Los vistosos enredos del ligue en la Red
¿Decadencia del amor? ¿Pérdida de interés por el otro? Casi mil millones de personas de todo el mundo se relacionan sentimentalmente, amorosamente, a través de Internet. Acaso no existe una referencia más visitada en la Red que la palabra sexo, pero, además, ha progresado un archipiélago de conexiones que denotan la creciente ansiedad por relacionarse personalmente con los otros. Contra el hastío del hiper individualismo, las pantallas muestran la gran demanda de comunidad, aunque esta nueva conjuntiva no reproduzca la arraigada o comprometida proximidad de antaño, sino un aire más ligero. Una gasa que va creciendo desde la Red como el aire del tiempo.
¿Millones de sites románticos en la Red? Su proliferación ha conducido a un archipiélago de todos los gustos y colores. Hay sites para amores adolescentes, para solteros cristianos, para latinos mayores de cincuenta, para gays, para soldados, para vegetarianos, para parados, para diabéticos o para obesos.
El diversificado muestrario de los objetos se corresponde con la multiplicación de las ofertas subjetivas. Pero también, junto a esos compartimentos recientes, pervive el gran bazar humano donde se cruzan todos. Sobre ese espacio, cargado de supercherías, de falsificación de tallas y de pesos, de fechas y fachas, dos economistas y un psicólogo norteamericanos (Hortaçu, Hitsch y Ariely) han realizado un estudio referido a 30.000 usuarios.
Tal investigación se encuentra pormenorizada en el libro Freakonomics (HarperCollins. Nueva York, 2005) y, entre otros detalles, señala que si tanto las mujeres como los hombres exageran su aspecto físico cuando se describen en la Red, ellas ponen su énfasis en presentarse como rubias, mientras ellos se preocupan por proclamarse altos. Efectivamente, a las mujeres les importa mucho menos que sus partenaires se presenten gordos y calvos que bajos. En cuanto a los hombres, una verdadera rubia puntúa tanto como otra con diploma universitario.
Ni los grandes conocimientos ni las grandes fortunas femeninas son determinantes. La renta parece importarle incomparablemente menos a ellas, que son, en cambio, más propensas a concertar una cita aunque no sepan nada del aspecto físico. Los hombres, en cambio, ponen especial atención en la figura femenina -como antiguamente- y si no les gusta que ellas sean rematadamente pobres les incomoda que gocen de patrimonios notablemente superiores a los suyos.
No conviene, en consecuencia, exagerar en determinados puntos durante la fase previa a los encuentros. Más aún, los hombres rehúyen las proposiciones que les requieren para duraciones largas mientras ellas desconfían de los anuncios donde se dice preferir los tratos intensos y breves. Conseguir un acuerdo, en todo caso, no es tan fácil. El 57% de los varones que cuelgan su demanda no reciben más de un e-mail, y en el caso de las mujeres, su porcentaje silencioso no baja del 25%.
El quehacer romántico, incluso con la mediación electrónica, no resulta, en consecuencia, plenamente fluido, aunque cada vez viene a serlo más gracias al refinamiento de los sites y la multiplicada cooperación de las compañías que ajustan las afinidades electivas. Porque del mismo modo que la Red ha actuado espectacularmente para el desarrollo y reproducción de las relaciones comerciales, ha operado decisivamente en manifestaciones y actuaciones políticas, ha funcionado sin tregua para los grandes tráficos mafiosos y para los trasvases de ayuda humanitaria o de información sin diferencias, abre ahora las puertas a la circulación, fusión, reproducción, fusiones o joint ventures de personas. Y todo ello en una proporción que cada día va definiendo un nuevo modelo en el conocimiento, la comunicación, la conexión o la perdición ¿Un modelo fundamentado? ¿Consistente? ¿Veraz? Variable y movedizo. Más surtido y menos seguro, más divertido y menos comprometido. Más azaroso, más deslizante y cambiante, como corresponde, en efecto, a la potente cultura de consumo y su radiación en el auge de la revolución personista.
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