Una alegría contagiosa
En un principio no iba a sonar una sola nota de Mozart en el Festival de Pascua de Salzburgo. Con la cancelación de Seiji Ozawa y su sustitución por Simon Rattle en el primero de los conciertos sinfónicos hubo cambio de programa, y por allí se coló la música del genio, en concreto el Concierto para piano y orquesta KV 595, que es una hermosura, y más si está defendido como solista por alguien como Alfred Brendel.
La distribución geográfica de la orquesta era curiosa, pues Rattle situó los instrumentos de viento en primer plano a su derecha, en el lugar que habitualmente se suelen colocar los violonchelos. La circulación del sonido invitaba a una lectura de corte camerístico en un juego de complicidades alrededor del solista.
Filarmónica de Berlín
Director: Simon Rattle. Solistas: Alfred Brendel, piano, y Magdalena Kozená, mezzosoprano. Obras de Mozart, Beethoven, Sibelius, Brahms y Mahler. Festival de Pascua. Grossesfestspielhaus, Salzburgo, 9 y 10 de abril.
Brendel sacó a flote su musicalísima sensibilidad y desgranó cada frase como si le fuese en ello la vida. No tiene quizá la precisión técnica de hace unos años, pero su inmensa sabiduría lo suple y la música que sale de sus dedos y de su cabeza es cercana, cálida, delicada, sutil, incluso milagrosa en algunos momentos. Rattle se siente a gusto con él. No en vano han tocado juntos y grabado una de las mejores integrales de los últimos años de los conciertos para piano y orquesta de Beethoven.
Anteayer interpretaron el cuarto de la serie y la magia apareció a borbotones, pero especialmente en el andante con moto. Todo ello en un ambiente de diálogo musical, de convincentes afinidades sonoras entre pianista, orquesta y director.
Versión primaveral
Las segundas partes se culminaron con sinfonías de Brahms o Mahler. Y aún hubo un huequecito para una deliciosa versión de El cisne de Tuonela, de Sibelius. A veces se ha destacado el carácter otoñal de la música de Brahms y, en particular, de su Segunda sinfonía. El impulso, la vitalidad de Rattle fueron de tal calibre que casi se podría hablar de versión primaveral. Nada de retóricas. Rattle despliega un luminoso abanico de colores y ritmos sin ningún tipo de ataduras con la tradición. Se puede hablar de frescura. El concepto requiere una miajita de reposo, pero es muy atractivo. Tiene alegría y es contagioso.
Las mayores emociones llegaron, no obstante, con la Cuarta, de Mahler, y, en particular, con los dos últimos movimientos. De los que estremecen. Con una orquesta deslumbrante y un director en estado de gracia. Magdalena Kozená salió a escena con presencia de gran trágica envuelta en una gama de blancos. Su actuación fue notable, pero no arrebatadora. Rattle la mimó, como era de esperar.
En cualquier caso, la sensación que permanece es que el motor, la fuerza, la diferencia de estos intensos conciertos se genera en la orquesta. Prodigiosa Filarmónica berlinesa. Cambian de cuando en cuando algunas caras y, sin embargo, la perfección del mecanismo y el espíritu artístico se mantienen.
Babelia
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