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CÁMARA OCULTA
Columna
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La garra escarlata

El caso de Víctor Erice es sorprendente. Ha dirigido sólo tres largometrajes y unos cortos a lo largo de 35 años, o sólo dos largometrajes y medio si se recuerda que El Sur fue una película interrumpida por inesperada decisión del productor. Por su parte, el corto profesional, Alumbramiento, es una obra maestra de 10 minutos incluida en el largo Ten Minutes Older: The trumpet (2002), donde también participan Wenders, Herzog, Aki Kaurismaki, Chen Kaige, Jarmush y Spike Lee, y que en España nunca se ha exhibido, en este caso por decisión irrevocable de los distribuidores. Erice es un artista al que la industria del cine español no presta la atención debida o que cuando lo ha hecho ha sido con mirada corta: véase el caso de La promesa de Shangai, personal adaptación de la novela de Juan Marsé El embrujo de Shangai, que Erice no llegó a realizar a causa de un repentino cambio de opinión del productor de turno. Sólo queda la oportunidad de leer el guión que nunca será película, editado por Plaza & Janés. ¡Cuántos otros proyectos de Erice seguirán inéditos! ¡Cuántos sueños malogrados! El genial director vasco trabaja -crea- en un estilo que no se aviene con las prisas -a veces, chapuzas- de la fabricación de películas, y aquí parece que no hay quien le aporte los medios y el tiempo que él necesita para ofrecernos sus imágenes, puras joyas cinematográficas.

Los barceloneses tienen la ocasión de disfrutar ahora de su último trabajo, esta vez de media hora, que se exhibe ininterrumpidamente en una exposición del CCCB sobre las relaciones de este creador con su homólogo iraní Abbas Kiarostami. La pieza se titula La morte rouge, y es un bellísimo e inteligente ensayo sobre su personal descubrimiento del cine, allá por enero de 1946, en el desaparecido Kursaal de San Sebastián, ciudad en que nació. Erice evoca aquel tiempo y la película que le cautivó, La garra escarlata, peripecia de Sherlock Holmes y su ayudante Watson en un misterioso pueblo canadiense llamado La morte rouge. No hay forma de describir la mágica cadencia poética del relato, la fascinación con que Erice rebusca en los significados de La garra escarlata y de su eco en el ambiente de una sociedad devastada y con una población emocionalmente aterida, como él mismo dice. Hay que sentarse frente a la pantalla y dejarse llevar por el atractivo de un discurso fílmico en el que de nuevo Erice habla de la magia del cine, de la infancia, del sentido del tiempo, de la memoria, como ya recreara en El espíritu de la colmena o en ese inédito y asombroso Alumbramiento.

El público barcelonés está de suerte porque puede admirar esta belleza durante un mes más; los madrileños, en La Casa Encendida entre julio y septiembre, y los parisienses el año que viene. ¿Qué hacen los productores españoles que dejan pasar de largo el talento de este cineasta excepcional, meticuloso y elegante, profundo observador del detalle, reinventor del cine? Hay películas buenas, malas y regulares, pero las de Víctor Erice son punto y aparte, otra cosa. Si pueden, no se pierdan ésta.

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