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Elecciones en Israel
Columna
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Entrelazados

Lluís Bassets

Entre el río Jordán y el mar viven casi diez millones de personas que tienen en común más cosas de lo que aparentan y ellos mismos piensan. Lo han expresado en las urnas en las respectivas elecciones palestinas e israelíes con dos meses de diferencia. Todos rechazan la corrupción de muchos de sus dirigentes políticos. Quieren mejorar las condiciones de vida de los más desfavorecidos, que son de una miseria oceánica en el lado palestino, pero dejan mucho que desear y llegan a la pobreza efectiva para una amplia franja de la población en el lado israelí. Seguro que son mayoría los que quieren la paz. Y también deben serlo los que quisieran vivir como si el vecino -palestino o israelí respectivamente- no existiera, e ignorando incluso que todos tienen sus sentimientos, temores y esperanzas, y también sufren de sobresaltos, unos a cargo del ejército ocupante o de los colonos, y otros del terrorismo suicida.

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La mayoría absoluta obtenida por Hamás el 25 de enero y los resultados de Kadima, del laborismo e incluso del partido de los pensionistas anteayer en Israel tienen muchas claves de lectura, pero hay una que afecta a las preocupaciones más cotidianas de la entera población que habita esta estrecha franja costera. La preocupación por las condiciones de vida, por el sufrir cotidiano, que ha dado votos por igual a Hamás que a los laboristas o a los pensionistas, no es empero lo único que une a palestinos e israelíes. "Entrelazados" es la expresión que utilizaba ayer la corresponsal del diario israelí Haaretz en los territorios ocupados, la periodista Amira Hass, en su columna de análisis electoral. Nada sucede a un lado que no tenga que ver finalmente con lo que sucede en el otro.

La pobreza palestina tiene que ver con la ocupación, claro está, pero también la pobreza de los israelíes, que viven en un país más preocupado por mimar a los colonos que por atender a jubilados y a menesterosos. El Gobierno de Hamás -refrendado por su Parlamento el día de las elecciones israelíes- se niega a reconocer el Estado de Israel, cuya liquidación consta en su programa; pero Ehud Olmert, el actual primer ministro confirmado ahora en las urnas, rechaza todo contacto con Hamás y propugna el establecimiento unilateral de fronteras, tal como ya se hizo en Gaza el pasado agosto. No se hablan entre sí, pero todo cuanto hacen repercute al otro lado de las vallas y líneas de separación. Están "entrelazados" como dos cuerpos en un combate.

Se trata de un combate declarado hace 70 años y sin desenlace a la vista. Conduce al tópico "condenados a entenderse", pero no es verdad: de momento siguen encadenados unos a otros en una condena a combatirse más allá de la extenuación. Israel tiene la superioridad militar y cuenta con el apoyo incondicional de Estados Unidos, sobre todo desde que el presidente Bush reconoció en 2004 que no hacía falta cumplir estrictamente las resoluciones de Naciones Unidas. Palestina cuenta con las proyecciones demográficas, que convertirán dentro de 15 años a la población árabe en mayoritaria en la franja entre el Jordán y el mar, y con una causa fácilmente comprensible para la comunidad internacional, que sólo toma distancias por el hastío ante el terrorismo, el aumento del antisemitismo y la corrupción de los dirigentes palestinos. "Es innegable que los palestinos han sido las principales víctimas de las guerras árabe-israelíes, y que sus reclamaciones son indudablemente justas", ha escrito el ex ministro e historiador Shlomo Ben-Ami en Cicatrices de guerra, heridas de paz (Ediciones B). Pero Palestina no conseguirá el Estado al que tiene derecho sin el acuerdo de Israel, como a Israel no le bastarán sus acciones unilaterales y su valla de seguridad para conseguir unas fronteras seguras y reconocidas internacionalmente, con una población mayoritariamente judía dentro de ellas, sino que necesita el acuerdo de los palestinos.

Los resultados de ayer no son más de lo mismo, como darían a entender el cansancio y la santa indignación. La mayoría que se perfila, dirigida por Olmert, quiere abandonar Cisjordania. Ya no habrá un gobierno de los colonos, como lo fue el de Sharon antes de irse de Gaza. El partido histórico de la derecha nacionalista, el Likud, ha quedado relegado al quinto lugar y ha aparecido un partido racista increíble a su derecha. Es un terremoto. Y significa el entierro definitivo de una quimera, el Gran Israel, que se esfuma junto a los grandes caudillos militares entre las nieblas del pasado.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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