Yelena no está en la lista
Sentada ante un ordenador viejo, Yelena Nikoláienko escucha música y deja pasar la tarde. Tiene 18 años y un bonito rostro en el que brillan sus ojos pintados. Cuando se da la vuelta en su silla de ruedas, deja sus piernas paralizadas ante el visitante. Yelena tiene una hernia de la médula espinal e incontinencia total. Nació en junio de 1987, de unos padres que habían sido evacuados de Pirkin, un pueblo a 15 kilómetros de la central nuclear.
Las autoridades bielorrusas no consideran que su enfermedad tenga nada que ver con Chernóbil y por ello las prestaciones que se dan a los que están "en la lista" de afectados (descuentos del 50% en las tarifas de la electricidad) no se extienden a esta chica inteligente que acabó la escuela secundaria con buenas notas y que no puede siquiera comprar hilos para bordar tapices de punto de cruz, como a ella le gusta. "Si por lo menos pudiera comprarle pañales desechables", dice su madre, Olga, ordeñadora de profesión. Su sueldo, de 140.000 rublos (50 euros) y la pensión de la niña, de 120.000 rublos (40 euros), son los únicos ingresos de una familia de cinco. "Mi marido no puede más y se ha dado a la bebida; para qué les voy a engañar", dice.
En los territorios contaminados de Gómel me tropiezo a menudo con gente que tiene prisa por beber. Algunos de los habitantes de Savichi, una localidad en el límite de la zona de exclusión de la central, huelen fuertemente a alcohol, como dos que acaban de asistir al funeral de un suicida en un pueblo vecino. En Savichi, los vecinos se quejan de la aparición de lobos que atacan a los humanos a pleno sol. Dos mujeres aseguran haber sido sus víctimas.
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