El héroe se llama Pepín Liria
Pepín Liria es un héroe, que es lo mismo que decir que es un valiente inteligente, un conocedor profundo, un dominador; un maestro en sazón, un torero de raza, un portento de sabiduría taurina que ayer emocionó hasta los tuétanos a la plaza de la Maestranza.
El Cid fue el artista consumado y el toreo al natural por antonomasia, pero la partida la ganó el murciano.
Liria cortó una oreja, pero pudieron ser dos si el cuarto toro tarda menos en morir. Pero el público le agradeció el gesto y la torería de una faena literalmente inventada a un toro descastado, blando y de corto recorrido.
Lo esperó de rodillas en la puerta de toriles con una larga cambiada, lo persiguió, después, por todo el anillo hasta conseguir unas verónicas aceleradas y varias medias cargadas de emotividad.
Con la muleta en las manos se transformó en un jabato que, con plena conciencia de los terrenos y una perfecta colocación, trazó derechazos y naturales templadísimos, hondos y muy largos, en tandas muy cortas, que llenaron de emoción los tendidos maestrantes. El animal lanzó un derrote al estómago del torero, y éste, dolorido, en lugar de amilanarse, se armó de rabia y volvió a arrancarle materialmente muletazos espléndidos por ambos lados, ligados siempre, que rubricaron una faena de menos a más, impensable sólo unos minutos antes, y rebosante ahora de torería y emoción. Técnico y voluntarioso sólo puedo mostrarse con su descastado e inválido primero, que fue un borrón para la ganadería.
Mereció mucho la pena la gesta de Pepín Liria a una Maestranza que estaba de bote en bote y con el bostezo a flor de piel. Si no engaña la memoria, éste ha sido el primer jueves de feria que la plaza sevillana se ha llenado hasta la bandera. Ésa es la fuerza de la ganadería de Victorino Martín, un espectáculo en sí misma. Y la fuerza, cómo no, de El Cid, que se ha hecho figura con estos toros y mantiene el crédito en todo lo alto.
Pero ayer saltó la sorpresa. La corrida salió blanda y descastada y decepcionó a todos; blanda en exceso, pecó gravemente de falta de casta. Por cierto, el presidente devolvió el sexto de la tarde, flaco y cariavacado, sin que se conozcan los motivos. El toro fue protestado por su endeblez, pero ése no es motivo de devolución, sino la evidencia de la ineptitud presidencial en el reconocimiento.
La devolución perjudicó gravemente a El Cid, quien volvió a demostrar con el sobrero que posee el don del arte excelso, una mano izquierda prodigiosa y que la experiencia le ha servido en grado máximo. Pero no era un victorino, y a la faena, henchida de naturales extraordinarios, lentísimos y bellos, y de derechazos mandones y profundos, le faltó el aditamento del riesgo añadido. Quede constancia, no obstante, de su muy interesante faena a ese último toro.
Blando fue el cuarto y lo metió en la muleta hasta engarzar la embestida del toro y llevarlo de cabo a rabo en dos tandas de naturales magníficos.
También se justificó Encabo con un lote excesivamente soso. Se lució con el capote en un quite por chicuelinas ceñidas en el cuarto, y en un par de verónicas a su primero. Banderilleó con facilidad, y se peleó con voluntad y poca templanza con sus dos toros.
La tarde, sin embargo, fue de un héroe y de un artista...
Babelia
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