Mantua, bajo el hechizo de Mantegna
Visita a la 'Cámara de los Esposos' en el quinto centenario de la muerte del pintor
Una ciudad dormida en una luz tenue". Fue ésta la primera impresión que provocó en Baudelaire la vista de Mantua, la antigua capital de los Gonzaga. Un mundo de palacios renacentistas, cúpulas y torres que se pueden divisar desde lejos, llegando de Verona (a tan sólo 30 kilómetros en dirección noreste), cuando el viajero aún no ha hecho su ingreso en el centro urbano y acaba de atravesar los campos de trigo que cubren la llanura lombarda. Tres lagos, formados por el río Mincio, rodean este pueblo con vocación de ciudad (50.000 habitantes), acotándolo como una península. Al cruzar, en coche o bicicleta, el puente de San Jorge, la silueta de Mantua, casi siempre desdibujada por la niebla de octubre a marzo, se hace más real: lo que parecía un decorado de película se convierte de repente en calles adoquinadas y jardines al estilo inglés.
La plaza de Sordello, a orillas del lago inferiore, constituye la entrada principal y el punto más elevado de la ciudad. Dedicada al poeta Sordello de Goito, que Dante sitúa en el Purgatorio, está circunscrita por el castillo de San Jorge, el Palacio Ducal, el obispado, el Duomo y la supuesta casa del legendario bufón Rigoletto, protagonista de la ópera de Giuseppe Verdi. La llamada corte nuova, ampliación del palacio impulsada por la familia Gonzaga tras la caída de los Bonacolsi, está considerada como uno de los mejores ejemplos de arquitectura prerrenacentista.
En su libro El Renacimiento, Paul Johnson recalca que una de las grandes fuerzas de este movimiento fue la voluntad de los orgullosos príncipes de plegarse al temperamento de los artistas. Por ejemplo, el difícil Andrea Mantegna en su relación con los Gonzaga. En 1465, el marqués Ludovico Gonzaga y su esposa, Bárbara de Brandenburgo, encargaron a Mantegna (14311506) la decoración de su habitación particular, la Cámara de los Esposos. El pintor, celebrado este año como genio indiscutible en decenas de actos al cumplirse el quinto centenario de su muerte, tardó una década en terminar el trabajo, tiempo suficiente para ganarse fama de vago en la corte. Al entrar en este diminuto cuarto situado en la torre noreste del palacio, el visitante es sorprendido por unos frescos que multiplican el espacio. Mantegna pintó un retrato de familia de la dinastía Gonzaga, representando con despiadado y humano realismo a estos príncipes poderosos y ambiguos, amantes del arte y también corruptos, y situándolos en un escenario idílico, imaginario y portentoso (un mundo ceremonial y lleno de dobleces que prefigura los textos de un Maquiavelo). El resultado, según el propio Mantegna, sólo fue "opus hoc tenue", poca cosa, y, sin embargo, dio pie a una nueva manera de pintar que tendría una influencia crucial en el Miguel Ángel de la Capilla Sixtina. Las invenciones escenográficas y las audacias en la perspectiva de la Cámara de los Esposos se convirtieron en fuente inspiradora no sólo para Leonardo o Rafael, sino también, a través del ilusionismo de la lunetta pintada en el techo, para Correggio y los primeros maestros del barroco. A partir de septiembre, una gran exposición repasará la obra pictórica y gráfica de Mantegna en el Palacio Te, antigua mansión de caza de los Gonzaga, proyectada y decorada por el arquitecto manierista Giulio Romano a mediados del siglo XVI y situada a tres kilómetros del casco histórico.
Se celebrará también en Mantua en ese mes la décima edición de Festivaletteratura, uno de los festivales literarios más importantes de Europa. Durante una semana, los palacios, los teatros, las plazas, los jardines, incluso los domicilios particulares, se convierten en un punto de encuentro entre escritores y lectores. Así, no falta quien pueda presumir de haber cedido el patio de su casa para que Günter Grass y Umberto Eco dieran una charla. "Cuando empezamos", cuenta Luca Nicolini, librero y cerebro de esta kermesse literaria, "a muchos les pareció una locura. Ahora sabemos que cada año es una fiesta de la cultura, tanto para los mantuanos como para los turistas".
Activa e industriosa, Mantua no se deja absorber sólo por el trabajo. Su gente necesita la calle, pese a vivir en un lugar especialmente frío y húmedo en invierno. Necesita las tertulias y los paseos bajo los soportales. Lo que se dice perder el tiempo. Los mantuanos aman hablar, a menudo con ironía, y necesitan compartirlo todo: desde los chismes hasta las inquietudes más nobles. Tal vez consciente de esto, hace dos meses, una asociación de ciudadanos lanzó un proyecto llamado Qui comincia la lettura (Aquí empieza la lectura). ¿En qué consiste? En regalar el mismo libro a los residentes en la capital y en la provincia, para que todos puedan compartirlo en sus charlas. La afortunada novela es Yolanda, la hija del Corsario Negro, de Emilio Salgari. Así, la literatura quizá se mezcle con el fútbol en las charlas de los parroquianos de la cafetería Caravatti, templo de los pastelitos y de la sbrisolona (una tarta que se deshace con sólo tocarla) y etapa obligada del paseo dominical.
Basílicas y 'osterias'
Es entonces, los fines de semana, mientras los niños juegan al lado del baptisterio paleocristiano en la Piazza delle Erbe, antiguo mercado de las especias, cuando despierta el verdadero corazón de la ciudad. Cuando los mantuanos acuden con la misma vitalidad a la misa de San Andrea, innovadora basílica del visionario arquitecto y humanista Leon Battista Alberti, construida a partir de 1472; a las elegantes tiendas de moda del centro, o al teatro Bibiena, inaugurado por Mozart en el siglo XVIII y aún en plena actividad. Y, por ejemplo, después de un concierto, conviene entrar en una taberna del casco antiguo, como la Osteria Ai Ranari o el restaurante L'Ochina Bianca, para dejarse seducir por la comida. Los tortelli de calabaza, el risotto alla pilotta (arroz con salchicha), los gnocchi, o el queso grana, variedad del parmesano... De una sinfonía musical es fácil pasar a otra, igual de efímera, intensa y placentera.
Mantua, un lugar que tiene envuelto en la niebla hasta su propio nombre. El poeta Virgilio, que nació a pocos kilómetros de sus lagos, cuenta en la Eneida que fue fundada por el hijo de la divina Manto, Ocno, quien, para rendirle homenaje, le puso el nombre de la madre. Aunque otros cronistas aseguran que esa ciudad era Madrid. Para descubrir el misterio de Mantua, sólo hay que cruzar un puente, la bruma y caminar. Por calles silenciosas y armónicas, en las que todavía se distinguen las voces de los ecos.
GUÍA PRÁCTICA
Datos básicos e información- Prefijo telefónico: 00 39.- Mantua tiene 50.000 habitantes.Cómo llegar- Los aeropuertos internacionales más cercanos son los de Verona y Bérgamo (Orio al Serio). Con estas dos ciudades, Mantua está comunicada por tren. (www.trenitalia.it).- La compañía de bajo coste Myair (www.myair.com) vuela a Bérgamo desde Madrid a partir de 40 euros, más tasas y gastos de emisión.- Alitalia (www.alitalia.es; 902 10 03 23) vuela a Verona,desde Madrid y Barcelona, a partir de 209 euros, más tasas y gastos de emisión.Comer y dormir- Osteria Ai Ranari (03 76 32 84 31). Via Trieste, 11. Antigua taberna con una solera de más de 300 años. A partir de 10 euros.- L'Ochina Bianca (03 76 32 37 00). Via Finzi, 2. Curioso restaurante que recrea una atmósfera casi monástica. A partir de 25 euros.- Albergo Broletto (03 76 32 67 84). La habitación doble cuesta 115 euros, con desayuno incluido.Información- www.turismo.mantova.it.- www.enit.it.- www.mantovaducale.it.- www.centropalazzote.it.
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