Oportunidad catalana
A falta de los últimos pasos del trámite parlamentario, el Estatuto catalán pronto estará listo para ser sometido a la consideración de los ciudadanos de Cataluña. Se abre de este modo una nueva oportunidad política. Y para que las expectativas puedan ser fructífera realidad se requiere que los principales protagonistas asuman sus responsabilidades.
El proceso negociador ha sido largo, tortuoso y confuso, entre otras razones porque nadie ha ejercido en Cataluña el liderazgo de esta reforma del Estatuto. Como consecuencia, el texto salido del Parlamento catalán -en una negociación que parecía una subasta- ha sido sustancialmente modificado en Madrid. El resultado es más que razonable. Ahora se requiere que los partidos del consenso catalán, y en especial el presidente de la Generalitat, hagan suyo el proyecto sin ningún tipo de ambigüedades. A Pasqual Maragall corresponde liderar la campaña del referéndum. Y marcar distancias críticas respecto al texto no es la mejor manera de hacerlo. También es responsabilidad del presidente catalán conseguir que Esquerra Republicana, que ayer decidió su voto negativo al Estatuto en la votación del Congreso, se acabe incorporando a la mayoría de quienes apoyarán el sí en el momento del referéndum.
Para superar con éxito el último trámite, el Estatuto necesita tener la legitimidad de un amplio apoyo político y social. La propia convocatoria del referéndum por el tripartito sería inviable si los tres socios no estuvieran de acuerdo en la reforma central de la legislatura.
Si el episodio estatutario acaba bien, el tripartito tendrá una segunda oportunidad para culminar la legislatura con cierto éxito. Sus críticos dirán que si colocaron el Estatuto en primer plano es porque no tenían nada más que ofrecer. Y que el Estatuto ha sido la coartada de su impotencia. La realidad es que la nube estatutaria que tantas tormentas ha provocado no ha permitido visualizar muchas iniciativas del Gobierno catalán, como la ley de barrios, el pacto por la educación o la mayor eficiencia introducida en la gestión presupuestaria. Con el triunfo del Estatuto en la mano, el Gobierno debería demostrar ahora que el cambio no era una simple alternancia, sino que representaba nuevos objetivos y distintas prioridades.
Si Esquerra Republicana opta definitivamente por la ruptura del consenso estatutario, Maragall tendrá la oportunidad de poner de manifiesto la autoridad que sus críticos han echado en falta durante estos dos años largos. Su obligación es comprometer a Esquerra o, en caso contrario, forzar su salida de un gobierno que ya no tendría sentido, para buscar en otras partes los apoyos necesarios para completar la legislatura. Todavía es posible demostrar que en Cataluña se puede gobernar de otra manera.
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