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Columna
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Superheroínas contra 'depradator'

Jesús Ruiz Mantilla

Qué rabia me ha dado perderme ayer el primer gran show del año. Estoy fuera de Madrid, pero todavía puedo llegar a la segunda parte. Me había tomado la molestia de fijarme en cuál de los árboles sanos del paseo del Prado podría producirse el evento. La verdad es que todos poseen encanto y talla suficiente para que no desentonen en lo que puede ser todavía la gran foto del año: ¡Tita Cervera atada a un plátano! Quiero decir a un tronco, vamos, en fin, a un árbol, a una especie de árbol que así se llama sin que por ello nadie se deba sentir ofendido. Es su nombre y ya está, no le den más vueltas.

A la propuesta se han ido uniendo partidarios y partidarias. Poco le ha faltado Esperanza Aguirre para apuntarse a la causa: cualquiera vale, contra el alcalde. "La arboleda va a seguir donde está", dijo la presidenta en ese tono tajante que se gasta ella a veces. El caso es meterle el dedo en el ojo a su compañero de partido. Que si las alcantarillas, que si los parquímetros, que si el control del partido, que si tú eres del Madrid, yo del Atleti. Entre ellos dos, el ciudadano va entreteniéndose en eso del juego de la política porque si de la inexistente oposición dependiera, aquí nadie se comería una rosca.

Bastante mal trago tuvo que pasar Aguirre ya la semana anterior regalándole un cuadro a su encantador enemigo en el que Gallardón estaba con las manos en los bolsillos. Mala postura. Porque a ver así, de esa guisa, quién reacciona cuando te meten una puñalada por la espalda. Menuda representación. A él se le quebró la voz y todo. Pero, mira, le pasa lo que le pasa por fiarse. Fue salirse del cuadro y ya le estaban buscando las vueltas con esto del Paseo del Prado.

La verdad es que don Alberto también va por ahí provocando. No lo va a poder arreglar ni cediéndole el retrato a la baronesa para su colección particular. ¡Talar 700 árboles! Hombre, a quién se le ocurre. Más después de haberse cepillado unos cuantos miles por la M-30 de los que, por cierto, nadie parece acordarse porque donde van a parar unos árboles de la periferia en comparación a otros del centro, por Dios. El caso es que uno no sabe con qué parte quedarse. Cuando el alcalde saca su lado depredator, no hay quien le tosa. Pero todo puede pasar después de la alianza de estas dos superheroínas, Tita y Esperanza, contra el insaciable taladrador. Por ahora se han ganado a los ecologistas y los derechos de emisión de la serie, que los tiene Telemadrid, la cadena donde se cumplen todos nuestros sueños.

Yo, sería más sutil. Le calmaría ese furor de motosierra dándole un paseo por Buenos Aires. En pocas ciudades hay tanto respeto a los árboles y a la vegetación. Saben que pintan la ciudad con una paleta que puede llegar a emocionarte, a alegrarte el día y a relajarte. Atemperan el ritmo y se les coge cariño. Cuando te das un voltio por la Recoleta, donde te topas con ese maravilloso gomero de 200 años que parece un bosque en sí mismo y es venerado por toda la ciudad con el mismo orgullo que presumen de sus librerías de viejo, uno cae en la cuenta de que no molestan a nadie y que hasta pueden llegar a convertirse en un símbolo contundente.

Un símbolo de arraigo ciudadano, una de las cosas de las que Madrid no anda muy sobrada. En Buenos Aires, donde me ha tocado pasar esta semana, me ha dado por fijarme detenidamente en los árboles. Pero, aunque no me lo hubiera propuesto siquiera, ellos habrían logrado captar mi atención. Aquí, los árboles crecen con la misma libertad que las grúas en Sanchinarro, con una dulce voracidad que resulta lo contrario al feísmo y al estruendo que producen las taladradoras.

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Por los parques, en el centro y en las afueras, en las zonas residenciales, por ese barrio donde Alberti plantó su "arboleda perdida", en cada borde de las aceras, muestran sus troncos anchos y una increíble variedad de especies, tanto que es todo un entretenimiento contar la cantidad de raíces plantadas que definen como pocas cosas la verdad y la riqueza de nuestros días: el hecho de que somos hijos de una gran civilización mestiza. Así que no estaría de más que, en vez de amenazarlos a ellos y a nosotros con otro episodio más de ese holocausto ecológico con el que algunos están tan empeñados, les proporcionáramos a nuestros nobles vecinos vegetales del Prado unas sencillas hojas de empadronamiento para que fijen residencia de por vida.

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Sobre la firma

Jesús Ruiz Mantilla
Entró en EL PAÍS en 1992. Ha pasado por la Edición Internacional, El Espectador, Cultura y El País Semanal. Publica periódicamente entrevistas, reportajes, perfiles y análisis en las dos últimas secciones y en otras como Babelia, Televisión, Gente y Madrid. En su carrera literaria ha publicado ocho novelas, aparte de ensayos, teatro y poesía.

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