La testaruda lucha vital de Harold Pinter
El Nobel, que no pudo recoger el galardón por problemas de salud, reaparece en Turín para recoger el Premio Europa
Harold Pinter (Londres, 1930) renquea, cojea, tose. El premio Nobel de Literatura 2005 anda mal de salud y considera "muy improbable" que vuelva a escribir una obra de teatro. Pero su energía es la de siempre. Ayer, en Turín, habló en público por primera vez en casi dos años y abundó en sus críticas contra los dirigentes de Estados Unidos y Reino Unido, contra la invasión de Irak, contra el llamado "nuevo orden mundial" y contra "la creciente cultura de supresión de la verdad". El dramaturgo británico acudió a Turín, pese a su evidente fragilidad, para recibir el Premio Europa al Teatro en su décima edición.
Pinter compareció en el escenario de un teatro turinés, el Carignano, con una voz muy áspera, un bastón en la mano y unos sensacionales calcetines nacarados. Había llegado el viernes por la noche y no se sentía con fuerzas para resistir una conferencia de prensa. Tampoco aceptó preguntas del público. Prefirió que le entrevistara su amigo Michael Billington, crítico teatral del diario británico The Guardian y autor de su biografía más solvente. Dejó claro que su presencia se debía a una deuda sentimental: no olvidaba que en 2002 la Universidad de Turín le había concedido un doctorado honoris causa y una ovación de cinco minutos. Estaba atravesando un momento difícil, los médicos acababan de extirparle un tumor y el cariño de los turineses le dejó huella en el alma.
El autor considera "muy improbable" que vuelva a escribir una obra de teatro
Pinter, hijo de un sastre judío, denunció el avance de una "creciente cultura de supresión de la verdad"
Su salud no ha mejorado en estos cuatro años. Desde finales de 2004 frecuenta con asiduidad los hospitales. "Dos días antes de que me llamaran con la noticia del Nobel, me caí en el aeropuerto de Dublín y me rompí la cabeza", explicó. "Algún tiempo después, cuando trabajaba en el discurso de aceptación, me llamó mi médico para decirme que, según los últimos análisis, había contraído una rarísima enfermedad de la piel que, por lo visto, resulta congénita entre los indios amazónicos. Le pregunté si tendría que volver al hospital. Me respondió que debía hacerlo en cuestión de minutos. Entré directamente en cuidados intensivos y sin apenas respirar".
Aquella fue la vez en que Harold Pinter se sintió más cerca de la muerte. "Es curioso, no tienes tiempo de pensar, sólo experimentas la muerte y te esfuerzas en conseguir aire para mantenerte con vida". "Anticipo el final de la historia: no morí y aquí estoy", bromeó. Salió unas horas de la UCI para leer ante una cámara su discurso de aceptación del Nobel, un durísimo alegato contra el neoimperialismo agresivo de Estados Unidos, y reingresó de inmediato. Pinter era consciente de que aquel discurso podía ser algo parecido a un testamento. "Por eso me empeñé en expresarme de forma clara, con lucidez, sin dejar que me venciera la emoción", comentó.
Sobre el gran dramaturgo pesaba todavía la sombra de una proscripción. El día después del 11 de septiembre de 2001, la voz de Pinter se apartó del coro de la solidaridad con Estados Unidos y denunció sus culpas. Muchos pensaron que el viejo autor de teatro político había cometido un error imperdonable. "La guerra de Irak ha hecho que cambiaran muchas cosas", explicó ayer Harold Pinter. "Ahora todos saben a qué grado de destrucción y tortura puede llegar el poder estadounidense, ahora todos saben que desde el final de la Segunda Guerra Mundial ha habido otros Guantánamos, ahora ya se sabe que las torturas en Abu Ghraib no eran incidentes causados por unos pocos soldados, sino la consecuencia de las órdenes emitidas desde la Casa Blanca, desde el Pentágono, desde el número 10 de Downing Street", agregó.
Para Pinter, la agresividad de Washington y de las "democracias cínicas" afecta de lleno a la creación. Citó como ejemplo una obra de teatro-documental sobre la muerte de Rachel Corrie, una joven estadounidense arrollada en 2003 por un bulldozer israelí cuando se oponía a la demolición de una casa palestina. "El teatro neoyorquino que debía representar la obra prefirió autocensurarse y cancelarla por miedo a que la consideraran antisemita. ¿Cómo puede ser antisemita la verdad?", se preguntó. Pinter, hijo de un sastre judío, denunció el avance de "una creciente cultura de supresión de la verdad".
El dramaturgo mantuvo la misma lengua ácida al hablar de su técnica como autor. Pinter, cuyas obras suelen constar de tramas leves y personajes potentes, admitió que cuando creaba una escena desconocía su desarrollo y dejaba que cada personaje "agrediera" a los demás hasta alcanzar un resultado. Pero se rió de quienes hablaban de la "omnipotencia" y "autonomía" de sus personajes. "El autor es siempre el dueño, nunca me olvido de que el lápiz de tachar lo tengo yo", afirmó.
Pinter, autor de 30 dramas, 24 guiones (entre ellos los de las películas El sirviente y La mujer del teniente francés), 57 ensayos, una novela y una cantidad ingente de artículos y poesías, consideró "muy improbable" que volviera a escribir una obra de teatro. "No es una decisión firme, pero cada vez me interesa más la poesía", dijo. "Y ya he escrito 30 piezas teatrales. ¿De verdad hacen falta más?".
Lectura con Jeremy Irons
Sobre el escenario, que representa una prisión, hay dos torturadores, Des y Lionel, y un detenido con los ojos vendados. Des y Lionel comentan los martirios que están a punto de infligir. "¿Por qué lloras?", pregunta Des. "Me gusta, me gusta, me gusta. Me siento tan puro...", responde Lionel. "Haces bien en sentirte puro", proclama Des. "¿Y sabes por qué? Porque estás purificando el mundo en nombre de la democracia". Éste es un fragmento de El nuevo orden mundial (1991), una de las seis piezas de Harold Pinter representadas anoche en Turín en homenaje al autor, galardonado con el Premio Europa. El premio, patrocinado por la Unión Europea, está dotado con 60.000 euros. Hoy, antes de una cena de gala, el actor Jeremy Irons leerá otros fragmentos de Pinter.
El dramaturgo inglés comenzó su carrera como actor clásico y en 1957 estrenó una de sus primeras obras, El cumpleaños, con un gran fracaso de crítica y público. Siguieron El guardián (1959), Regreso a casa (1964) y otras piezas hoy consideradas clásicas. A finales de los setenta su estilo, definido como "realismo psicológico", adquirió tonos más políticos. A esa fase corresponden El lenguaje de la montaña (1988) o la citada El nuevo orden mundial (1991), aunque otras como Tierra de nadie (1974) o Polvo al polvo (Ashes to ashes, 1996) escapen a una clasificación simplista.
Babelia
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