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APUNTES

¿Hay vida después del Erasmus?

El recuerdo de lo vivido y la dificultad al volver a la rutina marcan a los alumnos tras la beca

"La vida de erasmus es como un primer amor, una persona puede que no olvide esa experiencia, pero si no le sirve para encontrar su propio camino, tiene un problema", considera Birger, de 26 años, que vino desde Gante, Bélgica, a estudiar para ingeniero agrónomo, y ahora vive y trabaja en Valencia impartiendo a domicilio clases de inglés para empresas y particulares. "Es malo que la gente se quede colgada de lo que vivió cuando estuvo en otro país". "Luego, claro, el retorno a tierra les parece brutal, intentan repetir lo mismo en su casa, pero no sale igual", dice. En ese despegue del entorno original, no es raro que se dé la inmersión cotidiana en alcohol y desmadre, como si el Erasmus no fuera un aprendizaje, sino unas vacaciones radicales de la propia vida. "Sin embargo, lo normal es que la gente también se dedique a estudiar con cierta curiosidad, a conocer personas de todo el mundo, a disfrutar de la ciudad, a alucinar con cosas como las Fallas".

A algunos el año les sirve para descubrir su orientación sexual o su vocación profesional
"El retorno a casa les parece brutal. Intentan repetir lo mismo, pero no es igual", dice Birger

Fue su caso, y todos estos elementos a él le produjeron "el gusanillo de volver aquí". Como en otros casos, el Erasmus alumbró un camino distinto al que Birger había previsto. "Regresé a Bélgica, sí, pero pensé en volver a Valencia porque había establecido bastantes contactos con gente de aquí, ya sabía cómo moverme", dice, "y me di cuenta de que las clases de inglés podían ser una salida". Lo hizo. Ahora vive de ello, desea finalizar la carrera en la UNED, y comparte la existencia con Marcella, una joven italiana que también vino a estudiar Ingeniería Agrónoma. "Soy fruto directo de mi experiencia como Erasmus", reconoce.

No obstante, cuando se revisita el lugar iniciático, puede que todo no sea exactamente como el estudiante espera. Silvia, también italiana, de 25 años, estudiante de Ciencias de la Comunicación, pasó su Erasmus en Valencia, y ha vuelto a la ciudad para realizar el doctorado: "La vuelta no ha sido tan especial. Yo he cambiado, claro, y eso influye, lo de salir no te atrae como antes, lo de conocer rápidamente a montones de gente tampoco". "Me he encontrado, además, con que, en el doctorado, las cosas no son exactamente como esperaba". Complicaciones burocráticas, dificultades en torno a la tutoría y la ausencia de una beca que apoye la investigación que Silvia desea realizar, le preocupan. "Lo de la beca, por ejemplo, sería un incentivo, un aliciente para continuar esta senda", añade.

Fuera del propio país, efectivamente, el tema del dinero es duro para el alumno. Laura Muñoz y Arancha Ferrer, de 22 años, que ultiman en Valencia sus estudios de Periodismo, vivieron su Erasmus en Módena, Italia. "El dinero de la beca de los valencianos era exiguo, unos 120 euros mensuales, sólo los estudiantes andaluces tenían menos", recuerda Laura, que también escribe en la revista Mètode. "Eso te condiciona, más en una ciudad cara y rica, como es aquella, de hecho éramos de los pocos erasmus que teníamos que hacer botellón para no gastar tanto", apunta Arancha.

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Ambas insisten en que "el programa no es sólo jarana, nosotras estudiamos bastante". Recuerdan que el edificio original de la universidad estaba de reformas, y sus instalaciones se habían trasladado "a un antiguo centro comercial". "Aquello era muy pintoresco", evoca Laura, que en Módena encontró a su actual novio, "que no es italiano, sino de Castellón". "Nuestro grupo era de 70 estudiantes", dice Arancha, "y, de todos los que se habían ido de casa con pareja, sólo una chica la mantuvo, el resto se rompió". Según Laura, "el Erasmus es un poco como Gran Hermano: muchas emociones en poco tiempo, que se intensifican enormemente por la circunstancia". La vuelta, coinciden, no es fácil: "Es un paréntesis que se acaba, has de readaptarte a la ciudad, a tu entorno de origen, al sistema de estudios y a la rutina; tenemos amigas que, casi un año después, aún hablan sólo de aquello".

Así lo confirma también Almudena Talón, de 22 años, ayudante de coordinación para estudiantes Erasmus en los estudios de Comunicación Audiovisual: "Se piensa en ello mucho después de haberlo terminado, que tengas remembers; a mí me pasa todos los días". "El cambio es enorme, vas de casa de tus padres a otro país, y luego debes volver a ese entorno; en la ida y en la vuelta, el cambio de nivel de libertad impacta bastante". "Yo estuve un cuatrimestre en Copenhague y me abrió la mente, me ayudó a conocer la realidad de muchos países a través de sus gentes: ha cambiado mi percepción de Grecia, Lituania, de Estados Unidos, y hasta de España", explica. "Entendí que los estudiantes de aquí estamos más preparados de lo que creemos, pero también que en España se trabaja mucho más y peor, de manera más competitiva y con más abundancia de estrés que en los países con alto nivel de bienestar. En esencia, te hace ver que tu vida puede tener otras perspectivas, distintas a las que creías", concluye Almudena.

De hecho, hay personas que hasta se han reafirmado en esos viajes en una orientación sexual que tenían oculta. O que han descubierto que tenían la fuerza para encauzar su profesión y su trayectoria de un modo en absoluto predeterminado. "Con 26 años fui a Coimbra a ultimar mi carrera de Derecho", explica Pablo Milara. "Es una ciudad estupenda, muy bohemia, evité guetos, me mezclé". "Estuve con algunas chicas, pero el ligue no fue lo definitivo, más bien un elemento más del paisaje". "Al final", recuerda, "volví llorando por el mundo que dejaba atrás". A la vuelta, "te sientes un poco freak, tienes experiencias totalmente ajenas para tus amigos, por eso tiendes a relacionarte con otros Erasmus". Pablo, durante esa vuelta, trabajó en Dénia, "en un sitio de vela superpijo". "Con todo lo que había vivido, me di cuenta de que aquel ambiente no iba a poder soportarlo. El bajón fue muy grande, estuve tiempo saliendo poco, desubicado". "Pero poco a poco me fui reafirmando, cambié de trabajo y ahora tengo pensado ir a Londres durante una larga temporada". "Desde luego, sin haber vivido el Erasmus, jamás me hubiera planteado algo así". "En cambio", finaliza, "ahora sé que seré capaz de hacerlo, y que será bueno para mí".

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