La ultraderecha avanza sin freno en Bélgica
Varios alcaldes belgas amenazan con romper el pacto para impedir a los ultras de Flandes la entrada en los ayuntamientos
Relucientes coches de lujo descansan aparcados en la plaza de Schoten, una próspera ciudad belga de 33.000 habitantes próxima a Amberes. Empieza a caer la tarde y apenas queda gente en las calles de esta tranquila localidad, en la que no hay grandes problemas de criminalidad, ni de desempleo, ni de integración de los inmigrantes. Todo está limpio y ordenado en Schoten, donde uno de cada tres votantes lo hace por la extrema derecha y cuyo alcalde, el democristiano Harrie Hendrickx, ha alzado la voz para pedir el fin del cordón sanitario: el pacto alcanzado a principios de la década de los noventa por todos los partidos belgas y que pretende relegar al Vlaams Belang, la extrema derecha flamenca, a la oposición de por vida.
"Mucha gente se nos acerca no por nuestra ideología, sino para quejarse del Gobierno"
"Está claro que nos encontramos ante un partido racista, pero le ha votado un 35%. Eso es la democracia. Prohibirles gobernar les convierte en víctimas y les hace ganar votos. Si gobernaran, la gente verá que son incapaces de cumplir sus promesas", dice Hendrickx en su despacho municipal.
Hace tiempo que Bélgica discute la eficacia del cordón sanitario impuesto ante el imparable ascenso de la extrema derecha desde 1991. El partido neofascista flamenco obtuvo en Flandes -la mayor región de Bélgica, con seis millones de habitantes- el 25% de los votos en las elecciones regionales de 2004, y esa cifra ronda el 35% en Amberes, la primera ciudad flamenca y la segunda en importancia del país, después de Bruselas. Pero desde que, hace 10 días, un neonazi -sobrino de una diputada del Vlaams Belang- asesinara en pleno centro de Amberes a una mujer negra y a una pequeña a la que cuidaba y disparara contra una joven de origen turco, el debate sobre qué hacer para frenar el avance de los extremistas en Bélgica ha vuelto a salir a la calle, a cinco meses de las elecciones municipales. Unos piensan que nunca deberían acceder al poder; otros, como Hendrickx, que los extremistas se desgastarán si gobiernan. Esta semana, varias formaciones políticas han presentado una solicitud en la que piden el fin de la financiación pública al Vlaams Belang, sustentada en declaraciones racistas de sus miembros.
"La extrema derecha lleva creciendo desde 1991, pero esto no es un fenómeno exclusivamente belga. Noruega, Suiza, Dinamarca, Austria...; de repente llegan partidos que son los primeros en sacar a la luz temas como la seguridad, la criminalidad o la inmigración", explica Kris Deschouwer, politólogo de la Universidad flamenca Libre de Bruselas (BUV) y autor de varios libros sobre el comportamiento electoral de los belgas. Y es precisamente a Europa adonde miran muchos ahora en Bélgica en busca de soluciones. "Hay un debate sobre el desgaste en el poder con la experiencia austriaca como telón de fondo", dice Pascal Delwit, doctor en Ciencias Políticas de la francófona Universidad Libre de Bruselas (ULB). En casi tres años en el poder, el partido del ultraderechista Jörg Haider pasó de un 27% a un 10% de los votos en Austria. Delwit se refiere también al caso holandés, donde la Lista Pim Fortuyn se desplomó apenas seis meses después de tocar el poder en un Gobierno de coalición. "Pero no está tan claro, porque también hay experiencias exitosas de gobierno de la extrema derecha en Dinamarca", añade.
El diputado liberal Jean-Marie Dedecker, haciendo oídos sordos a las consignas de su partido, defiende la ruptura del cordón sanitario. "Cuando la gente vota, tiene derecho a que su partido gobierne. El cordón sanitario no funciona. Hace 15 años que lo pactamos y mientras, la extrema derecha sigue creciendo", dice Dedecker, conocido provocador de la escena política belga. "Los socialistas no quieren ni oír hablar de esto, porque para ellos el cordón es su seguro de vida. Con el Vlaams Belang fuera del Gobierno, hay que pactar forzosamente con los socialistas. La mayoría de Flandes vota a la derecha y, sin embargo, acaba gobernando la izquierda". Al menos una decena de alcaldes, algunos bajo el anonimato, dicen adherirse a las tesis de Dedecker. Mientras decenas de personas colocan flores frescas en el lugar en el que cayó abatida la niñera africana en el centro de Amberes, a pocos metros, en la flamante sede del Vlaams Belang, el portavoz del partido, Philippe van der Sande, desmarca a su formación de los asesinatos y habla del futuro político en Flandes. "Las coaliciones imposibles nos han convertido en el único partido de oposición en muchos municipios, donde canalizamos todas las insatisfacciones. En Amberes, mucha gente se nos acerca no por nuestra ideología, sino para quejarse del Gobierno". Y continúa: "El cordón sanitario no nos deja gobernar, pero tampoco equivocarnos, ni implicarnos en casos de corrupción. Eso nos da muchísimos votos", sostiene el portavoz.
¿Explican los votos de protesta o el tirón de su líder, Filip de Winter, considerado uno de los mejores oradores de la escena política, el enorme éxito de la extrema derecha en Bélgica? No sólo. A pesar de que el Vlaams Belang mide sus palabras para esquivar la acción de la justicia, a diferencia de los otros partidos, deja de lado la corrección política, lo que le hace muy atractivo. Sus militantes abordan sin tapujos temas que a la gente le preocupa, como la inmigración o la criminalidad, y lo hacen desde la xenofobia y el racismo. "Tenemos que seguir siendo flamencos y seguir rigiéndonos por los valores judeocristianos. Hay que ser severos con la inmigración; los que no estén de acuerdo con nuestro sistema, que se vayan, nosotros no creemos en la sociedad multicultural. En Amberes hay demasiados inmigrantes", asegura el portavoz del antiguo Vlaams Block, que en 2004 cambió su nombre para evitar nuevas querellas después de una condena por difusión de mensajes racistas. Y junto al discurso xenófobo, el ultranacionalista: la lucha por la independencia de Flandes.
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