pueblo español sufrió las consecuencias de que aquel señor sacara el Ejército a la calle contra el Gobierno de la República, que había sido legalmente constituido en unas elecciones libres y democráticas el 16 de febrero de 1936.
P. Se rompió aquel país.
R. Lo masacraron. Si aquella intentona fascista no se produce en España no pasa nada. Pero, claro, estaban el clero, el capitalismo, el Ejército. Todos en contra del Gobierno de aquella época.
P. ¿Y ahora está recompuesto el país?
R. Para mí, no; no veo que la derecha tenga intención. Mire lo que hacen con lo de ETA. Están intentando, erre que erre, que no salga lo que quiere Zapatero. A un Gobierno que quiere pacificar se le ayuda.
P. Se salvó de la cárcel, pero le llevaron de soldado a un penal militar de Marruecos...
R. Aquello era un escándalo. Igual que Uclés. Sólo que allí gozabas del aire, y en Uclés no. En Uclés padecimos los piojos, las chinches, las matanzas...
P. ¿Y qué España vio al volver?
R. Igual que cuando me fui: no podías hablar, escuchábamos la radio (la Pirenaica) a escondidas; y tenía que ir cada día a presentarme a las autoridades... Volví al pueblo; no se acordaban de mí, cómo si yo no me diera cuenta de por qué no se acordaban de mí. Y me vine a Madrid; me dio trabajo la compañía Euskalduna, de reconstrucción y reparación de buques; daba trabajo a los que habían sido presos; aquí reparábamos y construíamos material ferroviario. Estuve 34 años. Hasta que me jubilé. Me casé pronto, después de volver de Marruecos, con Eulalia, murió el año pasado. Lo peor que me ha ocurrido. Peor que la guerra.
P. Hay un proceso de reconstrucción de la memoria históri-ca...
R. Trabajan en mi pueblo. El año pasado sacaron 55 cuerpos de fusilados, enterrados en las fosas comunes, y este año, el 18 de julio, empiezan otra vez. No sé por qué tienen que trabajar sólo en verano. No lo sé. Y me parece muy bien que se reconstruya el pasado: a aquella gente la mataron sin más, no habían hecho nada. Miles y miles de españoles no saben qué pasó.
P. ¿Cómo le marcó su tiempo en el episodio del Valle de los Caídos?
R. Teníamos que picar piedras gordas hasta hacerlas pequeñitas; y picabas con un mazo gordo; picaban ingenieros, médicos, químicos, maestros de escuela...
P. ¿Sintió en algún momento que no iba a perdonar nunca?
R. Nunca lo dije. A pesar de lo de mi padre. A pesar de lo de mi madre. Y ahora publico este libro para que la gente sepa de lo que ocurrió en la posguerra con los vencidos; yo soy un vencido; lo que me hicieron, a mi edad, es imperdonable, pero lo perdono todo, pero lo llevo aquí siempre, no puedo olvidar. El olvido nunca.
P. Le hará gracia que ahora la gente le asocie con ese futbolista del Barça.
R. ¡Iniesta! Me gustaría escribirle, y me gustaría que fuera un héroe del Mundial, con ese nombre que es el mío: Andrés Iniesta.
Babelia
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