Un ego inabarcable
Lluís Homar, protagonista de El hombre de teatro, es un actor magnífico. Su interpretación del monólogo de Las bodas de Fígaro consiguió, hace unos años, lo imposible: que todas las butacas del teatro de la Comedia dejaran de crujir durante 10 minutos. También se metió al público de Madrid en el bolsillo en Te diré siempre la verdad, biografía escénica donde hacía de sí mismo.
Bruscon, su personaje en la comedia de Thomas Bernhard que se representa en la Abadía, es un déspota, como los protagonistas de El reformador del mundo, La fuerza de la costumbre y Una fiesta para Boris. Se cree el eje del universo. Es primer actor y autor de una compañía familiar, en gira por la Austria profunda. Desprecia al público, a los suyos y al dueño de la posada donde paran. No pierde ocasión para ofenderles ni les deja hablar. Despotrica contra los nazis, pero no es mejor que ellos.
El hombre de teatro
De Thomas Bernhard. Traducción: Eugeni Bou. Intérpretes: Lluís Homar, Lina Lambert, Jordi Vidal, Silvia Ricart, Oriol Genís, Lurdes Barba y María de Frutos. Luz: Albert Faura. Vestuario: María Araújo. Escenografía: Lluc Castells. Dirección: Xavier Albertí. Teatro de la Abadía. Madrid, hasta el 28 de mayo.
Bernhard vierte pestes contra su país y contra el teatro por boca de su criatura. Puntúa la comedia con un humor vitriólico. La estira. Lluís Homar sostiene su diatriba durante dos horas sin aflojar. Hace a Bruscon seductor, divertido: le presta su encanto. Quizá se ha enamorado de él más de la cuenta. Hay momentos en los que debería parecer terrible, y resulta simpático. Xavier Albertí dirige con buen gusto, pero mueve a los personajes secundarios como a títeres: los aplana aún más. En ese registro destacan las brevísimas intervenciones de Lurdes Barba.
Babelia
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