¿Los progresistas son reaccionarios?
El progresismo nacido como la deriva más jovial del marxismo padece estos años las graves dolencias de la edad. Sin ir muy lejos este Gobierno, de etiqueta socialista, practica a menudo un rancio recuelo progresista que ha mostrado la indiscutible dimensión del mal. Porque del mismo modo que un romanticismo a destiempo transforma el arrobamiento sincero en un ridículo insufrible, el progresismo sin tiento resbala pronto de la bondad al patetismo. Fue el caso de las legalizadas parejas gay que el progresismo caduco, transformado en hecho reaccionario, llamó "matrimonio"; es el reiterado supuesto de las discriminaciones legales a favor de la mujer, en la investigación, en la política, en los empleos, que reproducen la baja consideración sobre la capacidad del sexo femenino que fundó el machismo. Viene a ser, adicionalmente, el intento de premiar la vida del lince sobre la vida de los vecinos con una teatralización que mimetiza la piedad hacia el débil o se trata, más generalmente, de enaltecer la mítica de la biodiversidad por cuyo dogma aquello que contribuye a multiplicar la diferencia es enriquecedor y aquello que nos asemeja nos demedia. Es decir, todo lo contrario a lo que la utopía progresista creía en sus años de oro.
Sin ir más lejos, este Gobierno, de etiqueta socialista, practica a menudo un rancio recuelo progresista
El nacionalismo representa la activa enseña de esta paradoja. En los tiempos del franquismo el nacionalismo periférico fue tenido como un movimiento progresista que encendía la subversión pero ahora, en nuestros días, tanto la izquierda republicana de Cataluña como la izquierda abertzale representan lo más conservador y arcaico, lo más reduccionista y derechista que hay.
Parecería obvio que lo progre de nuestros días, patente en las músicas, las gastronomías, las pinturas o las modas, fuera la mixtura, una biodiversidad a través de las mezclas naturales o artificiales, espontáneas o transgénicas. Lo reaccionario conllevaría, por tanto, el enaltecimiento de la pertenencia, la promoción del ente diferencial. A más radicalidad nacionalista mayor anacronismo, a mayor separatismo más conservadurismo. Y lo cómico es reclamarse de izquierdas con estas banderas.
Si el izquierdismo fue la enfermedad infantil del comunismo el progresismo encarna tendencialmente la enfermedad senil del izquierdismo. ¿Energía nuclear? El discurso antinuclear es una continuación del beato discurso del lince y una secuencia mecánica del anticapitalismo, el antiimperialismo y el antibelicismo. Actualmente, las centrales nucleares no son los monstruos letales de la URSS y la carestía del petróleo puede detener y anular la vida real de millones de habitantes del Tercer Mundo (progresista). ¿No habrá pues que renovar el pensamiento con la renovación de energías? ¿Cuántos pájaros y especies de aves no mata la alocada profusión de molinos? ¿Pájaros o aire limpio? ¿Aire limpio sin pájaros? Lo decisivo del poder progresista fue su nitidez. La igualdad, la libertad, la alegría de la vida, formaban su despejado frente combativo. Ahora, sin embargo, han aparecido incontables nubarrones ante su punto de vista.
El progresista detesta el consumismo sin atender a su valor crucial en la prosperidad económica, social y artística. Para este progresista continúa siendo un mal cultural la televisión y un bien indiscutible el libro sin reparar, pese a toda evidencia, en que la liberación, el humanitarismo, la posible revolución, sólo resulta imaginable desde las pantallas y que obviarlas denota un impulso reaccionario, melancólico, idealista, burgués. Ciertamente, los progresistas veteranos evocan hoy la figura estatuaria del burgués pero no son el auténtico burgués de antes. Como signo diferencial siguen, a veces, apoyando a Castro y a Chávez pero, además, siguen despotricando sobre las marcas de coches lujosos y contra la publicidad total asociada al discurso oficial del poder. Son, en suma, progresistas que desprecian este mundo global y banal sin concebir otro remedio que no dar marcha atrás. Son (somos), en definitiva, tipos absortos ante un mapa donde los términos de oposición y valor han alterado sus términos y ahora viajan alejándose de aquel sistema que nos permitía creer y gritar.
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