Caudillo impostor en la guerra tribal
Líder precoz, mesías nacionalista, adalid del crimen étnico, genocida consecuente y asesino casi familiar. Además, cadáver casi joven. Slobodan Milosevic ha logrado la excepcionalidad pese a la demoledora vulgaridad de su persona. No se le puede negar una cierta épica a su facilidad con el crimen. Desde Hitler y Stalin, nadie había dispuesto de la vida y de la muerte con esta opulencia discrecional y actitud casi desenfadada. Fue un dios para el movimiento nacionalista serbio que emergió del naufragio del comunismo yugoslavista de Josip Broz, Tito. Y fue unmonstruo -también dios- para sus víctimas en una región tan prolífica en monstruos.
Lo han hallado muerto en la cárcel en la que ingresó, en La Haya, un 28 de junio, en 2001, día de San Vito, Vidovdan, día de saga y leyenda. Su encarcelamiento no fue épico ni lo ha sido su muerte, aunque algunos lo pretendan. Ni siquiera se ha suicidado. Ha muerto de vulgar avería este hombre que hizo de su vida enferma la peste para su pueblo y los Balcanes. El día de San Vito sabe a tragedia serbia. Un 28 de junio, en 1389, el Ejército otomano aniquiló a las tropas del zar Lazar en Kosovo. En el Vidovdan de 1914, el serbio Gavrilo Princip mataba al archiduque austrohúngaro Francisco Fernando y se convertía en la chispa del gran incendio histórico que fue la Primera Guerra Mundial. Llegaron horror, comunismo, fascismo y holocausto.
Prometió un pueblo unido en la religión y en la lengua, puro, no contaminado
Fue el principal responsable de que la sangre anegara toda la región
Un 28 de junio, en 1989, en el 600º aniversario de la batalla de Kosovo Polje, Milosevic, vengaba al Zar Lazar y anunciaba la era en la que el serbio sería el amo y el albanés kosovar, el musulmán traidor y amigo del turco, el esclavo. Y su pueblo le creyó y siguió con entusiasmo. Era más que caudillo, era un mesías nacional. Para entonces los serbios habían sustituido la obligada foto de Tito por la del rostro aniñado. Se había consumado, en sacramento, la transformación del funcionario comunista en santo ortodoxo redentor. Ante un millón de serbios llegados de todos los rincones de lo que aún era Yugoslavia, Milosevic anunció poder, orgullo y hegemonía nacional. Dejó claro que los serbios ganaban en guerra y perdían en paz y que, por tanto, necesitaban la guerra redentora. Prometió un pueblo unido en la religión y la lengua, puro, no contaminado por influencias exteriores y dueño total de su tierra sagrada, aun emponzoñada por la presencia de seres inferiores y enemigos irreconciliables. La nación serbia bajo su mando volvería a sus glorias pasadas y a su armonía interna, a su arcadia en la que el espíritu de la nación, su memoria y su fuerza la harían invencibles frente a las amenazas de contaminación y los peligros de la modernidad y el cosmopolitismo. Este mensaje nazi pasó a ser la ideología del aparato izquierdista. Las masas querían luchar, morir y sufrir con él y por él. Lo han hecho. Nihilismo, odio, ambos. ¿Quien sabe? Él nunca se creyó su mensaje nacionalista. Como impostor acumuló dinero en el exterior y poder en el interior para aplastar a sus suyos.
Quienes conocieron a Slobo aseguran nunca haber conocido a nadie que mintiera con tanto aplomo, que despreciara tanto la vida ajena y las relaciones humanas en general. Su frialdad es ya legendaria como su capacidad de banalización de todo, lo grave, lo trágico, lo sagrado. En todo caso ha sido uno de los fenómenos más estremecedores de la segunda mitad del siglo XX. Algunos advirtieron que el problema era mas psicopatológico que político.Milosevic es un caso paradigmático de cómo una cuestión de estructura enfermiza de personalidad de un individuo puede convertirse en tragedia colectiva, cuando logra tocar la fibra emocional de una sociedad frustrada, herida, victimista, ventajista, nacionalista, los sentimientos de la tribu enferma. Slobodan nació con mala estrella el 20 de agosto de 1941, en plena ocupación nazi, en la triste Pozarevac. Su padre era profesor de Teología; su madre, una maestra comunista. El padre se suicidó cuando Slobo era niño. Diez años después se quitaba la vida ella.
Slobo conoció en Pozarevac a una jovencita, Mira Markovic, que habría de ser su destino. Ayer, ella le lloraba en Moscú como víctima del Tribunal Internacional Penal. Ella que encargó matar hasta a Ivan Stambolic, el hombre que protegió todo pasó de la carrera de Milosevic el aparatchik titoísta. Aunque la madre de Mira había sido ejecutada por colaborar con los nazis, la familia Markovic formaba parte ya en los cincuenta de esa aristocracia comunista que una década después retrataría magníficamente Milovan Djilas en La nueva clase. Cuando los cimientos ideológicos comenzaron a quebrarse, muchos comunistas en Europa oriental buscaron refugio y coartada en el nacionalismo, tan propicio al totalitarismo, al abuso y a la violencia como el bolchevismo. La pareja Milosevic logró formar un tándem perfecto en la nueva ideología roji- parda, comunista y nacional-socialista a un tiempo. Ella, su única amiga le auguraba que sería "más que Tito".
Milosevic ha muerto sin ser condenado por genocidio, crímenes de guerra y contra la humanidad. Pero no en impunidad, que era lo capital. Fue el principal responsable de que la sangre anegara toda la región al lanzar el proyecto de supremacía étnica y nacional serbia. Milosevic entra en la nutrida galeria de los grandes criminales modernos. Habrá que estudiarlo a él, a sus cómplices y a las masas enfervorecidas. Pero también a aquellos que le ayudaron, a quienes tanto gustó negociar con él y negaban fuera un peligro. Al principio eran muy pocos los que vieron la amenaza de este hombre y de su tribu. Y no era el primero.
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