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DE LA NOCHE A LA MAÑANA
Columna
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Pleitos tengas y los ganes

Para decirla, gorda

Ya que no se socorre como se debiera a millones de personas que quieren vivir con dignidad, podría atenderse al menos la demanda de los que precisan de ayuda para obtener una buena muerte

Unos policías retienen en Madrid durante unas cuatro horas a dos personas, de las que luego se supo su condición de diputados por el Partido Popular, porque estaban amedrentando por lo menos a José Bono, cuando era ministro de Defensa, y les cae un puro de los gordos sin comerlo ni beberlo, bajo forma de sentencia carcelaria por un juez disparatado, y allá que salta Zaplana (¡Zaplana!), todavía portavoz del partido en la oposición, para decir que la detención de sus compañeros de partido es el escándalo más grave de la democracia española desde el 78. No es la memoria el fuerte de ese sujeto. Primero, porque la Policía, ante trifulcas de orden público, primero detiene o retiene y luego ya se verá, y nadie hasta ahora había juzgado a la Policía por cumplir con su obligación. Y segundo porque Zaplana no parece el tipo más indicado para confeccionar la lista de los escándalos contra la conciencia o la práctica democrática, salvo que se incluya en la pole position.

Velas y vientos

No teman, no me dispongo a trasladar a mi horrible castellano los versos del magnífico poema de Ausiàs March. La cosa es más prosaica, aunque he de decir que no entiendo por qué ni se menciona al poeta para nada con ocasión de un acontecimiento de tanta mar y tanta vela como la Copa del América. Ahí tendrían nuestras autoridades locales y autonómicas una magnífica ocasión para vincular esa rentable distracción de señoritos con los antecedentes más sublimes de nuestra cultura. Pero esa curiosa pareja formada por Francisco Camps y Rita Barberá está más ocupada en desear con todo el remo que el Gobierno socialista se desentienda del asunto, sin conseguirlo del todo, que en hacer las cosas como es debido. La gestión de un evento de esa clase, que tantos beneficios habrá de reportarnos, no puede quedar en manos de inquilinos transeúntes de nuestras instituciones. Es una cuestión de Estado. Del estado de idiotez en que vamos navegando.

Los poetas vivos

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Creo que ningún poeta se ha hecho rico con sus versos, salvo, quizás, Pablo Neruda, la viuda de Juan Ramón Jiménez y los herederos de José Gandía Casimiro. Lo más común en la poesía de ahora mismo es que el autor se gane la vida en la enseñanza secundaria, siempre tan necesitada de hombres de letras, o que ocupe en horario de mañanas cualquier despacho de las abundantes Diputaciones de este mundo. Bien mirado, es una suerte, ya que nada conviene menos al poeta que verse sometido a la presión de ganarse la vida con la excelsitud de lo que escribe, una necesidad que conviene desplazar hacia la seguridad de la nómina para tener la mente en blanco. Sin ir más lejos, Espriu trabajaba en un banco y Gil de Biedma hacía de gerente delegado de Tabacos de Filipinas. Otra cosa es la novela, sobre todo la de mercado, que se distingue de la cocina del mismo apelativo por su propensión estomagante. ¿Vale la pena seguir con esta reflexión? Lo haremos.

Abuelito Freud

Se descuelga este periódico con un irónico editorial sobre los méritos de la obra y la huella de Freud en nuestra cultura, y saltan los sociobiólogos o los psiconeurólogos para asegurar que la mirada acerca de la conducta debe centrarse sobre Cajal y sus circunvoluciones y no sobre el fundador del psicoanálisis. Se ve que están más de acuerdo con los de psico que con lo de análisis. Qué le vamos a hacer. El terreno de Freud fue el de las iluminaciones, en un final de siglo muy propenso a ellas, quizás con el apoyo químico de la cocaína. Nada que reprocharle. El continente que creyó descubrir se convirtió en un filón para sus epígonos. Nada menos que atender el malestar de los enfermos mediante la palabra dicha, con el truco de la atención flotante del que se supone que sabe. Una bicoca en los albores de la civilización de la muchedumbre solitaria, terreno sembrado para la impostura de los charlatanes. Un pleno al quince.

Morir en vida

Se supone a la vida humana un fuerte instinto de conservación que lleva a afrontar toda clase de adversidades sin recurrir al suicidio, al tiempo que la voluntad de darse muerte padece el estigma del fracaso vital, de la enfermedad mental y de la interdicción de muchas religiones. Existen, como todo el mundo sabe, situaciones excepcionales. De una depresión se sale, pero una dolencia terminal se convierte a menudo en un calvario sin remedio. Para quienes han tenido ocasión de asistir a la inapelable y prolongada agonía irremediable de un ser querido, la cuestión no debería de ofrecer dudas. Mejor morir bien y a sabiendas que sobrevivir en un estado que convierte a la persona en un lastimoso remedo de una supervivencia atroz y sin sentido.

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