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Crónica:DE LA NOCHE A LA MAÑANA
Crónica
Texto informativo con interpretación

La Casa de las Libertades

Es posible que los italianos eligieran hace cinco años a Berlusconi para demostrar que cualquiera puede llegar a gobernar Italia, cualquiera que sin ser político tuviera el dinero suficiente para ganar elecciones

Addio

Su mismo apellido, Berlusconi, suena a diminutivo, y tal vez por eso la victoria por los pelos de Romano Prodi en las elecciones italianas sabe a poco, pues se contaba con que su oponente no recibiera tanto apoyo. En cualquier caso, de algo habrá de servirnos la victoria de una persona sensata como Prodi, y de lo que representa, frente a un sujeto que era en sí mismo una afrenta para la civilización europea, tan ocurrente, tan chistoso, tan dicharachero, tan seguro de que en política con lo único que no se juega es con los negocios. Lo peor de lo mediterráneo. Su descaro llegó al punto, en una curiosa perversión del lenguaje, de llamar Casa de las Libertades al conglomerado de fascistas y populistas que lo auparon al poder. Vaya una casa, vaya unas libertades, vaya una manera espeluznante de entender el ejercicio patrimonial de la política.

Vivan los novios

Otra vez se ve ese corredor tan como de pueblo que es en Valencia el recorrido que va desde Pont de Fusta a la Estación del Norte repleto de parejas de novios recién casados con su penosa indumentaria de bodas, posando junto a las figurillas de la espantosa fuente de la plaza de la Vírgen mientras reciben las cagadas de paloma o arrastrando la cola por unas baldosas agrietadas donde yacen los desperdicios más diversos, el mismo ramo de boda a veces. Una de las parejas se echa la foto pegada a uno de esos quioscos publicitarios, con los andamios de la puerta barroca de la Catedral como fondo, y se mosquea cuando ese alarde de masoquismo temprano despierta la hilarante curiosidad de niños y otros paseantes. Bien empiezan, estas parejas a las que se las ve como más diligentes que felices. Víctimas de un siniestro reportaje que merecen no olvidar jamás.

Pero, hombre, Bono

Nada, nada. No hay que sentir sino alegría de que Pepe Bono se despida del ministerio de Defensa jurando bandera y sintiéndose más español que nunca, cosa difícil por cierto, porque mira que ya era español este castellano joven antes de ser ministro. Si se trataba de mejorar una marca personal, no hay duda de que lo ha conseguido, y así contará con las bendiciones de un Arcadi Espada, por ejemplo, y nunca será objeto de broma sangrienta en un montaje de Albert Boadella, que ahora anda por ahí con su Quijote apócrifo bajo los telones donde Esperanza Aguirre hace de Miguel de Cervantes. "Banderita tu eres roja, banderita tu eres gualda". ¿Y qué? Pues que lo paga, como siempre, el soldadito español, esté o no enrolado, en ese romance de valentía. Atiende, toro bonito: esas antigüallas de género chico ¿es lo que vende Ciutadans de Catalunya y sus palmeros como señas de su animosa modernidad?

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Beckett como Kafka

Se cumple no se bien qué cosa de Samuel Beckett, el más silencioso de los escritores del siglo recién pasado, y en la ordalía de la celebración nadie recuerda que el irlandés fingido es también autor de un temprano ensayo sobre la función de la memoria en Marcel Proust, un documento tan valioso como La inspiración y el estilo, donde Juan Benet pasaba revista a los asuntos literarios que habrían de ocuparle las tardes de casi todo el resto de su vida. Beckett habla de sí mismo cuando cree hablar del dispositivo narrativo de Proust en su relación con la memoria, por la misma razón que Benet cartografía en ese primer ensayo los lindes precedentes para marcar su territorio. Creo que no llegaron a conocerse en vida, y lo digo porque nadie sabe qué cosa pasa después de la muerte con los ya muertos. Aquí paz, cuando es posible, y después gloria. Como la de Kafka, convertido en triste muletilla periodística.

Nadie es lo que parece

De acuerdo. Ni Proust era proustiano, ni Beckett era beckettiano, ni Benet era benetiano (su discípulo Javier Marías bien que se encarga de demostrar en cuanto tiene ocasión lo poco que le debe a su maestro), y ni siquiera Kafka era kafkiano. ¿Para qué, si había definido el laberinto de sus seguidores? La pregunta verdadera es si Rafa Blasco, que nada tiene que ver con este asunto, aunque hace como que sí, nuestro Blasco, el nuestro, el de toda la vida, el líder del Frap, reconvertido en sherif del territorio bajo la divisa de diversas ganaderías, es o no blasquista, si la sucesiva obediencia al matonismo manga de los chinos de repostería, al lermismo de la primera hora, al alcireñismo de la segunda o al zaplanismo de la tercera tienen algo que ver con el campismo de la cuarta imaginaria. ¿Es o no es blasquista, en el sentido primigenio? Lo mismo ocurre que no necesita ser nada para ejercer casi de todo, que a lo mejor se trata precisamente de eso.

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