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Columna
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Incierto futuro energético

El recién terminado mes de abril ha sido pródigo en noticias relacionadas con el pasado, el presente, y el futuro de la producción de energía. Por un lado, el precio del petróleo ha alcanzado su máximo histórico -superando los 70 dólares por barril-, continuando así con una escalada que acabará conduciéndole, tarde o temprano, a los 100 dólares/barril. Se pondrá así en entredicho la viabilidad de nuestro modelo energético y, por ende, de nuestro modelo económico. Van a cumplirse dentro de poco 40 años desde que se publicó aquél célebre texto titulado Los límites del crecimiento, escrito por un grupo de investigadores del Massachusetts Institute of Technology (MIT) y en el que se anunciaba ya lo que ahora está pasando; es decir, que en cuanto varios cientos de millones de personas aumentaran su consumo al nivel de los occidentales -lo que ocurre hoy con India, China y otros países-, la situación se haría insostenible, y que la primera manifestación sería precisamente un aumento desorbitado de los precios de la energía. Es evidente que estas cuatro décadas sirvieron para llamar agoreros a quienes clamaban en el desierto, pero no para tomar las medidas oportunas.

Es posible que el trauma de Lemoniz haya alejado indefinidamente de nosotros la amenaza de la opción nuclear

La paulatina toma de conciencia sobre la gravedad de lo que está ocurriendo ha reavivado el debate sobre las distintas opciones energéticas que pueden servir para apuntalar nuestro futuro y el de nuestros hijos. Y en este debate, dos grandes alternativas van tomando posiciones. Por un lado quienes han decidido apostar ya de una vez a favor de las energías renovables, algunos de los cuales sólo necesitaban que resultara una opción lucrativa para cambiar de chaqueta y crear empresas desde las que explotar las bondades del sol, el viento y o agua; una opción que hasta hace poco consideraban inviable y propia de ilusos ecologistas. Precisamente, el pasado abril se aprobó el decreto que hacía obligatoria las instalaciones solares en las viviendas de nueva construcción. Y el pasado año un vehículo híbrido, movido en parte por combustible renovable, fue declarado "coche del año".

Por otra parte, para 2010 se prevé una capacidad de producción de energía eólica en España superior a 20.000 megavatios, cifra que haría sonrojar a quienes hace tan solo unos años se reían de esta alternativa y defendían a capa y espada las centrales nucleares (de 1.000 megavatios) como única opción posible si no queríamos volver a las cavernas, vivir a luz de las velas o dedicarnos a plantar berzas.

Los defensores de la energía nuclear constituyen, precisamente, la otra opción que trata de abrirse camino ante la inviabilidad del modelo basado en los combustibles fósiles, reabriendo un debate que, tras la catástrofe de Chernobil -casualmente, también en abril se han cumplido 20 años desde entonces-, parecía cerrado, al menos en nuestro país. El propio cierre de la peligrosa y obsoleta instalación de Zorita ha sido aprovechado por algunos para recordarnos que ello en ningún modo supone el abandono de la opción nuclear. Y eso, pese a que los problemas señalados hace treinta años -especialmente, el de los residuos producidos- siguen sin resolverse, y pese a que se siguen escamoteando los costes reales de esta opción (¿quién va a pagar los 170 millones de euros, es decir 28.000 millones de pesetas, que va a costar ahora desmantelar Zorita?).

¿Y el País Vasco? Bien gracias. Es posible que el trauma colectivo vivido hace dos décadas en torno al proyecto de Lemoniz -en 2007 se cumplirán 25 años desde el anuncio de su abandono-, junto al previsible cierre de la central de Garoña en 2009 hayan alejado indefinidamente de nosotros la amenaza de la opción nuclear. Pero ello no quita para reconocer el enorme retraso que llevamos en la conversión de nuestro modelo energético en otro más sostenible. La positiva idea de ahorrar de cara a 2010 un 15% de lo que ahora consumimos contrasta con la enorme dependencia de las energías no renovables -especialmente el gas-, y la tímida apuesta por otras fuentes alternativas.

Es una pena que la preocupación por hacer de Navarra uno de los ejes del iniciado proceso de paz no nos lleve a imitar a esa comunidad en aspectos como el energético, en el que, gracias al ambicioso programa de energías renovables, están alcanzando resultados imposibles de imaginar hace unos pocos años.

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