Domingo sin misa en Sinarcas
El embargo religioso decretado por el arzobispo de Valencia al pueblo de Sinarcas, que durará hasta que su alcalde se disculpe por las "graves ofensas" a la Iglesia y al párroco local, no parece haber hecho mella en sus 1.234 habitantes siete días después de haber comenzado.
Ayer, una semana después de la última misa oficiada en el pueblo, que acabó en una cacerolada contra el cura Javier Abad, Sinarcas presentaba el aire "pacífico y tranquilo" de cualquier domingo. La iglesia permanecía cerrada y sus habitantes expresaban la misma determinación: "El pueblo ya le ha pedido al alcalde que no pida perdón. Y si la Iglesia quiere arreglar las cosas, que se lo lleven", afirmaba Pilar Díaz, de 49 años, que recorrió 26 kilómetros hasta el pueblo de Garaballa, en la provincia de Cuenca, para oír misa.
Los feligreses acuden a otros municipios o siguen el culto por televisión, mientras el pueblo mantiene el rechazo a su párroco
Sinarcas (La Plana de Utiel) tiene siete tiendas y cuatro bares, un pequeño polígono industrial y hectáreas y más hectáreas de viñas, que son la verdadera industria del pueblo. Sus vecinos no parecen fáciles de perturbar. "Si no hay misa, pues no hay, ¿qué le vamos a hacer? Echar mano de la tele", respondía Marcelino Viana, de 74 años, que ayer siguió el culto de boca del cardenal y vicepresidente de la Conferencia Episcopal, Antonio Cañizares, que presidió la Missa d'Infants en Valencia.
El pueblo mantiene una relación muy especial con Cañizares, que nació en Utiel pero se trasladó de niño a vivir a Sinarcas. Aquí fue ordenado sacerdote, en 1970, y aquí oficia misa un par de veces al año. El Ayuntamiento, gobernado por el socialista Fidel Clemente desde hace 20 años, le nombró hijo adoptivo en agosto de 2003. No es raro oír decir a un sinarqueño que conoce al cardenal y, con afecto, que si él quisiera el asunto "se resolvía en el acto".
Todos hablan con respeto de Cañizares y casi todos se refieren al párroco Abad, que tiene 34 años, con acritud. La mayoría sitúa el origen del enfrentamiento en el verano pasado. El párroco, que sólo llevaba unos meses en Sinarcas, advirtió de que en una de las carrozas de las fiestas patronales se estaba representando una boda homosexual y que uno de los vecinos, disfrazado de sacerdote, simulaba levantar un cáliz sobre ellos.
Aquella "grave ofensa a la eucaristía" llevó a Abad a pedir disculpas oficiales al Ayuntamiento. El alcalde se resistió, argumentando que las carrozas las realizan los vecinos por su cuenta, y que nunca han necesitado pedir permiso municipal.
Después vinieron los artículos publicados por Abad en la prensa, en los que criticaba los excesos alcohólicos de las fiestas locales. La respuesta de los jóvenes, que convocaron un botellón en la puerta de su casa. Y la cacerolada del domingo 7 de mayo, tras la que el arzobispo García-Gasco decretó la suspensión de las misas.
Pero Sinarcas es un pueblo pequeño y los agravios atribuidos a Abad, ciertos o no, corren de boca en boca. En el bar Pepe y en el bar Pocholo los parroquianos afirman que el cura rechazó bautizar a un niño, entre otras cosas, porque sus padres no frecuentaban la iglesia. Una acusación desmentida por Abad y confirmada por el padre del chaval, Francisco José Navarro. Y en todo el pueblo se ha extendido la teoría de que el día de la cacerolada, justo antes de subir a un automóvil y abandonar Sinarcas, el sacerdote se dio la vuelta y alzó un dedo "como cuando se quiere insultar". La verdad, explica el párroco, fue que levantó el dedo mientras les reprochaba que fueron "40 contra uno".
En tanto se llega o no a la reconciliación, dice Amadeo Monterde, de 78 años, que ayer fue a oír misa a Utiel, "pasa como cuando la guerra de España. Al ganar Franco, el resto de naciones hicieron un embargo para castigarlo. ¿Pero a quién castigaron? A nosotros, porque no creo yo que Franco pasara hambre. Pues aquí, igual".
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