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Crítica:DANZA | Ballet Nacional de España
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Plenitud formal

El Ballet Nacional de España (BNE) vuelve a una plenitud formal que es su sitio natural; el nivel de baile resulta ahora ya de nuevo homogéneo y compacto, con lo que los servicios escénicos resultan de un empaque que aporta impacto y calidad.

El primer ballet, Elegía, es una obra sobria, consciente del estilo y la coralidad, una evocación muy refinada de esa para muchos época de oro del baile español en que brillaba Antonio Ruiz Soler, el Gran Antonio. Especial mención merecen por su brillantez la pareja solista compuesta por Cristina Gómez y Pol Vaquero; podía titularse así esta reseña La otra gran noche de Pol Vaquero, pues su baile sigue en vertical ascenso a la madurez, su sinceridad y garra, sus maneras en los dúos y su generosa estampa que le convierten en algo más que una promesa dentro de su generación de bailarines. De gran logro plástico puede calificarse el vestuario de Pedro Moreno, que recrea formas, volúmenes y colores que constituían características de otros tiempos, como igualmente la coreografía de José Antonio da otra vez una magistral lección de combinaciones de grupo y partes solistas en las que la exigencia técnica se une a la cristalización de lo que hemos dado en llamar clásico-español.

Ballet Nacional de España

Elegía homenaje (a Antonio Ruiz Soler): Coreografía: José Antonio; música: Joaquín Turina; vestuario: Pedro Moreno. El Café de Chinitas. Coreografía: José Antonio; música: ocho canciones populares de Federico García Lorca en armonización de Chano Domínguez; director de escena, vídeo y espacio escénico: Lluís Danés; vestuario: Ivonne Blake; reconstrucción de telones de Salvador Dalí: Jordi Castells. Teatro de la Zarzuela. Madrid, 17 de marzo.

No puede decirse lo mismo de El Café de Chinitas, un proyecto tan ambicioso como quimérico, aun haciéndole justicia a la inventiva coréutica de José Antonio, al baile y a los bailarines y especialmente al cante delicado de Esperanza Fernández.

Los problemas visuales, sonoros y de rigor estético empiezan con la música y una incomprensible y vulgar versión jazzística de las canciones de Lorca en las que Chano Domínguez se reservó un excesivo y gratuito protagonismo al piano; en la misma línea errática está el despropósito pleno de mal gusto del vestuario que apenas toca epidérmicamente época y carácter originales. Peor asunto resulta el uso del vídeo con ejercicios escolares inspirados en la iconografía daliniana que se resuelve en presencias excesivas y apabullantes que tapan la danza.

No se sabía demasiado sobre este Café de Chinitas que en su momento en Nueva York también resultó un éxito discutido. Ahora, emprender un híbrido que navega entre la inspiración y el homenaje resulta cuando menos confuso e irregular.

Volviendo a los detalles vemos que el vestuario, elemento decisivo, o los telones, resultan productos de brochazo grueso, lo que hace pensar que quizá este producto ha carecido de una adecuada dirección de producción y sobre todo de una consciente investigación que acercara a los creadores hasta las trazas del original perdido.

El BNE se manifiesta en un buen momento que le prepara para un reto de cambios en lo formal y en el repertorio; no hay aún claramente un plantel de nuevas estrellas que garanticen eso que la danza española necesita por encima del conjunto y que es la gran figura solista.

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