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Columna
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Manadas de lobos

Andrés Ortega

Al amanecer, salen en cuatro o cinco vehículos cargados de explosivos. Y al cabo de un tiempo se separan cada uno hacia un destino suicida. Quizás tengan algunos objetivos pre-establecidos, pero si encuentran dificultades, los cambian sobre la marcha y se tiran contra otros, ya sea una comisaría de policía, un mercado o una fila de chiíes a la espera de un autobús o de un empleo. Realmente, es muy difícil luchar contra este terrorismo de manada de lobos (wolf pack), como se lo denomina en Irak, pues atenta contra lo que puede y a menudo, como si no tuvieran carencia de candidatos a suicidas, vuelven contra los mismos objetivos. En esa guerra de poco sirve meterse en el hoyo causado por un previo obús. Además, usando a menudo cargas de artillería -quedan millares en el país-, ponen bombas en las carreteras que detonan, al paso de algún vehículo, por infrarrojos, con lo que los inhibidores no sirven.

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Las bajas estadounidenses se han reducido algo, no porque las tropas ocupantes hayan tenido éxito, sino porque hacen menos patrullas y se exponen menos. Los iraquíes que les van reemplazando tampoco están dispuestos a sacrificarse. A menudo, los mismos que están en las nuevas fuerzas de seguridad iraquíes tiene un pluriempleo en las milicias chiíes o suníes. ¿Hay extranjeros? ¿Realmente funciona allí Al Qaeda? El 11-M en Madrid y el 7-7 en Londres han demostrado que Al Qaeda puede ser más mortífera como ideología o referente que como organización.

Los insurgentes suníes parecen haber cambiado de prioridad: en vez de atentar en primer lugar contra los ocupantes, prefieren atacar a los chiíes -como ocurrió en la mezquita de Samarra- no ya para provocar una guerra civil sino para que los atacados se sientan indefensos y a su vez viren, como está pasando, contra los americanos y las fuerzas ocupantes de otros países, en un triángulo infernal, en el que las milicias chiíes se han convertido en centrales. Algunos observadores estiman que de seguir avanzando la violencia intercomunitaria, los ocupantes pueden verse obligados a hacer labores de interposición, lo que complicaría aún más su labor.

A pocos días de los tres años de la afirmación de Bush de "misión cumplida", Irak va a peor. Los propios informes oficiales americanos lo confirman. Parece avanzarse inexorablemente hacia la división del país en, al menos, tres trozos, lo que provocaría un movimiento sísmico en toda la región, la "apertura de las puertas del infierno" contra la que previno Amr Mussa, secretario general de la Liga Árabe. Discretas limpiezas étnicas o movimientos de población incluso entre barrios de una misma ciudad llevan tiempo produciéndose. En todo caso, ninguno de sus vecinos quiere ver surgir un Estado kurdo independiente.

Casi cuatro meses después de las elecciones, Irak sigue sin Gobierno y sin proyecto. Su Constitución está mostrando ser más un factor de división que de unidad. Puede que la Administración americana siga una táctica, pero la cambia constantemente y no se vislumbra una estrategia para pacificar Irak, mientras se va quedando sin aliados: la Italia de Prodi se retirará y ni en la UE ni en la OTAN se habla ya casi de Irak. Washington sabe que para estabilizar Irak y ejercer presión sobre los chiíes, necesita a Irán, por lo que, por primera vez, se han anunciado conversaciones directas entre americanos e iraníes. Pero se dedica a amenazar a Teherán por el tema nuclear y los iraníes agitan a su vez lo que pueden. ¿O es al revés: tienen las veladas amenazas de atacar Irán como primer objetivo forzar a Teherán a colaborar en Irak?

En todo caso, para Bush la decisión sobre la retirada de las tropas americanas no la tomará él sino alguno de sus sucesores, lo que indica que va para largo y quizás en esto, no le falte razón, aunque es el responsable en jefe del desaguisado, junto a un Rumsfeld que ahí sigue. En estos tiempos van saliendo trapos sucios sobre la multitud de errores cometidos por la Administración Bush en Irak. Pero las reflexiones de futuro escasean. Quizás porque el horizonte está oscuro. aortega@elpais.es

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