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Columna
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Alborada del tramposo

Lluís Bassets

Prodi debe su ajustadísima victoria a dos tipos salidos de ese mundo colorista y de ópera bufa tan divertido, pero también peligroso, que se ha ido configurando alrededor del berlusconismo. Sin la colaboración de Mirko Tremaglia y de Roberto Calderoli, La Unión no contaría a estas horas con mayoría ni en el Senado ni en la Cámara de los Diputados. Mirko Tremaglia, de 80 años, ha sido toda su vida militante del Movimiento Social Italiano, el partido continuador del fascismo mussoliniano, convertido luego en formación honorable y democrática gracias a un político de la talla de Gianfranco Fini. Tremaglia participó en la República Social Italiana, la farsa de Estado organizada por los alemanes con Benito Mussolini, conocida también como República de Salò.

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Su mayor aportación política ha sido conseguir, como ministro para los Italianos en el Mundo, que los expatriados votaran por primera vez en estas elecciones y aportaran más de 800.000 sufragios a las urnas. Tremaglia no ha parado de viajar a los países donde hay más italianos, esperando cosechar con ello unos buenos resultados electorales. Su aportación ha sido fantástica: un solo escaño entre los 18 en juego para el Senado y para la Cámara. Pero es más: en el caso del Senado, sus desvelos le han dado la victoria a Prodi. La Unión ha obtenido menos votos que la Casa de las Libertades en el Senado, unos 428.000. Sin contar con los senadores aportados por los italianos de ultramar, La Unión habría quedado en 154 escaños, uno por debajo de la Casa de las Libertades. El Senado es imprescindible para gobernar, y es cierto que Prodi deberá estar permanentemente alerta para que el berlusconismo no le impida legislar a través de la compra de senadores.

Pero la proeza de Tremaglia queda corta si se compara con la que ha conseguido Roberto Calderoli, de 50 años, y ministro para las Reformas Institucionales y la Devolución hasta el 18 de febrero pasado. Calderoli pertenece a la Liga Norte, sustituyó al líder carismático Umberto Bossi, con motivo de su retirada por enfermedad, y consiguió notoriedad internacional cuando se desabrochó con gran regocijo la camisa en una entrevista televisiva y mostró que llevaba debajo una camiseta estampada con las caricaturas de Mahoma del diario danés Jylland-Posten. Tras su exhibición murieron 11 personas por disparos de la policía al dispersar una manifestación violenta que intentó asaltar el consulado italiano en Bengasi (Libia). El bufón se vio obligado a dejar su importante cartera, con la que había preparado la reforma constitucional que pretende dar más poderes a las regiones e introducir el federalismo, y que deberá votarse en referéndum en junio, y la ley electoral, que ha recuperado el sistema proporcional.

La idea de que hay reglas de juego que todos deben respetar pertenece a un universo de ideas bastante exótico para el berlusconismo, y de ahí que cambiarlas a mitad del partido sea lo más normal del mundo. Berlusconi venció en 1994 gracias precisamente a la eliminación del sistema proporcional, pero ahora le convenía recuperarlo, entre otras razones para hacer ingobernable el país si quien vencía era la variopinta coalición de izquierdas. Por si ganaba la Casa de las Libertades por los pelos, había que hacerlo también gobernable, aunque fuera gracias a la diferencia de un voto. De ahí surgió la prima que da un mínimo de 340 escaños y la mayoría a la coalición más votada. Todo esto lo cocinó y firmó el genial Calderoli, con el resultado que ahora se ha visto.

Lo que han hecho Tremaglia y Calderoli, a las órdenes de Berlusconi, tiene una disculpa. No es lo único que ha puesto de su parte la Casa de las Libertades para obtener la victoria. Al contrario, ha hecho todo y de todo para ganar y sólo le han salido mal dos jugadas, eso sí, las decisivas. La campaña del propio Berlusconi ha sido astuta y brillante. Ha sabido radicalizarla y acercarla a la sensibilidad antielitista de sus votantes. Su pelea con los grandes patronos, a los que ha despreciado y ultrajado, le ha dado buenos rendimientos en el electorado humilde. Insultar al electorado de izquierdas, llamándoles coglioni, gusta mucho entre los electores de derecha. También gusta el maltrato a los periodistas sabelotodo.

Como buen tramposo, ahora que no ha ganado dice que no ha ganado nadie. No reconoce el triunfo del adversario y asegura que los votos en el extranjero no valen. Como si no hubieran sido él y su ministro del Interior quienes han organizado las elecciones. Por cierto, con excesiva y sospechosa tardanza en el escrutinio. También ha adelantado que Prodi no puede gobernar y debe hacer una gran coalición. Cuando vea que esto no es posible puede sacar otro conejo de la chistera, el Gobierno técnico por ejemplo. Todo con tal de evitar que Prodi forme Gobierno y para atrincherarse en defensa de sus intereses, que se resumen en dos: mantener sus abundantes y fructíferos negocios (en sus cinco años de Gobierno, mientras Italia se arruinaba, él ha triplicado su fortuna personal) y evitar que los jueces vuelvan a caerle encima.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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