"Sabíamos que veníamos a trabajar y no importaba en qué"
María Cristina González Romero (Buenos Aires, Argentina; 59 años) y José Ledesma Andrés (Aldeávila de la Ribera, Salamanca; 66 años) viven en un piso de alquiler en Alcobendas. Propietarios de un colegio en Argentina, vinieron a España hace seis años con la única intención de sobrevivir, después de perderlo todo.
En 1965, José, por aquel entonces fraile de la orden Trinitaria, viajó desde España a Buenos Aires para impartir clases en un colegio. "Después de conocer a mi mujer tuve que dejar la orden y trabajar, durante 20 años, en una fábrica". En 2000, esta vez acompañado de su mujer, tres hijos y un yerno, hizo el viaje en sentido contrario. "La situación económica y social era tan grave que preferimos abandonarlo todo y venirnos a España". Entre medias, la pérdida de un hijo por enfermedad y una fábrica que cierra sus puertas en los noventa...
Aún en Argentina y con 53 años, vieron difícil encontrar otro trabajo, así que decidieron invertir la indemnización del despido en la fábrica -"me dieron 16.000 dólares"- en levantar un sueño: un proyecto educativo en un barrio obrero de Buenos Aires. "Recogíamos a los más chiquitos cuando sus madres entraban a trabajar a las seis de la mañana", dicen.
Así, Cristina y José consiguieron levantar el colegio. "Con mucha modestia, a pleno pulmón". Sin embargo, la situación económica del país continuó agravándose, con lo que los padres de los alumnos ya no pudieron pagar las cuotas. "Sin ingresos no podíamos pagar los salarios de los maestros que teníamos contratados, la seguridad social... Al final, no tuvimos más remedio que cerrar. Habíamos contratado a 15 maestros a los que tuvimos que echar".
Tuvieron que recurrir a la bolsa de trabajo del Estado. Cristina, pintora al óleo, recibió el encargo de pintar murales en lugares públicos. "Me daban tarjetas con reproducciones de obras maestras de la pintura y tenía que trasladarlas a la pared. Luego estuve al cargo de una empresa de frutas y verduras donde nos atracaron. Durante mucho tiempo tuve la sensación de la pistola en la cabeza. Todo eso fue a finales de los noventa, antes de venir a España".
Los dos últimos años en Argentina antes de venir a España fueron realmente duros, pero fue en el momento en que llegaron a España cuando tuvieron conciencia de todo aquello. "Cuando estás dentro, viviéndolo, te acostumbras a la violencia, a la inseguridad. Acaba formando parte de tu vida". Ahora, una vez establecidos en Alcobendas, les parece increíble haber vivido aquello. "Cuando caminaba por las calles y escuchaba pasos detrás de mí no podía evitar volverme. Temía volver a sentir el revólver en mis costillas".
Con la venta de su casa pagaron los billetes de avión para ellos, tres de sus hijos y un yerno.
Al poco de aterrizar, Cristina y José entraron a trabajar de internos. "Primero estuvimos en una casa en la que no nos pagaban más que con la comida y el alojamiento. Luego encontramos otra en la que ya teníamos un sueldo, con lo que pudimos ahorrar para que viniera otra hija que había quedado allá".
El resto de la familia también fue encontrando colocaciones diversas como ayudantes de albañil, fregar pisos... "Aunque todos veníamos de una educación y una situación distinta, sabíamos que veníamos a trabajar y no importaba en qué. Ya vendría el momento de poder elegir".
De momento, Cristina ha encontrado colocación en labores de trabajadora social. "Tengo conocimientos para ello, pues siempre he trabajado en el campo de las relaciones sociales y la humanística".
Mientras, José, ya con 66 años, espera regularizar pronto su situación en España para poder cobrar una pensión mínima. "Me computan los años que trabajé en la Argentina. Tan sólo estoy esperando los papeles".
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