Es la muerte
Como en el cuento de Cortázar, eso que se ve al fondo es la muerte. Otra cosa es tenerle o no miedo. Shostakóvich la enfrenta porque la ha visto venir, sabe que está ahí. Cuando orquestó las Canciones y danzas de Mussorgski puso, sin querer o queriendo, uno de los cimientos de su Sinfonía número 14, una de sus obras maestras, una de las más originales, más verdaderas, más diáfanas y con menos ganga. Veintidós instrumentistas y dos voces para trazar un paseo por la muerte y sus guiños -de la mano de Lorca, Apollinaire, Küchelbecker y Rilke- que acongoja más que el más truculento de los réquiems, pero sin sus trampas.
La OSM ha traído para negociarla a un director de la serie A, James Conlon, que trabaja con las mejores orquestas del mundo. Y el resultado ha estado a la altura de las expectativas. La formación madrileña empezó un poquito miedosa, pero el pequeño maestro neoyorquino le dio seguridad hasta venirse arriba y firmar una prestación de ésas que todos aspiran a tener en su hoja de servicios. Hubo un momento extraordinario en el dificilísimo En la prisión de La Santé, resuelto de forma ejemplar. Se contaba, además, con dos solistas de garantía, sobre todo con una soprano fabulosa como es Tatiana Pauloskaya, impresionante de verdad en Loreley. Cumplió bien el bajo Sergei Aleksashkin, que fue a más venciendo con estilo las dificultades iniciales de la voz. Tras semejante alarde, los Cuadros de una exposición, de Mussorgski, en la orquestación de Ravel, casi estaban de más. Fue una buena versión, pero palideció ante la de Shostakóvich. Conlon, con acierto, subrayó más las sutilezas interiores que el elemento espectacular.
Orquesta Sinfónica de Madrid
James Conlon, director. Tatiana Pauloskaya, soprano. Sergei Aleksashkin, bajo. Obras de Shostakóvich y Mussorgski-Ravel. Auditorio Nacional. Madrid, 7 de marzo.
Babelia
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