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Crítica:CLÁSICA | Le Concert Spirituel
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Fiesta en el Retiro

No cabía un alfiler en los alrededores del estanque del Retiro. Naturales y forasteros, visitantes y nuevos vecinos de esta villa en permanente estado de sitio, chulapos de gorrilla y chalina, chulapas de clavel reventón y mantón de Manila, familias completas, clásicos y modernos, gentes muchas que no habían ido a un concierto en su vida se citaban para asistir -y gratis- a uno que no olvidarán ni ellos, desde la maravilla del asombro por lo antes desconocido, ni nosotros, a veces tan de vuelta.

Hubo olfato popular, esa rara solidaridad que sólo se da en la Cabalgata de Reyes -"pase, pase, no faltaba más", "los niños aquí, en primera fila", "¿hace un granizado de limón?"- y hasta, al final, lo vieron mejor el señor Julián y la señora Petra -por citar sólo a un par de espectadores-, pegaditos a la orilla del estanque, que el alcalde de Madrid desde el espacio reservado a los invitados de postín. Hubo protestas leves por parte de algunos asistentes que estimaban tal diferencia como de un clasismo intolerable y amenazaban con saltar la valla. Pero en cuanto comprobaban que los sitios buenos no eran ésos la bronca perdía fuelle.

Le Concert Spirituel

Hervé Niquet, director. Händel: Música acuática. Música para los reales fuegos artificiales. Parque del Retiro. Madrid, 15 de mayo.

Hervé Niquet y Le Concert Spirituel hicieron ese Händel que conocíamos por los discos -estuvieron en aquella primera serie ofrecida en su día por EL PAÍS a sus lectores-, glorioso, festivo, espectacular y fiel en contingente y en estilo, con la necesaria amplificación que no impidió medir su clase. La Música acuática primero y después la Música para los reales fuegos artificiales, que tocaron dos veces. La primera tal cual y la segunda con los susodichos fuegos.

Y ahí estuvo el otro triunfador de la noche, que responde a la razón social de Pirotecnia Caballer. De Paterna, Valencia, según me dijo un espectador avisado. Y este crítico, al que desde niño fascinan los fuegos artificiales, puede asegurar y asegura que los de la noche del Día de San Isidro fueron emocionantes, arte del bueno. No merecía menos ese nuestro patrón que se hizo santo sin dar golpe.

Pero lo más importante es que la coordinación con la música fue perfecta, de manera que unos y otra se ajustaron con perfección milimétrica, como si monsieur Niquet y el señor Caballer -mis respetos a los dos- llevaran media vida trabajando juntos. Y para rematar, la imagen fantasmagórica de la estatua de Alfonso XII entre los restos del humo y la luz moribunda de las pavesas, elevada por un día a la pobre pero honrada mitología madrileña. Qué hermosura.

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