La idea de Merceditas
La idea se le ocurrió por la noche, de repente, mientras veía la televisión. La cadena, nacional y gratuita, emitía una de esas interminables secuencias de publicidad a todas luces ilegales -porque duran mucho más de doce minutos, duración máxima establecida por la legislación europea al respecto-, que los españoles nos tragamos a diario sin que aquí nunca pase nada. Lo de que aquí nunca pase nada, ya se sabe, es una de las grandes especialidades nacionales, sólo comparable a la facilidad con la que se impone la idea de que aquí está pasando lo más grande cuando no está pasando nada grave en realidad. Eso estaba pensando Merceditas mientras cronometraba los anuncios en silencio, una vez más, y entonces, de repente, tuvo aquella idea.
Merceditas, que odia en vano el diminutivo de su nombre, piensa bastante, pero no suele comunicar los productos de su pensamiento porque, en su casa, el pensador prestigioso es su hermano pequeño, Júnior, que al borde de los catorce años, y lejos ya del monstruoso sobrepeso que le amargó la infancia, conserva el amor por la reflexión que inspiró en él la condición de llamarse Pascual Martín Martínez y ser el chico más gordo de su curso. Merceditas, que tiene diecisiete, y la suerte y la desgracia de ser guapa, respeta el pensamiento de su hermano pequeño -un engorro, por otra parte-, pero está un poco cansada ya de que nadie le dispute el monopolio de las buenas ideas. Por eso, aquella noche se le ocurrió hablar. Llevaba mucho tiempo delante del televisor, contemplando una sucesión de ofertas de líneas ADSL -con y sin llamadas locales, con y sin llamadas nacionales, con y sin televisión por cable, con y sin regalos promocionales, con y sin descuentos para pequeñas empresas, con y sin líneas de teléfono móvil asociadas-, sólo comparable al bombardeo de colonias -con y sin tía buena, con y sin tío bueno, con y sin tía buena y tío bueno en un ascensor, con y sin patrocinador famoso, con y sin paisaje bucólico, con y sin niñas rubias, con y sin diademas de flores, etcétera- de los cinco primeros días del año, cuando tuvo esa idea, la lengua se le soltó sin que se diera cuenta.
-Se me acaba de ocurrir un negocio buenísimo.
Eso dijo, y entonces su madre la miró igual que si acabara de anunciar que le dolía una muela, su padre se levantó las gafas y arqueó las cejas como si no confiara mucho en la potencia de sus oídos, y su hermano Júnior resopló. Y sin embargo, por encima incluso de aquel resoplido, Merceditas siguió hablando.
-¿No os dais cuenta de que seguro, seguro, estamos haciendo el primo, y pagando de más en todos los recibos de la casa? Teléfono, gas, electricidad, Internet Hay tantas ofertas y son tan enrevesadas, tan complicadas, que acabamos por no oírlas, por no entenderlas. Es como si oyéramos llover. Y sin embargo, si hubiera alguien que cogiera todos nuestros recibos, y los estudiara, y nos preguntara qué necesitamos en realidad, y se tomara el trabajo de comparar las tarifas que pagamos con las que nos vendrían bien, y llamara a las compañías, y cambiara los contratos, y nos lo diera todo hecho, diciendo: muy bien, familia Martín Martínez, pues ahora lo que van a pagar ustedes es tanto, por tantos servicios, y dentro de seis meses, o cuando sea, estudiaremos su caso otra vez y si hay que cambiar algo, lo cambiamos, pero ustedes no tienen que preocuparse por nada. Firmen aquí y ya lo hacemos todo nosotros. ¿Os lo imagináis? Es como lo de la gente esa que se dedica a renegociar créditos para juntarlos todos en uno solo, mucho más barato. Sería un negocio estupendo, porque a todo el mundo le convendría. Todo el mundo tiene teléfono, ¿no? Y gas, y electricidad, y un ordenador por lo menos. Y nadie tiene tiempo para leerse todas las ofertas, para entenderlas, para compararlas. Los que se dedicaran a eso podrían cobrar una cantidad todos los meses, y como tendrían muchos clientes, su tarifa sería baja, pero ganarían mucho dinero ¿A qué es un buen negocio?
Era un buen negocio, una buena idea. Merceditas estaba segura de eso. Pero como se le había ocurrido a ella, y no a su hermano, su madre se limitó a fruncir los labios en una mueca escéptica, su padre volvió a ponerse las gafas delante de los ojos, y Júnior sentenció.
-Si con la cantidad de economistas que hay en el paro, no se le ha ocurrido todavía a ninguno, será porque es un negocio malísimo.
Entonces se acabaron los anuncios, la película continuó en el punto donde se había interrumpido, y Merceditas pensó que seguro, seguro, que Bill Gates es hijo único.
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