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Crítica:ÓPERA DEL TEATRO DE LA BASTILLA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Tan desgarrada como esperanzadora

En la última década, la compositora finlandesa Kaija Saariaho ha pasado de tener como modelo de inspiración a Teresa de Ávila, en un ciclo de canciones para soprano y coro femenino que lleva por título Château de l'âme, a buscar sus fuentes de creación musical en Simone Weil. El oratorio La passion de Simone, escrito por Amin Maalouf, partiendo de la vida y pensamiento de la filósofa, se estrenará en Viena el próximo noviembre, en un proyecto coproducido también por Los Ángeles, Nueva York y Londres. No se anda por las ramas Saariaho. La espiritualidad, la indagación en los mundos interiores llena de significado su ética y su estética. Las concesiones al éxito inmediato no son para ella, y así ha partido en su segunda ópera de temas como la maternidad y la guerra, o, si se quiere, del debate entre la venganza y el perdón de una mujer violada en tiempos de conflicto bélico.

Adriana Mater

De Kaija Saariaho, con libreto de Amin Maalouf. Orquesta y Coro de la Ópera Nacional de París. Director musical: Esa-Pekka Salonen. Director de escena: Peter Sellars. Decorados: George Tsypin. Con Patricia Bardon, Solveig Kringelborn, Stephen Milling y Gordon Gietz. Teatro de la Bastilla, París, 12 de abril.

El escritor libanés Amin Maalouf ha endurecido el discurso respecto a su primera ópera con Saariaho -L'amour de loin tuvo un triunfo espectacular en Salzburgo en su estreno en 2000- y, siguiendo fiel a su pensamiento de que el arte lírico es el lugar privilegiado donde se encarnan las parábolas, los mitos y las pasiones humanas, ha situado Adriana Mater en un espacio intemporal de enfrentamiento, que es en cierto modo una síntesis de los Balcanes, Irak y otros ámbitos de destrucción irracional, y ha emplazado al violador en campo amigo y no en el del adversario, con lo que el desgarramiento alcanza otras proporciones. La reflexión sobre la condición humana impregna hasta el último poro de esta ópera.

La pareja Saariaho-Maalouf se complementa a las mil maravillas. Pero la ópera de nuestros días reclama otro tipo de complicidades. La del equipo escénico, por ejemplo. Es ahí donde aparece Peter Sellars para imprimir un sello humanista a la historia, con una dirección de actores sobria y eficaz, y con una ambientación misteriosa e inquietante de George Tsypin, que juega con un concepto escultórico de devastaciones y ruinas en materiales plásticos casi irreales, y con una iluminación atenuada de colores que profundiza en la parcela de los sentimientos. También el organizador artístico entra de lleno en la serie de complicidades, y en este caso Gérard Mortier es reincidente con el trío Maalouf-Saariaho-Sellars.

Atmósferas ideales

Luego está el director musical Esa-Pekka Salonen, un músico extraordinario en todos los sentidos, que continúa en París su ciclo operístico sobre el amor y la muerte después de su extraordinaria inmersión en Tristán e Isolda la temporada anterior, también con Sellars. El músico finlandés controla maravillosamente todos los flujos del sonido, esos coros que, gracias a programas de especialización informática, envuelven al espectador con un sonido directo y crean atmósferas ideales para situar el dolor y la búsqueda de salidas morales de los personajes; esa melodía de nuestro tiempo arropada por una orquesta tan rica de expresión sonora como vinculada a los pormenores de un canto nada sentimental y, sin embargo, conmovedor. Respondieron admirablemente los cuerpos estables de la Ópera Nacional de París y respondió el público -bastante más joven de lo habitual en los teatros europeos- con un entusiasmo indescriptible, muy superior al que muestra en muchas óperas de repertorio.

La ópera de nuestros días tiene exigencias muy particulares. Dos de ellas son la tensión dramática permanente en función de la emoción musical y la integración de música-texto-interpretación y teatro. Adriana Mater es un modelo en ello. Un regalo en la resolución textual de un conflicto donde permanece a pesar de todo la esperanza, y en un terreno de abrir ventanas a una ópera del futuro que indaga en el corazón profundo del ser humano desde las perspectivas de la palabra, el teatro y la música.

Solveig Kringelborn, arriba, y Patricia Bardon, en una escena de <i>Adriana Mater.</i>
Solveig Kringelborn, arriba, y Patricia Bardon, en una escena de Adriana Mater.RUTH WALZ / OPERA NATIONAL DE PARIS
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