¿Los últimos serán los primeros?
Con cierta periodicidad se publican los resultados de diferentes estudios que coinciden en señalar el relativo estancamiento de la convergencia regional en España. Hay indicios evidentes de que la desigualdad en renta per cápita de las regiones españolas no ha disminuido desde finales de los setenta. Y ello a pesar de contar con escenarios favorables como la llegada de los fondos estructurales europeos o la aparición y reforzamiento de los gobiernos autonómicos. Además, en el contexto de las actuales reformas de los Estatutos de Autonomía, cabe suponer que se produzca una alteración sensible de la cantidad de recursos públicos a disposición de las CC. AA., una buena parte de los cuales serán encauzados directa o indirectamente hacia objetivos de crecimiento y convergencia.
Recientemente, la Fundación de las Cajas de Ahorros ha puesto de manifiesto que nuestra región, a pesar de sus elevadas tasas de crecimiento, continúa en unos niveles de renta per cápita inferiores a la media nacional. Además, esta cifra lleva lustros oscilando en un intervalo del 75-80% de la renta per cápita española. ¿Cuál puede ser la explicación? La respuesta no es fácil ni definitiva.
La teoría clásica del crecimiento económico precisamente avanza la conclusión contraria: las economías que parten de posiciones más atrasadas tienden a crecer más rápido que las regiones más desarrolladas. Ello se debe a que la productividad del capital y del trabajo es mayor cuanto menor es su cantidad, y ello es propio de economías relativamente más pobres. En cierta medida podríamos expresarlo con la sentencia bíblica de que los últimos (en renta per cápita) serán los primeros (en tasas de crecimiento), y ello permitiría la convergencia.
Sin embargo, desde las teorías de crecimiento endógeno se argumenta en sentido contrario, más en la línea de lo que se aprecia en el mundo real. Las productividades del capital y del trabajo no disminuyen conforme aumenta el grado de desarrollo sino más bien lo contrario, como consecuencia de la existencia de economías de escala, del continuo aumento de los conocimientos a través de la experiencia que genera la propia actividad económica (learning-by-doing), o de las mayores posibilidades tecnológicas. Así, las sociedades más prósperas son las que a su vez consiguen mantener y aumentar sus elevados niveles de vida.
Hay, además, otro aspecto que no debería pasar desapercibido en los debates públicos sobre esta cuestión y que contiene una notable carga normativa: las distintas economías pueden caminar hacia niveles de renta per cápita distintos en el largo plazo. Si esta afirmación fuese cierta, el PIB per cápita de Andalucía jamás alcanzaría, por ejemplo, al de Cataluña o Madrid. Esta afirmación suena demasiado contundente pero la evidencia empírica existente, tanto a escala regional como internacional, muestra que no es nada inverosímil. En esta situación, las políticas activas de los gobiernos pueden desempeñar un papel crucial, pues se trataría de actuar no sobre los procesos de crecimiento en sí mismos, sino sobre los determinantes de esa tasa de crecimiento a largo plazo.
¿Qué puede estar ocurriendo, pues, con Andalucía, que no consigue superar el 80% de la renta per cápita española? En un reciente estudio hemos analizado la naturaleza del proceso de crecimiento de la economía andaluza en los últimos 25 años y los resultados son reveladores. En primer lugar, confirmamos la hipótesis de que el PIB per cápita de las distintas regiones españolas evoluciona hacia distintos valores a largo plazo. De otra forma, existen factores estructurales que, de seguir presentes, nos impedirán alcanzar los niveles de renta per cápita de las regiones más avanzadas. Y ello a pesar de que la velocidad con la que nos aproximamos a este nivel de renta "andaluza" a largo plazo sea considerablemente elevada, tal y como detectamos en nuestra investigación.
En segundo lugar, resulta especialmente ilustrativo encontrar una fuerte dependencia de la renta per cápita a largo plazo respecto de las condiciones iniciales de partida. Es decir, que los últimos no serán los primeros, sino que los que eran ricos en 1980 van a seguir siéndolo, y los pobres también. Este hallazgo cuestiona la versión más estricta de la teoría neoclásica (convergencia prácticamente automática) y sitúa a los gobiernos en la encrucijada de modificar las variables que determinan, a la postre, la renta a largo plazo. Estaríamos hablando de la tasa de ahorro, de la tasa de inversión, de la dotación de una fuerza de trabajo cualificada, del funcionamiento de los mercados de capitales y de trabajo, de los incentivos a la innovación, etc. En definitiva, se trata de un conjunto de argumentos que irían más allá de la mera construcción de infraestructuras de transporte, que ha sido hasta el momento el principal instrumento de las políticas regionales en España y Europa.
Diego Martínez y Jesús Rodriguez son profesores de la Universidad Pablo de Olavide.
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