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Columna
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Urge personal masculino de ambos sexos

Conmigo no cuenten. Acabo de saber que el Gobierno "impondrá por ley la paridad de sexos en las listas electorales y en las empresas". No pensaba presentarme a las elecciones, pero sí pensaba trabajar -como autónoma- para alguna empresa, por ejemplo este diario. Pues no, gracias. Yo no quiero formar parte de ninguna cuota femenina. Si tienen que aplicarme la paridad, imaginen -y sé que les costará cierto trabajo- que no soy una mujer. Y cuando hayan colocado a todas las mujeres que hagan falta para que en los puestos haya paridad, si queda algo ya pasaré. Y eso sí, mientras tanto invitaré a tomar un cóctel a la primera embajadora suiza, Françoise Pometta, que acaba de decir al respecto que se habría sentido "muy humillada" si hubiera ganado su puesto por cuota. "Siempre quise ganar en igualdad de oportunidades", ha declarado. Ésta es la mujer que mis 50 mejores amigas y yo consideramos feminista. Una que no pretende un trato de favor, porque se sabe capaz y porque renuncia a cobrar royalties por toda la discriminación que han sufrido las mujeres a lo largo de la historia.

Pero es que ahora el feminismo se ha puesto muy raro. El pasado Día de la Mujer Trabajadora, en el programa Els matins, de TV-3, hubo una tertuliana y hasta escritora que denunció un caso de machismo: su marido no trabaja tanto en casa como ella. Me duele la mala suerte que tienen todas las feministas con los hombres. Los que yo conozco no son, ni mucho menos, los energúmenos con los que ellas conviven. Pero, de todas formas, esta neofeminista confundía un problema doméstico con un problema de la mujer. Si fuese ella la que no trabajase tanto en casa, seguro que nadie la llamaría sexista, sino vaga.

Pero para todos los que consideren que lo de las cuotas es necesario, me gustaría poner un ejemplo práctico de lo que puede suceder. Cojamos el caso de una empresa imaginaria. Se llama Jamones Evaristo y cuenta con una junta directiva de dos personas, de las cuales ninguna es mujer. Pero la dueña de Jamones Evaristo no quiere exponerse a una multa, así que, en cuanto acaban los contratos de estas dos personas, las despide y convoca nuevas plazas. Pero esta vez, en lugar de escoger a los candidatos que mejor han superado el test de inteligencia y la entrevista personal, elige al mejor hombre y a la mejor mujer. Como se habían presentado más hombres que mujeres (por las razones que ustedes quieran, pero reales; porque, si no, no harían falta cuotas), entre los primeros puestos hay hombres. La primera mujer que la dueña de Jamones Evaristo encuentra está en el puesto número siete, por debajo de seis hombres. Pero la señora Evaristo, como hemos dicho, no puede elegir según la calidad, así que contrata al candidato número uno y a la número siete.

Esto, naturalmente, propicia una cosa que ya está sucediendo en las universidades norteamericanas, donde funciona el sistema de cuotas para los estudiantes de raza negra. Allí, los blancos siempre sacan mejores notas. Y no es porque tengan más capacidad o porque los negros vivan vidas marginales. Es porque, como las plazas de la universidad son limitadas y hay que dejar un tanto por ciento para los negros, los blancos que entran son los más preparados. En Jamones Evaristo, el hombre contratado tiene mucha más capacidad que la mujer. Eso propiciará que la dueña de Jamones Evaristo le dé los trabajos de más responsabilidad a él. Y probablemente algún día nos plantearemos crear un sistema de cuotas para que las mujeres de las empresas hagan el 50% de los trabajos de responsabilidad.

Yo sólo espero que el Gobierno sea un poco injusto y en los trabajos en los que ya hay mayoría de mujeres no aplique cuotas. Yo trabajo en un sector, el de los escritores, que está mucho más poblado por mujeres que por hombres. La razón es sencilla, supongo, y estoy muy orgullosa de ella: también hay más lectoras que lectores. Si nos ponen hombres para mantener la cuota, ¿a cuántas de mis colegas van a echar?

Y también espero que no aplicarán en nuestro sector lo de la paridad económica, para que a igual trabajo cobremos el mismo sueldo mujeres y hombres. Es evidente que no es justo que yo cobre lo mismo que mis compañeros masculinos por escribir. Desde luego yo debo cobrar mucho más.

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