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Construyendo la sostenibilidad

Asegura el autor que nuestro país tiene los mimbres necesarios para estar entre los cumplidores de Kioto.

Antxon Olabe

Las palabras corren el riesgo, con el uso y abuso, de convertirse en cáscaras vacías. En máscaras. Por eso conviene traer al presente el eco de su contenido esencial, el mensaje que late en su interior, el anhelo que se cobija entre sus vocales y consonantes. Las palabras hay que actualizarlas para que revivan en nuestro espacio mental y aniden en nuestro corazón palpitante. Para que alimenten nuestras visiones y nos ayuden a transformar positivamente la realidad.

La sostenibilidad es una palabra manoseada y trivializada hasta la nausea. Sin embargo, su fuerza radica en que nos puede ayudar a repensar hondamente nuestro presente. El desarrollo sostenible habla de nuestra aspiración brumosa y poco articulada, pero real, a firmar la paz con la naturaleza. Porque la pérdida de nuestra conexión esencial, vital, con la naturaleza forma parte de la herida original. Naturaleza o civilización es un falso dilema. Si nos lo planteamos de esa manera, nuestra civilización tecno-industrial global caminará indefectiblemente hacia su propia autodestrucción.

El transporte es una actividad que desde el punto de vista ambiental está en gran medida fuera de control

La sostenibilidad es un concepto destinado a despertarnos de la ilusión de creer que estamos por encima de la materia primordial, del agua y del barro, del lodo, la savia y los minerales. Despertarnos al hecho irreductible que somos criaturas biológicas, animales humanos, que hemos crecido y nos hemos desarrollado alimentándonos de los mismos frutos, bebiendo el mismo agua, respirando el mismo aire, disolviéndonos en el mismo polvo que el resto de criaturas biológicas que caminan y vuelan y nadan junto a nosotros en esta Tierra. Nuestra cosmovisión insiste, sin embargo, que la naturaleza es lo quedó atrás. Nosotros somos ya cultura, civilización. Pero al desconectar nuestra visión de la realidad biológica y ecológica que nos soporta y nutre, perdemos el hilo de Ariadna que nos permitiría salir de la grave crisis global que hemos desencadenado en la Biosfera.

Sostenibilidad es el eco de una txalaparta antigua que suena en los valles de nuestra memoria profunda para recordarnos que somos criaturas que han de saber reconocer y respetar unos límites. Que vivimos de los recursos que nos dan la tierra y el mar. Que necesitamos aire limpio para respirar, agua sana para beber y alimentarnos, territorio natural y paisajes para expandir nuestras miradas. Que si no nos ponemos límites a nosotros mismos nos volvemos criaturas caprichosas, cortoplacistas, egoístas.

La sostenibilidad nos recuerda que existe un pacto no escrito entre generaciones por el que ninguna puede apropiarse y dilapidar el tesoro de la vida como si fuese la única depositaria del mismo. Que nosotros también estamos de paso. Que antes que nosotros han caminado por estos senderos diez mil generaciones de hombres y mujeres. Que nuestros hijos y sus descendientes serán portadores de sus propios sueños y que es nuestra obligación cuidar con esmero el espacio en el que han de realizarlos.

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En el País Vasco la sostenibilidad es un arco que comienza a tensarse con vigor. Cada vez son más las manos que ayudan a empuñarlo. En la última década los avances han sido notables. Se han dado pasos importantes en la formulación de leyes; en la elaboración de políticas; en la planificación; en la información y el conocimiento de cuáles son los principales problemas, de dónde surgen y hacia dónde apuntan las soluciones. A modo de ejemplo, la industria lleva ya unos años haciendo una parte significativa de sus deberes ambientales, aunque todavía le quede un largo camino por recorrer.

En el País Vasco el reto de la sostenibilidad requiere que en el plazo de una generación hayamos transformado cualitativamente la manera en que nuestro desarrollo económico y social se integra con el medio ambiente y el medio natural. La Estrategia Ambiental Vasca de Desarrollo Sostenible 2020 es una herramienta de planificación que apunta en esa dirección. Fue aprobada en 2002 y ahora está siendo actualizada. Para ello numerosos agentes sociales y económicos han sido convocados, con la intención de informar, recoger opiniones, consensuar inquietudes y objetivos. Para formular compromisos .

La primera preocupación sometida a reflexión y debate tiene que ver con la preservación del territorio de nuestro país. Es urgente detener el ritmo de destrucción del mismo. En los últimos quince años el País Vasco ha perdido suelo natural a un ritmo muy superior al de los países de la Unión Europea. Sólo Holanda presenta peores resultados. La segunda, transformar la manera en que nos movemos y en que transportamos las mercancías. El transporte es en la actualidad una actividad que desde el punto de vista ambiental está en gran medida fuera de control. Congestión, ruido, contaminación, ocupación del suelo... las externalidades ambientales del transporte son demasiado elevadas.

La tercera, el consumo de recursos naturales. Somos todavía demasiado ineficientes. Hemos de aprender a generar más con menos. Con menos materiales, con menos energía, con menos territorio, con menos agua, con menos residuos, con menos emisiones. Especialmente hemos de ser creativos y audaces ante el reto energético que aparece en el horizonte. Ser capaces de protagonizar en los próximos años una revolución en la eficiencia y el ahorro energéticos, en el cambio de nuestros combustibles.

La cuarta, el cambio climático. El País Vasco tiene que presentar sus deberes hechos ante la cita de Kioto. Hemos de ser parte de la solución y no sólo del problema. Hay que dar un vuelco a los actuales malos resultados de emisiones de gases de efecto invernadero. Este país tiene los mimbres necesarios para estar entre los cumplidores de Kioto, pero necesita de un fuerte liderazgo político al más alto nivel para conseguirlo. Finalmente, hay que conocer, proteger, cuidar, nuestra biodiversidad y nuestros paisajes. Esos son los grandes temas en los que este país se juega, aquí y ahora, su camino hacia la sostenibilidad, esa palabra cargada de esperanza que hemos de conseguir entre todos que no se quede convertida en una cáscara vacía.

Antxon Olabe es economista ambiental

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