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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Retrato de La Habana precastrista

Qué lejos estamos del clima de religiosidad a flor de piel, en el límite de la superchería, los ritos vudú, la mitología popular caribeña y la sensualidad de las novelas anteriores de Mayra Montero (La Habana, 1952), Del rojo de su sombra (1992) y sobre todo Tú, la oscuridad (1995), y qué golpe brusco de timón respecto a aquella espumosa narrativa erótica que la llevó a ganar La Sonrisa Vertical en 2000.

Son de almendra va por de

SON DE ALMENDRA

Mayra Montero

Alfaguara. Madrid, 2006

282 páginas. 18 euros

rroteros bien distintos. El periodista Joaquín Porrata retrata La Habana prerrevolucionaria de la década de los cincuenta, aherrojada por la mafia de los casinos y la represión de Batista pero con ron collins y música de fondo de Renato Carosone y Nat King Cole. Más que el thriller que anuncia la contracubierta, el lector encuentra una crónica de época y una crónica sentimental unidas por el lazo burlesco del tono del narrador ("el mismo día en que mataron a Umberto Anastasia escapó un hipopótamo del zoo de La Habana") y de varios episodios agridulces que filmaría Scorsese. El gánster Anastasia ansiaba la concesión del casino del Hilton de La Habana allá por 1958, de modo que los trapicheos y las influencias adquieren el protagonismo en un laberinto de pasión y ambición que Montero alcanza a narrar con sobrado oficio y golosa prosa, a pesar de que esta novela histórica o documental poco tiene ya que ver con el realismo mágico de última generación en el que se ha ido forjando su estilo. Montero ha ido hilvanando datos espigados de los polvorientos legajos de la policía de Nueva York, de entrevistas de reportero de nuevo periodismo y de fuentes como la célebre crónica que Cabrera Infante publicó en la revista Carteles en 1957 bajo el título Muerte en la barbería, que la autora cita de forma harto jocosa en la página 102. La deuda contraída con el autor de La Habana para un infante difunto es bien visible también en la ráfaga de guiños cinematográficos que Montero dispara a lo largo y ancho de sus páginas ("¿no tendrá por ahí una fotico de Lana Turner?", paráfrasis de guiones y referencias a mitos del star-system), eficaz recurso, sin duda, a la hora de convertir esta esquizofrénica Habana precastrista, entre la fiesta y la corrupción, en un vertiginoso plató de Hollywood por el que la madrugada del primero de enero de 1959 entró la Revolución.

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