Primero mi país, después Europa
La tendencia cada vez mayor de los Veinticinco a poner por delante sus intereses nacionales preocupa a Bruselas
"Queremos parar la deriva proteccionista en Europa, que es el gran equivalente del no a la Constitución europea". El vicepresidente del Gobierno italiano y ministro de Economía, Giulio Tremonti, explicaba así la semana pasada en Bruselas sus temores a que el frenazo al proyecto de construcción europea afectase incluso a la aplicación de las directivas comunitarias. Aunque Italia no puede presumir precisamente de aperturismo económico, como quedó de manifiesto el año pasado con las trabas a la banca española y holandesa, sus palabras definían perfectamente el crecimiento de los miedos a la globalización. Para Tremonti el proteccionismo y el parón europeo van de la mano.
Peter Mandelson, comisario de Comercio, y uno de los ideólogos más influyentes del primer ministro británico, Tony Blair, fue de los primeros en alertar "de la existencia de signos preocupantes en la política europea, de un viraje contra la apertura y una deriva hacia el populismo".
Sin Constitución, el proyecto europeo ha quedado desarbolado y el debate político ha sido ocupado por los intereses nacionales inmediatos. Las discusiones que polarizan el interés de los políticos europeos están dominadas por las estrategias de defensa a escala nacional. La lista de reacciones proteccionistas crece día a día. Italia, defendiendo a sus bancos; Luxemburgo, protegiendo su acero de la entrada del empresario Lakshmi Mittal, nacido en la India, pero cuya empresa radica en Holanda; Francia, con un decreto que blinda a 11 sectores, para impedir la entrada de competidores extranjeros, que incluye algunos tan estratégicos como los casinos o la firma Danone.
El ardor nacionalista ha movilizado a los mismos líderes políticos cuando las empresas en juego han sido las energéticas. El proyecto francés de construir un gigante energético entre los dos grandes grupos Gaz de France y Suez, anticipándose a los planes de la italiana Enel y la oferta de la alemana E.ON sobre Endesa han agudizado las tensiones en un sector como es el de la energía, que afronta el reto más serio que tiene la UE.
En el campo de la energía, la ausencia de la Constitución europea ha sido especialmente perjudicial. La Carta Magna contenía disposiciones precisas sobre la garantía de abastecimiento, el funcionamiento de los mercados y el medio ambiente. Ahora los acontecimientos se han precipitado y han cogido al Ejecutivo comunitario por sorpresa. Las grandes empresas nacionales, con la protección de sus Gobiernos, toman posiciones cuando aún no existe siquiera un mercado energético en el espacio de los Veinticinco.
El comisario de Energía, Andris Piebalgs, presentará esa semana el Libro Verde del sector, que debe incluir los instrumentos que permitan la creación de este mercado a escala europea, frente a la realidad de los 25 mini mercados existentes.
En los días que median hasta la cumbre de jefes de Estado y de Gobierno del 23 y 24 de marzo, la Comisión Europea, que preside José Manuel Durão Barroso, tendrá que ir más allá de las declaraciones de principios contra el proteccionismo de los últimos días y tomar medidas concretas antes de que los Estados, con más carga nacionalista, como Francia y Alemania, terminen por fijar las reglas de juego. Los comisarios de Mercado Interior, Charlie McCreevy, y Neelie Kroes, de Competencia, tienen previsto anunciar medidas concretas para asegurar el libre movimiento de capitales y limitar las citaciones de monopolio.
La aprobación tanto del marco presupuestario de la UE para 2007-2013 como de la Directiva de Servicios, pendientes todavía de la última palabra del Parlamento, son acuerdos que han dado un cierto respiro al proyecto europeo, pero son compromisos de mínimos que reflejan la fragilidad por la que atraviesa el proyecto europeo.
El auge del proteccionismo en los últimos meses, no puede ocultar, sin embargo, los avances no tan sólo en el mercado interior, sino también en la apertura a las empresas exteriores, que se han producido en la UE. En 2005, las operaciones transfronterizas en la UE superaron los 1.000 millones de euros, un volumen sólo alcanzado en 2000, en plena burbuja tecnológica.
Por otra parte, el fenómeno proteccionista como reacción a la globalización no es una exclusiva de los viejos países continentales como Francia y Alemania. EE UU, que se resiste a reducir sus sofisticados mecanismos de protección agrícola, vive ahora una intensa oleada de nacionalismo que preocupa a los máximos responsables del Fondo Monetario Internacional. Las trabas puestas recientemente a China para adquirir la petrolera Unocal, y actualmente a la firma Dubai Ports World, que intenta comprar el grupo P&O, que gestiona varios puertos americanos, es un buen reflejo de ello. Tampoco la acendrada cultura liberal del Reino Unido se libra de las tentaciones defensivas. El proyecto de compra de Centrica, que controla más del 50% de la distribución del gas en las islas, por Gazprom ha provocado mucho nerviosismo con el pretexto de que el adquiriente era propiedad del Kremlin.
En el caso europeo, sin embargo, el debate proteccionismo-liberalismo tiene el inconveniente añadido de aparcar la discusión necesaria para hacer avanzar el proyecto construcción europea. Una asignatura resuelta en EE UU y que no inquieta en Reino Unido. El periodo de reflexión sobre la propia Constitución anunciado para este año, está recogiendo pocos frutos y el Consejo donde se sientan los jefes de Estado y de Gobierno tampoco tiene una voz unánime sobre una cuestión de fuerte carga ideológica, que permite toda suerte de derivas populistas, y sobre la que los más expertos ponen serias objeciones. Economistas de la autoridad de Paul Samuelson y Paul Krugman han subrayado las imperfecciones del libre comercio. Krugman, en concreto, ha señalado que las ayudas públicas en la industria aeronáutica, si contribuyen a mejorar la competencia internacional pueden ser también beneficiosas para la economía nacional.
La UE pierde terreno en un mundo globalizado
Las incertidumbres institucionales que vive la UE se agravan por el escaso crecimiento económico que dificulta el mantenimiento del Estado de bienestar con una población cada vez más envejecida. "Europa es la capacidad de desarrollar el capital social", sostiene el ministro de Exteriores francés, Phillipe Douste-Blazy. Es la voluntad europea, pero los temores se acrecientan a medida que se percibe la pérdida de terreno en un mundo globalizado. "La posición de la UE en el escenario de la competencia internacional se ha deteriorado", dice Günter Verheugen, vicepresidente de la Comisión Europea, un socialdemócrata que conoce de cerca las tensiones que vive la sociedad alemana.
Antes de fin de mes, la canciller alemana, Angela Merkel, deberá decidir cómo afronta la reforma de su asfixiado sistema sanitario, el más viejo de Europa, fundado por Bismarck en 1883, cuando la gente tenían una esperanza de vida de 45 años. Ahora los contribuyentes caen a un ritmo del 5% mientras los gastos crecen al 12%. La angustia social ante la globalización tiene sus fundamentos.
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