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Columna
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Marzo del 2006 no ha sido mayo del 68 / y 3

Dicen los franceses que todos tenemos los vicios de nuestras virtudes. Dominique Galouzeau de Villepin es un hombre de carácter que lleva hasta el final sus decisiones, lo que unido a su hirsuta intransigencia y a su ideología napoleónica lo convierte en un poderoso ariete para fijar e imponer una línea política. Estas características funcionaron cuando asumió la responsabilidad de la política exterior francesa, a la que libró del sinsentido de la guerra de Irak, pero ahora han sido las responsables de una iniciativa que no podía funcionar. Cerrado este capítulo, que ha confirmado su merecida fama de incendiario de conflictos -Bernadette Chirac le ha motejado de Nerón-, la extrema dificultad de los jóvenes para acceder a un primer trabajo con posibilidades de mantenerlo sigue siendo catastrófica. En 1975, el 94% de los jóvenes, un año después de terminar los estudios, encontraba trabajo, hoy no llega al 70%; en esa época, el salario de una persona de 30 años era sólo el 15% inferior al de un asalariado de 50 años, hoy es el 40% menor; en cuanto a la vivienda, un año de salario a los 30 años permitía comprar en París 9 metros cuadrados, hoy no llegan a 4. Estos datos son desoladores en un contexto en el que la espiral de los superprovechos de las grandes empresas se enfrenta a la inexorable disminución efectiva de los pequeños salarios. Un crecimiento del 23% de los resultados de las Bolsas en 2005, con una acumulación de ganancias de más de 80.000 millones de euros contrasta con un aumento real de salarios medios e inferiores, que en el sector privado de la zona euro apenas llega al 2%. Con una gran diferencia, al menos en Francia, entre el trato reservado a los empleados de las sociedades cotizadas en Bolsa y las que no lo están.

Los grandes grupos como Total, Michelin o BNP-Paribas, han abonado primas a sus asalariados que han oscilado entre 10.700 euros para los del BNP-Paribas y 48.000 para los 18.000 de la rama petrolera de Total, convirtiendo en irrelevante el incremento salarial del 2,5% concedido a todos. La voluntad de estos grupos de privilegiar a sus accionistas institucionales, a los pequeños tenedores de acciones y a sus empleados busca confirmar su lealtad empresarial y protegerse de la competencia y de las OPA hostiles. Con lo que los perdedores irremediables se encuentran entre aquellos que trabajan en las pequeñas empresas sin dimensión bolsística alguna. Pero es precisamente a este grupo al único al que pueden incorporarse, con mucha suerte y esfuerzo, quienes llegan ahora al mercado de trabajo. Este destino de exclusión, los convierte en cautivos del desorden económico y social que la mundialización financiera ha instaurado. Víctimas cuyo oscuro horizonte vital contrasta con la ofensiva opulencia de los superricos que nos refriega cotidianamente la televisión:Mittal se ha gastado 55 millones en la boda de su hija.

La problemática del primer empleo no es exclusiva de Francia, aunque allí se haya vivido con tanta virulencia. El tema tiene gran actualidad en toda Europa, y varía en cada contexto nacional, según sus características y la presión de la población inmigrante. En Alemania comenzó a plantearse esta cuestión, pero las centrales sindicales la bloquearon hasta que se negociase con ellas. Por lo demás, la violencia a su propósito existe también en los barrios marginales. En Neuköln el personal docente de una escuela destinada al aprendizaje profesional de nivel inferior acaba de pedir que la cierren a causa de la brutalidad de las agresiones que reinan en la misma, debidas, en gran medida, a que el 82% de los alumnos son de origen extranjero con una fuerte rivalidad entre jóvenes turcos y árabes. Sus estudiantes con antecedentes sociales difíciles son incapaces de leer a los 15 años los textos más sencillos en alemán, hablan una jerga germano-turco-árabe incomprensible y su segregación escolar y social tiene como única salida la virulencia. Stefan Lutz, profesor de la universidad de Bremen, califica estos ámbitos de colonias étnicas.

Poner fin a la precariedad laboral y a la dramática indigencia de las clases inferiores, parados y working poors no es cometido que pueda confiarse hoy a los partidos y a los gobiernos encastillados todos -derecha e izquierda- en la vulgata económica del conservadurismo liberal. El rechazo por parte de los movimientos sociales de la denostada Francia de las reformas-coartadas que confirman el sistema y su apuesta por la transformación radical de nuestras sociedades que ellos protagonizan es nuestra única esperanza.

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