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Columna
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El parque de los patos

Todas las instituciones juegan con determinados mitos, recrean su historia e imagen con el fin de hacerse con la adhesión de sus administrados. Un mito de las administraciones locales, que acabó en la reivindicación política de la subsidiaridad -que haga la administración más cercana al ciudadano todo lo que pueda, dejando el resto a las demás- es fruto de la buena opinión que se tienen de ellas por su proximidad al vecino. Se engrandece, se envuelve en celofán, se asume como una verdad axiomática, y desde ahí sus gestores se revisten de autoridad y prestigio para tomar iniciativas en ocasiones discutibles. Aviso al lector de que, si la proximidad es un aspecto encomiable para determinadas cuestiones, no lo es tanto para otras; por ejemplo, el contagio de la corrupción. No hay más que ver lo que pasa en muchos ayuntamientos, cuyo caso paradigmático es el de Marbella.

El interés del Ayuntamiento de Bilbao por hacer frente al narcotráfico, mezclado con la desconfianza que determinados sectores de la sociedad exhibían hacia las policías encargadas de combatirlo, le llevó a la creación de un grupo en la Guardia Urbana dedicado a esta labor. Luego se incorporaron los perros a las patrullas. La noticia de la salida de seis nuevos canes a las calles lo que me ha hecho recordar la primera impresión que tuve como concejal al saber lo que nos costaba a los bilbaínos la alimentación de esos fieles colaboradores. "¡Menos mal que no tenemos un escuadrón de caballos!", exclamé. El coste me pareció desaforado. Luego me explicaron que no sólo era la alimentación, sino sus atenciones veterinarias, su entrenamiento, su correspondiente cuidador, etc. Al final todo tiene justificación. Espero que los elefantes del Ayuntamiento de Bombay no tengan un costo proporcional a su peso y tamaño. Sería una explicación chusca de la pobreza en la India.

Otra institución cercana es la Diputación, y por lo tanto debe merecer toda nuestra confianza, pero como donde hay confianza da asco -máxime si va unida a toda esa histórica visión apologética, que se pierde en el medioevo, sobre las excelencias de los caminos vizcaínos-, cuando se hizo cargo de la A-8 nos empezó a cobrar unas tarifas atípicas que finalmente han sido anuladas por el Tribunal Superior de Justicia del País Vasco. El tribunal aduce que el peaje no puede servir para financiar otras carreteras, lo cual es bastante sensato. Así que, estemos atentos; la proximidad no debe desarmar al ciudadano de la sana desconfianza hacia los poderes, por muy cercanos y vascos que sean.

Volviendo a la Villa, finalmente se ha rematado la reurbanización de zona de la Ría y nuestro querido parque de Doña Casilda Iturrizar -benefactora de la ciudad no sólo con el parque, también con escuelas y unas becas para alumnos, que sobreviven porque, previsoramente, blindó jurídicamente su futuro frente a las veleidades y tentaciones de concejales caprichosos- llega de una manera amable hasta sus orillas. A esta zona verde siempre la hemos llamado "parque de los patos", por más que ahora, por la gripe aviar, los hayamos desterrado -sería más adecuado decir que los hemos "desaguado"- a un recóndito paraje. El parque ha superado la desaparecida carretera que lo separaba de la ría, amplía su extensión y, mediante una trama urbana de pequeña densidad, se prolonga hasta el paseo de la ribera.

Es cierto que para llevar a cabo esta gran operación se tuvieron que habilitar determinadas parcelas para usos comerciales y residenciales. El suelo, hasta el de la hierba, hay que pagarlo en un sistema capitalista; y más en esta ciudad cuyo suelo es oro. Pero cuando nuestro Ayuntamiento sacó a subasta la adjudicación de esas parcelas, viendo que los precios subían superando las previsiones, en vez de hacer caja pensó que lo mejor era disminuir el volumen de la construcción. Se redujo la altura, se recaudó menos, pero así se dejó un paisaje más amable. Que se recuerde este hecho de buena gestión, ahora que son noticia los excesos en la construcción y los escándalos municipales. Recuérdese como una gestión honrada y qué grupos municipales estuvieron en su favor. A veces hay que felicitar a los que nos gobiernan y dar al César lo que le corresponde. No siempre.

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