_
_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

'Vascokerías'

Leo en la prensa que en Guipúzcoa trabajan alrededor de mil prostitutas. Dado que la estadística es la vía más precisa para llegar a la esencia, la casa matemática del ser, recurramos a ella para descubrirnos. No voy a referirme a las penosas condiciones en que estas mujeres desempeñan su oficio. Baste un dato para sacar conclusiones. La mayoría de ellas trabajan en pisos y el dueño del piso se lleva la mitad de la ganancia. Pero vayamos a lo nuestro. Mil prostitutas territoriales equivalen a una por cada setecientos guipuzcoanos vivos, id est, una por cada trescientos cincuenta guipuzcoanos varones, incluidos niños, ancianos y despistados. Según cuenta una de las del oficio entrevistada en el reportaje de referencia, cobran el kiki, o lo que dé de sí el cliente, a 50 euros, y en un buen mes llegan a ganar los tres mil quinientos euros (otros tantos para el casero sólo por no participar, y supongo que si participa la cuota se disparará un poco). Los cálculos me dan para el buen mes 140 kikis, lo que supone entre cuatro y cinco diarios. Si el buen mes coincide para todas las trabajadoras del ramo, habrá días esplendorosos en los que cinco mil guipuzcoanos estarán soltando grasa para que el casero la acumule, y esto equivale a uno de cada setenta respetables varones de este territorio histórico, incluidos niños, ancianos y despistados. Si tengo en cuenta que son aproximadamente setenta los varones que viven en mi portal, tengo que concluir que alguien de mi portal kikea todos los días sin acordarse del casero. ¿Seré yo?

Leo también en la prensa que se vuelve a solicitar que el Guernica de Picasso nos visite temporalmente. La noticia viene sazonada con comentarios interesantes. Así, el de Javier Maqueda, quien asegura que "no hay casa en Euskadi que no tenga una reproducción". No soy el inspector del gas y mis posibilidades de acceder a las casas ajenas son limitadas, pero no he visto esa reproducción en ninguna de las casas a las que tengo libre entrada. Sin embargo, que no la haya visto no quiere decir que no la tengan, de donde infiero que también yo debo de tenerla pese a que no la vea por ninguna parte. Ya ven, si la estadística me ha descubierto mis aventuras galantes en los burdeles, mira por donde la estadística senatorial me descubre como poseedor de un tesoro que yo ignoraba tener. Poseo la estampa, la sindone vasca, la sábana gris expoliada, cuyo valor estético, según Joseba Zubia, no es excesivo, salvo porque la pintó Picasso, pero cuyo valor político es incalculable. Tan incalculable es, que no entiendo cómo quieren traerla para acá a riesgo de estropearla y de perderla para siempre. Podrían organizar peregrinaciones con indulgencias a Madrid, que al fin y al cabo no está tan lejos y donde se incrementa su valor simbólico y su valor político, como bandera de la patria vencida en manos del infiel. Una vez en casa, acabaría siendo una chapuza de Picasso. Eso sí, si lo único que hace es peregrinar para acá, veremos unas colas que ni en La Meca. El arte propagandístico termina convirtiéndose en arte religioso.

Admito que tener un Picasso en el patrimonio no es ninguna tontería, y que cualquier excusa puede ser buena para hacerse con uno. Un buen Picasso bien merece poner en marcha un proceso de construcción nacional, e incluso dos. Sospecho que no es esa la razón que mueve a nuestros constructores para reclamar el Guernica, pero al pintor malagueño seguramente le encantaría. Ives Bonnefoy, el poeta francés para quien "el arte es la curación del concepto", dice de Picasso, en Remarques sur le regard, que era incapaz de soportar la mirada del otro, ni aun la suya propia, capacidad que siempre admiró en otros grandes pintores a los que tanto pasticheó y parodió: "los ojos, la mirada, fue lo que siempre evitó Picasso". Un exuberante creador de formas, aunque incapaz para penetrar su superficie, tampoco en esa obra maestra que es Les demoiselles d?Avignon. El título de este cuadro nada tiene que ver con la ciudad papal francesa, sino con el nombre de una calle de Barcelona en la que esas señoritas ejercían su oficio. Exóticas ellas, extracomunitarias. Como las de Guipúzcoa. Ignoro si lo son de verdad, pero leo en la prensa la página de contactos y la mayoría de ellas, y de ellos, venden exotismo y mulatería como un valor añadido. No hay etxekoandres, ni aizkolaris, ni sado-rural vasco. Como si el sexo nada tuviera que ver con nosotros y sólo pudiéramos apropiárnoslo como algo foráneo. No sé, quizá Picasso se equivocó de calle y de ciudad al titular su cuadro y lo que nosotros tuviéramos que reclamar fuera no el Guernica sino el otro cuadro, ése, el de las demoiselles. Sería más saludable.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_