Baile de electrones
Es difícil definir las sensaciones de un concierto de música sacra en una iglesia. Pero hasta esa sensación de contagio divino tiene una explicación física. Dice Enrique Askasibar, físico, científico del Ciemat, que los electrones absorben energía en fracciones determinadas, pero que cuando uno de ellos en estado de energía mínima recibe radiación en una cantidad justa, se excita.
Pues eso es lo que pasó, según él, en el recital matutino de ayer en la iglesia de San Miguel. Era el segundo de la Semana de Música Religiosa de Cuenca y los electrones se pusieron como motos escuchando al Cuarteto de Tokio. Interpretaron, Primera luz, cuarteto número 2, la obra de la joven rusa Lera Auerbach (Cheliabinsk, Urales, 1973), encargo del festival conquense. La sutileza de los sonidos perfectamente nivelados, la concentración impresionante de los cuatro músicos para su ejecución, levantaron los bravos del público. Pero la exhibición continuó con Las siete palabras de Cristo en la cruz, de Joseph Haydn, una interpretación nunca complaciente y tan electrizante y moderna como merece ese genio del neoclasicismo vienés.
Menos mal que ayer se presentaron los electrones y fueron convenientemente excitados, porque el viernes, en el primer concierto, ni se les notó. Se encargaba de abrir este año la Semana de Música Religiosa la Orquesta Nacional de España, con Josep Pons al frente. Empezaron con otra obra de encargo, Sinfonía bíblica para soprano, barítono, coro y orquesta, de Eduardo Rincón, que resultó plana hasta el amodorramiento.
La Sinfonía de los salmos, de Stravinski, una pieza que se desliza entre la sofisticación rítmica y la contundencia coral, pasó inadvertida. Ni hubo ni una cosa ni otra.
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