Toneladas de almíbar

Basada en un viejo guión del competente escritor británico J. B. Priestley, que ya diera lugar a una película de idéntico título, rodada por Henry Cass en 1950, y confiada su dirección a un cineasta habitualmente competente aunque últimamente se muestre un tanto errático -el chino Wayne Wang-, Last holiday narra una de esas historias bienintencionadas, llenas de lugares comunes acerca de la bondad, que son una de las más arraigadas querencias del cine comercial estadounidense. Últimas vacaciones en la vida de una dependienta aparentemente condenada a muerte por un severo tumor cerebral, la película es una celebración de las segundas oportunidades, o más bien, el recordatorio de que la vida hay que vivirla siempre a tope, como si hoy fuera el último día de la existencia. Lastrada por una auténtica lluvia de almíbar (la protagonista, sencillamente, es imposible que sea más buena) y por un aire definitivamente añejo, su visión se debe reservar para amantes de antiguallas y de películas de buenos, buenísimos sentimientos.