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Crítica:TEATRO | 'Cruel y tierno'
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Tres milenios de guerra

Javier Vallejo

Cada vez más, los gestores culturales guían el trabajo de los autores. Celebran un centenario y producen una lluvia de adaptaciones del Quijote, por ejemplo. Cruel y tierno, obra que acaba de estrenar el Centro Dramático Nacional, es una transposición a la época actual de Las traquinias, de Sófocles, elaborada por Martin Crimp (Dartfort, 1956), por encargo del Wiener Festwochen.

El autor británico puso un ojo en el original y otro en los telediarios. En Las traquinias, Deyanira manda a su hijo a la guerra para que le traiga noticias de Heracles, su esposo, y el chico regresa con una real hembra, la princesa Iole, a la que su padre ha capturado y ha hecho su amante. Encelada, Deyanira envía a Heracles una túnica empapada en un filtro de amor que le regaló el titán Neso. Al ponérsela, se le queda pegada y le quema; al quitársela, le arranca la piel a tiras. Era un regalo envenenado.

Cruel y tierno

De Martin Crimp. Traducción: Borja Ortiz de Gondra. Intérpretes: Aitana Sánchez-Gijón, Iñaki Font, Gonzalo Cunill, Judith Diakhate, Chisco Amado, Marta Poveda, Chusa Barbero, Diana Gascón, Álvaro Lavín, Daniel Bolorinos... Luz: Kiko Planas. Escenografía: Elisa Sanz. Dirección: Javier G. Yagüe. Teatro Valle-Inclán. CDN. Madrid, hasta el 11 de junio.

En la versión de Crimp, la protagonista (Aitana Sánchez-Gijón) espera a su marido, general genocida enviado a África para luchar "contra el terrorismo". El coro son la esthéticienne, la fisioterapeuta y la criada de la esposa, que, en lugar de una túnica, regala al general una almohada impregnada con un virus de la guerra bacteriológica.

En Cruel y tierno resuena la campaña de Irak. Aunque sus protagonistas digan "es África", cuando hablan de una ciudad arrasada a sangre y fuego pensamos en Faluya. Javier G. Yagüe, director del montaje, ha dispuesto el escenario con el público a tres bandas, como suele hacer en la sala Cuarta Pared. Su diseño del reparto responde a un concepto habitual en las salas alternativas: casi todos los actores son menores de cuarenta años. Padres e hijo parecen hermanos.

Lo que en Cuarta Pared funciona, aquí no tanto. Este escenario central del teatro Valle-Inclán, grande y estrecho, deja a los intérpretes algo desarropados. La obra tampoco les ayuda. No tiene el lenguaje dramático de Crimp la intensidad del de Pinter, con quien se le ha comparado. Sólo conmueve Daniel (Iñaki Font) cuando relata lo que le ha sucedido a su padre.

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Sobre la firma

Javier Vallejo
Crítico teatral de EL PAÍS. Escribió sobre artes escénicas en Tentaciones y EP3. Antes fue redactor de 'El Independiente' y 'El Público', donde ejerció la crítica teatral. Es licenciado en Psicología, en Interpretación por la RESAD y premio Paco Rabal de Periodismo Cultural. Ha comisariado para La Casa Encendida el ciclo ‘Mujeres a Pie de Guerra’.

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