Una crisis con mancha
Por fin, Pasqual Maragall ha logrado llevar a cabo la remodelación de gobierno que intentó el pasado octubre. Los seis consejeros que por entonces el presidente de la Generalitat marcó con el estigma del cese han sido despedidos en un episodio rocambolesco de los que son habituales en el tripartito. El PSC ha aprendido la lección y ha aceptado sin resistencias los cambios, pero Esquerra Republicana e incluso la dócil Iniciativa per Catalunya han querido dejar constancia de que la última palabra la tienen los partidos. Y la han alargado un día para reunir a sus direcciones y dejar claro que eran ellos los que proponían los nombres de sus consejeros. A Maragall no le ha quedado más remedio que aceptarlos ante el riesgo de prolongarla indefinidamente. Y así se ha gestado la mancha que ensucia esta remodelación: la promoción del republicano Xavier Vendrell.
En conjunto, es un buen cambio de gobierno del que se puede esperar mayor eficiencia y buen sentido. Pero este juicio tiene un pero que no es insignificante. Esquerra Republicana ha contestado a la destitución de uno de sus consejeros emblemáticos -Joan Carretero- con una propuesta que tiene algo de provocación: el nombramiento del responsable de las cartas para la financiación de Esquerra dirigidas a cargos de confianza de las consejerías que este partido regenta. Maragall no ha osado rechazar la propuesta, con lo cual asume la responsabilidad de la misma. Que una persona sometida a investigación del fiscal sea promocionada en vez de ser destituida no se corresponde con lo que se oyó decir a los tres partidos del Gobierno cuando estaban en la oposición. Con este nombramiento, el tripartito se autoinflige una lesión grave.
La clave política de la crisis es bastante sencilla: Maragall hace una apuesta por la continuidad del tripartito desoyendo los cantos de sirena que venían de algún sector de su partido y del PSOE a favor de una futura coalición CiU-PSC. Sabe que su supervivencia pasa por la continuidad de la fórmula actual. Cambiando el Gobierno ahora, dos meses antes del referéndum estatutario, da una señal inequívoca de mantener el tripartito, por encima incluso de que sus componentes discrepen a la hora de votar el Estatuto. No es fácil de entender que un Gobierno sea viable si los tres partidos que lo componen no están de acuerdo en su apuesta estratégica principal. Que la apuesta por este Gobierno se reafirme en estas circunstancias sólo puede significar una de estas dos cosas: o que Pasqual Maragall sabe que Esquerra acabará en el sí, cosa que en este momento no parece probable, o que los tres partidos son conscientes de que la opción por el tripartito es la única que les puede garantizar la continuidad en el poder. Y ya se sabe que en política se acostumbra a anteponer esta razón a cualquier otra.
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