Una conjunción posible
Si el término simetría, tan afín a las composiciones coreográficas, encuentra su opuesto en el título de esta obra, el espectáculo en sí parece perseguir otras acepciones. Su autor remite a la variedad, a la búsqueda de un color que rehúya la uniformidad. A ello habría que añadir también el juego de los contrastes o unas formas geométricas no precisamente convencionales para los cantes flamencos que la inspiran. Este aspecto lo protagoniza Marín con un baile de pies ajustados y un cuerpo que parece escaparse al encuentro de una expresión deliberadamente osada. Ahí sí puede que se encuentren asimetrías, las de unos brazos que dibujan líneas de una geometría siempre rectilínea y que parecen separarse del eje del cuerpo que los mueve. Un baile concentrado, de tintes oscuros y elegante sobriedad que no deja a nadie indiferente.
Asimetrías
Compañía de Andrés Marín. Cuerpo de baile: Leonor Leal, Marta Arias, Ana Morales. Cante: La Tremendita, Londro, José Valencia. Guitarra: Salvador Gutiérrez, Antonio Rey. Trompeta: Irapoan Freire. Percusión: Antonio Coronel. Teatro Villamarta, 6 de marzo.
En oposición a esta aportación de perfil tan rectilíneo, el autor ha diseñado unas coreografías abiertas y luminosas para el cuerpo de baile femenino, un perfecto contrapunto que no rompe la unidad y sí otorga la variedad pretendida. El negro tenebroso frente al color iluminado, soledad y compañía, el movimiento sincopado frente al baile engarzado del conjunto, formas curvas de mujer frente a las cúbicas del protagonista. Tanguillos en blanco, rojo y negro; alegrías en gráciles batas de cola, y vuelta al color para el único encuentro de toda la compañía en el baile por bulerías. Antes, el bailaor había reservado para sí estilos como la seguiriya, el martinete, el taranto y la soleá, que además de más apropiados para su personalísimo hacer, redundan en el juego de las oposiciones: aires marcheneros, por ejemplo, para el baile de vanguardia de Marín.
Para su propósito, también jugó con cantes y toques a los que otorgó un protagonismo especial. Todos tuvieron su parte propia en el acompañamiento del baile, porque en la escucha del sello personal de cada cual también residía la diversidad de formas perseguida. Los guitarristas se alternaron con un toque fresco y virtuoso, los cantaores se explayaron con la adaptación de poetas de la Generación del 27 en una tanda de fandangos, y una trompeta se incorporó para dejar apenas un detalle añadido de color. Una propuesta, en fin, honesta y arriesgada, lo que se agradece en un creador joven.
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