Fantasías con equívocos

Las inquietudes de Guilherme Botelho (São Paulo, 1962) le han llevado a una carrera de bailarín en Europa bastante estable y que ha tenido su centro en el Gran Teatro de Ginebra, donde ha quedado muy presente la huella de coreógrafos como Balanchine, Araiz y otros. Aun pasando los años, en los teatros algo queda del paso de esos genios y maestros.

El trabajo de la compañía suiza Alias, que ya alcanza los 12 años de andadura, se basa sobre todo en el impacto teatral y en el reciclado de las múltiples influencias de que son objeto, tanto como centro geográfico como logístico, por donde pasa gran parte del quehacer de las artes escénicas actuales centroeuropeas. Los eficaces efectos escenográficos y funcionales (un coche temerario que avanza sobre la escena con los faros encendidos, el nadador impenitente que no se detiene y practica en el proscenio o el piano que avanza fantasmalmente solo junto a una gigantesca alfombra que lo mismo sirve para ocultar las miserias de los actores-bailarines que para simular una gran ola) son elementos que en su poder banalizan lo que sucede propiamente con el baile y que debía ser el meollo de la cuestión; el resultado es ecléctico hasta el hastío, confuso en su idea politonal de transmitir varios puntos de vista alternos y agobiante en cuanto a que lo coral se convierte en barullo.

No es que falten ideas, sino que probablemente hay un exceso o acumulación epidérmica de ellas dentro del material definitivo de la obra y hace creer que dentro del teatro-danza caben interiorizaciones y exteriorizaciones con el mismo rasero: esto no es así, y es precisamente el criterio selectivo del coreógrafo-director el que debe apuntar eso que llamamos "síntesis escénica" y que es la base de toda exposición teatral.

El argumento de El peso de las esponjas remite a otras obras memoriales, por momentos se imita sin demasiada justificación a Pina Bausch y al teatro ya hoy llamado sin riesgos clásico del absurdo; esas convivencias de lo tormentoso a lo onírico intentan dibujar su propia lógica, dar al espectador un fresco coral o sinfónico de esa desarticulada familia contemporánea tan habitual en nuestros días. De este propósito llega al espectador sólo una parte en la representación, en el resto anida un caos que transita a través de toda la exposición, a veces con sentido o a veces careciendo de él.