Olvidadas
Las mujeres marroquíes, cuya situación es dramática, han vuelto a quedar excluidas de esta revisión que siempre nos gusta hacer coincidiendo con el 8 de marzo. Detrás de la celebración de largas transiciones a la democracia en Marruecos, el tema de las mujeres aparece, en nuestra opinión pública, tan sólo de modo marginal. El contencioso con el Sáhara acapara la imagen de Marruecos, y la complicada situación jurídica, social y económica que viven las mujeres parece obviarse como si formara parte del exotismo con el que nos gusta observar al vecino país.
Y, sin embargo, esta cuestión es central en el debate político marroquí, y lugar donde se enfrentan dos modelos sociales. Pero la última reforma del estatuto jurídico de las mujeres parece haber calmado la situación.
En octubre de 2003, Mohamed VI anunciaba una serie de reformas del Código de la Familia o Mudauana, el único corpus legal de inspiración musulmana en Marruecos, que regula el matrimonio, el divorcio, la filiación y la herencia. Las reformas pretendían corregir la histórica desigualdad jurídica entre hombres y mujeres. Lo fundamental del cambio era que, por primera vez, las mujeres dejaban de ser jurídicamente dependientes de sus esposos.
Quedaron, sin embargo, algunas sombras. Primero, la poligamia y el divorcio unilateral siguen siendo derechos del marido, a pesar de nuevos controles jurídicos que restringirían su práctica. Segundo, no se ha modificado la figura de la herencia, que hace corresponder a las herederas la mitad de patrimonio que a los herederos. En todo caso, el cambio fue aceptado por todos los sectores.
Pero ¿dónde estaban los islamistas, supuestos sostenedores de un orden islámico que teóricamente diferencia entre los derechos de los hombres y de las mujeres?
Los dos grupos islamistas más importantes, el Partido de la Justicia y el Desarrollo (PJD), presente en el Parlamento, por un lado, y Justicia y Espiritualidad, movimiento no reconocido aunque tolerado, por otro, han ido asumiendo diferentes posiciones a lo largo del tiempo. En un principio, no aceptaron la propuesta de cambio jurídico que se anunció en 1999, cuando ésta se presentó desde el Gobierno, dentro de una estrategia general de corrección de desigualdades, el Plan de Integración de las Mujeres en el Desarrollo, auspiciada por el Banco Mundial. Así, organizaron fuertes movilizaciones en la primavera de 2000. Sin embargo, acabaron acatando la misma reforma en el 2003, cuando fue el rey, como dirigente religioso, quien la propuso, remitiéndose a la tradición islámica.
Pero, entonces, ¿qué quieren los islamistas para las mujeres? La respuesta es: "depende". El PJD apuesta por una retradicionalización y por una presencia fuerte del islam en las instituciones, como otros partidos tradicionales no islamistas, por otra parte, y es tremendamente beligerante en sus posiciones. Justicia y Espiritualidad, en cambio, opta por un cambio radical, que favorezca un contexto nuevo, donde es la base islámica sobre la que Estado y sociedad deberían alzarse, la que proporcione el contenido de nuevos roles de género. Pero, sobre todo, lo que quieren los islamistas marroquíes para las mujeres es estar presentes en la discusión sobre su estatuto.
La aceptación general del cambio jurídico no debe hacernos perder de vista los problemas de las mujeres en Marruecos. Primero, las reformas de la ley no se están aplicando por desconocimiento general y por falta de procedimientos de control de la actuación de los jueces; y segundo, la situación de las mujeres en Marruecos es tan precaria que haría falta una estrategia de años para que las reformas jurídicas cumplieran su cometido.
Veamos algunos datos. Las mujeres suponen un 35% del total de la población activa en Marruecos, más que en Argelia (30%) o Túnez (32%). Y ello contrasta con sus elevados índices de analfabetismo juvenil: en torno al 40%, frente al 15% de Argelia o al 8% de Túnez, porcentaje que sobrepasa el 90% en ciertas zonas. Y con graves problemas, como el servicio doméstico infantil, que supone un volumen de 86.000 niñas, según un informe del Human Rights Watch de 2005, o la desescolarización infantil, o un paro superior al de los hombres. En este contexto, el trabajo femenino, más que un elemento de liberación de las mujeres, que así es celebrado en los Informes del PNUD sobre Marruecos, es un refuerzo de la explotación. El trabajo exterior, para las mujeres marroquíes pobres, que son mayoría, obra en su desprestigio como madres y esposas, obligándolas a asumir la doble carga y permitiéndoles apenas sobrevivir.
Y de todas maneras, esta "calma" en el debate político sobre las mujeres es tramposa. Cierto que se consiguieron los objetivos concretos de las feministas, pero éstas siguen siendo marginales como agentes políticos y socialmente carecen del atractivo de otros movimientos de mujeres, como las islamistas, que se legitiman políticamente gracias al mantenimiento de los modelos femeninos más vinculados con lo tradicional. Y además, la victoria de las feministas, y de los sectores que las apoyaban, podría calificarse futbolísticamente como un empate en campo visitante. El partido se terminó jugando en el campo islamista, el del referente religioso. Pero, ¿se puede decir que fueron ellos los ganadores porque consiguieron "deslaicizar" la cuestión de las mujeres y, con su oposición férrea a los primeros cambios, lograr que se hablara en términos religiosos, en su terreno de juego? O, por el contrario, el hecho de que fuera el Parlamento el que aprobara finalmente los cambios, ¿no supuso desacralizar la cuestión y convertirla en una ley como las demás?
Y sobre la parte que nos toca, quizás hay que preguntarse por qué aquí sólo interesan las mujeres marroquíes para estereotipar aún más a sus paisanos hombres, un uso que es tan viejo como la penetración europea en el mundo arabo-musulmán. Y entretanto, con velo o sin velo, creyentes o ateas, las mujeres marroquíes siguen sin el 8 de marzo, que en esta Europa emancipada acabamos de celebrar.
Ángeles Ramírez es profesora de Antropología en la UAM.
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