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Reportaje:

En la consulta del 'doctor' Hu

La red de clínicas chinas desmantelada constata la 'gran muralla' que separa a la comunidad asiática de la sociedad española

Patricia Ortega Dolz

La antena parabólica que sobresalía por el balcón en el primer piso del número 68 de la calle Gabriel Usera (Madrid) no tenía nada de especial, salvo unas grandes letras chinas escritas en su interior. "Medicina china", era su traducción. Justo debajo, oculta tras una maceta de la terraza, una cámara filmaba todo el movimiento de la calle, desde el portal hasta la esquina. Los agentes del Grupo V de la Brigada Provincial de Extranjería y Documentación habían detectado el pequeño objetivo y sabían que no podrían pasearse por allí muchos días porque serían identificados, y la Operación Embrión se iría al traste.

El doctor Biao Hu, de 40 años, y dado de alta en la Seguridad Social española como planchador de mano, y su esposa, Zixia Fang, de 34, y regularizada como maquinista de máquina de coser, llevaban años con esa consulta abierta en su casa. Él practicaba la medicina como su padre le enseñó. Bajo su mesa de la consulta estaban todos los libros que teóricamente heredó de su progenitor y, sobre la pantalla de luz de las radiografías, una enorme fotografía con el rostro de su honorable padre. Aquéllo, junto a las múltiples instantáneas de sus actuaciones médicas que colgaban de las paredes en los pasillos de la casa, parecía suficiente acreditación para sus múltiples pacientes. Al menos 10 personas de origen chino visitaban su consulta a diario por el módico precio de 20 euros.

El idioma es el gran obstáculo para la asistencia al sistema público de salud

Sin embargo, todas esas fotos y esos libros chinos raídos por el tiempo y el uso, no eran garantía suficiente en España, donde se requiere una titulación específica para ejercer la medicina y unas condiciones básicas para llevarla a cabo. Hu lo sabía. Por eso sólo anunciaba sus servicios en los periódicos chinos: "Pediatría, medicina general, ginecología y abortos en fase embrionaria".

El pasado miércoles los agentes entraron en la vivienda tras recibir la autorización del Juzgado de Instrucción número 32. Hu y Fang estaban en casa pasando consulta. No hubo que explicarles nada. Agacharon las cabezas y esperaron pacientemente a ser detenidos y puestos a disposición judicial mientras los agentes registraban su vivienda. En cada cajón, en cada armario, se apilaban decenas de cajas de medicinas provenientes de china. La consulta, de apenas seis metros cuadrados, contaba únicamente con una mesa, una camilla, un potro para las exploraciones ginecológicas, un aparato de hacer radiografías que se revelaban rudimentariamente en un minúsculo cuarto de baño y el monitor de la cámara oculta de la terraza registrando el constante movimiento de la calle.

En la basura se apilaban conjuntamente las jeringuillas, las toallitas y toda clase de restos orgánicos y envoltorios. La habitación de los niños era también todo un almacén farmacológico donde se ocultaba un arsenal de medicamentos. Las agujas de las acupunturas permanecían guardadas en lo que una vez fue una botella de horchata de plástico, un montón de lagartos disecados seguían encima de la mesa del doctor atados con una cuerda... Hu y Fang fueron detenidos por un delito de intrusismo mientras sus pacientes seguían llegando a su casa y eran derivados por los agentes policiales a los servicios públicos de salud.

La misma operación se ha repetido otras tres veces en las dos últimas semanas, y quedan pendientes de intervenir otras tres clínicas, también camufladas bajo los servicios de acupuntura o de masajes. El resultado es de nueve detenidos, seis por ejercer la medicina ilegalmente en cuatro clínicas distintas de Madrid -una de las cuales se encontraba en una habitación de una pensión del paseo de las Delicias- y tres pacientes por un delito de extranjería al carecer de permiso de residencia en España. Los falsos médicos se enfrentan a una pena de prisión de seis meses a dos años, si han hecho publicidad de sus servicios, o a una multa de 3.000 a 6.000 euros (en función del patrimonio) si no, según el artículo 403 del Código Penal.

La Operación Embrión se inició en diciembre del año pasado cuando los agentes del grupo V, especialista en el continente asiático, empezaron a indagar en las razones por las que los inmigrantes chinos no utilizaban los servicios públicos de salud, siendo gratuitos para los extranjeros. "Detrás del mito de que los chinos no se mueren o no se les entierra, que es falso, hay otras muchas incógnitas que se ciernen sobre esta misteriosa comunidad: No van al médico, no denuncian, tienen sus propios negocios... Es como si no formasen parte de la sociedad aunque todo el mundo los vea", comenta el jefe del grupo.

La comunidad China, con unos 100.000 miembros en España, sigue viviendo en un mundo paralelo cuya principal frontera es el idioma. La imposibilidad de comunicación limita brutalmente su integración y levanta una gran muralla que dificulta el acceso a ella. "Es muy complicado. Se sienten inseguros en una sociedad de la que desconocen el funcionamiento y eso les hace ser muy reservados. Son tremendamente corporativos, se ayudan entre ellos y saldan sus deudas a su modo. Lo único que les une a nuestra sociedad es el dinero. Y, frente a la enfermedad, prefieren pagar a alguien que les entienda que acudir a un centro de salud sin conocer sus reglas y donde son incapaces de explicar lo que les pasa. Allí no hay intérpretes y, como siempre, otros se aprovechan de esa necesidad", añade el agente.

Esta situación delata algo en lo que insiste un miembro de la Asociación de Chinos en España: "La comunidad china está sin trabajar por parte del Estado español. Nadie se ha metido en ella. Es un colectivo virgen porque no da excesivos problemas. En la embajada se limitan al tema de los papeles, nuestra asociación la preside un hombre que apenas habla español... La gente no sabe, peor aún, no sabe cómo saber", dice.

"El idioma se convierte en una frontera casi infranqueable y, al final, para todos es más cómodo montar su negocio propio con familia o conocidos, y acudir a una clínica en la que puedes decir lo que te pasa y te entienden, aunque sea pagando. Además, en China están habituados a eso. No hacen más que reproducir sus costumbres", agrega. Y así van creando y asentando su mundo dentro de otro y se encierran en él hasta que alguien les obliga a abrir sus puertas a golpe de orden judicial.

Una de las clínicas chinas desmanteladas, en el número 173 de la calle de Embajadores de Madrid.
Una de las clínicas chinas desmanteladas, en el número 173 de la calle de Embajadores de Madrid.BRIGADA PROVINCIAL DE EXTRANJERÍA Y DOCUMENTACIÓN

Cuatro periódicos chinos

Ou Hua (Europa y China); Zhong Guo (Periódico de China); Hua Xin (Noticias de China) y Xi Hua (España y China), son los cuatro periódicos en chino que se editan en España. Los tres primeros tienen sus redacciones en Madrid, en el barrio de Pueblo Nuevo, en la Puerta del Sol y en Vallecas, concretamente; y el tercero se edita en Barcelona. Son el principal medio de información de la comunidad china en España. Y se adquieren por 50 céntimos en casi cualquier tienda china. En ellos pueden encontrar todas las noticias relevantes relativas a España, aunque sea con dos o tres días de retraso, que es lo que tardan los redactores en hacer y editar las traducciones, además de toda clase de anuncios: desde agencias de viajes hasta clínicas, pasando por prostíbulos. La realidad china en España está en esos periódicos tan incomprensibles para los hispanohablantes como los diarios españoles para la mayoría de los chinos. En ellos están las claves de sus demandas y sus necesidades cotidianas. No en vano fue ahí donde la policía empezó a seguir la pista de las clínicas clandestinas.

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Sobre la firma

Patricia Ortega Dolz
Es reportera de EL PAÍS desde 2001, especializada en Interior (Seguridad, Sucesos y Terrorismo). Ha desarrollado su carrera en este diario en distintas secciones: Local, Nacional, Domingo, o Revista, cultivando principalmente el género del Reportaje, ahora también audiovisual. Ha vivido en Nueva York y Shanghai y es autora de "Madrid en 20 vinos".

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